Hoy comienza el fin de semana, esas 56 horas que nos permiten sobrevivir el resto de los días, cuando la supervivencia exige el esfuerzo de ganarla. Ese espacio eternamente anhelado y perpetuamente desperdiciado en sus ritos y sus mitos; de las risas frenéticas hasta los revolcones corporales, desde los bailes etílicos en recuerdo de lo que fuimos hasta las pausas reflexivas en busca de lo que somos, lo que queremos ser o lo que creemos ser. Y luego vendrán el somnoliento lunes y el resignado martes. Y luego vendrá la Huelga.
Entre comentarios eruditos, entre pulsos de poder por los servicios mínimos, entre referencias a huelgas vecinas y a gobiernos cercanos, entre dimes y diretes, bailes de cifras que llegarán y reivindicaciones que se explican, no nos hemos dado cuenta de algo, de algo importante, de algo frustrante, de algo inevitable.
Nuestros bioritmos revindicativos, sociales y sindicales están tan bajos como en una tarde de domingo, cuando nos damos cuenta que, sin comerlo ni beberlo, sin habernos percatado del hecho, hemos perdido el fin de semana antes de disfrutarlo, de vivirlo. Y eso es lo que hemos hecho con esta Huelga General nuestra -o de los sindicatos-. Hemos perdido la huelga antes de empezarla.
La hemos perdido porque llega ocho meses tarde, porque fue anunciada cuatro meses antes de tiempo. La hemos perdido porque los empresarios no evolucionan, los sindicatos se niegan a crecer, los gobiernos no progresan -aunque se llamen progresistas- y las oposiciones no avanzan. La hemos perdido por la crisis, la hemos perdido porque la opinión de trece especuladores mundiales sentados alrededor de un presidente de gobierno en una mesa neoyorkina es más importante que la de miles de empresarios con el agua al cuello y de millones de trabajadores con dos palmos de agua sobre la cabeza a punto de ahogarse en la cola del paro. La hemos dilapidado como dilapidamos un maldito fin de semana.
Hemos perdido la huelga -y no conseguiremos encontrarla o recuperarla o rescatarla- por todo eso. Pero sobre todo la hemos perdido por nosotros mismos.
Porque los funcionarios se indignan por perder 100 euros al mes pero no por ver las colas del INEM con cuatro millones de parados, porque hemos dividido nuestra acción sindical en compartientos tan estancos que sólo afectan a una empresa o incluso a un centro de trabajo, porque hemos querido especular y recoger beneficios con negocios cogidos por los pelos, pendientes del clavo ardiendo de nuestra avaricia.
La hemos dilapidado porque los sindicalistas solamente reclaman vales de empresa para la comida y más horas sindicales; porque los empresarios optan por el precio en la famosa relación calidad precio; porque recurrimos a la negociación en lo innegociable, porque los hay que quitan sus carreras universitarias de sus curricula para obtener trabajo, porque los hay que inventan actividades en sus empresas para obtener subvenciones.
Hemos tirado la huelga por el sumidero porque las consultas de los médicos de cabecera se llenarán el martes de migrañas, dolores de cabeza, tirones musculares y gastroenteritis para poder tener un día libre sin pagar por un día de huelga, porque los que hablan en nombre de los trabajadores no lo hacen en nombre de los pequeños empresarios que son tan trabajadores como ellos; porque recurrimos a la negociación individual de despacho y drama personal para lograr un horario, unas condiciones, unas prerrogativas laborales que no nos corresponden en detrimento de otros, mientras rechazamos y eludimos la reivindicación colectiva de los derechos de otros. Y además nos sentimos cómodos haciéndolo y lo justificamos.
La hemos desperdiciado porque buscamos en el despido libre la forma de cubrir nuestras deficiencias de gestión, nuestra incapacidad empresarial, nuestro excesivo margen de beneficios, nuestra temeridad financiera; porque nos refugiamos en los expedientes de regulación para eliminar cincuenta puestos de trabajo en lugar de cercenar el puesto directivo que ocupa nuestro amigo o nuestro amante.
La hemos desperdiciado porque los autónomos no pueden hacerla, porque los asalariados que ya están contratados creen que mantendrán su puesto si no la hacen y no se preocupan de que pasará con ellos cuando su puesto caiga, porque los parados, aunque la hagan, no figurarán en las estadísticas; porque muchos empresarios seguirán cercenando puestos y no cuentas de representación. La hemos tirado a la basura porque, cuando miramos en el catálogo de lo demodé, de lo que no se lleva, de lo que no es rentable, de lo que no está a la última, de lo que está out hay una palabra que encabeza la lista: ética. Etica empresarial y ética del trabajo.
La Huelga General está perdida porque nos hemos vuelto bíblicos.
Recordamos aquello del "sudor de tu frente" y consideramos que nuestro trabajo no forma parte de nuestra vida, que sólo es el molesto espacio entre nuestros ocios, que no tenemos más responsabilidad que cumplir el horario -si es estrictamente necesario- y salir del paso, que podemos eludir el trabajo aunque caiga sobre lo hombros de otros, que tenemos derecho a hacerlo; que podemos incrustar nuestras circunstancias personales en nuestros trabajos y porque nos molestamos cuando nos recuerdan que no puede ser así. Porque sólo nos preocupamos de nosotros y del presente y no miramos hacia los otros ni hacia el futuro.
La Huelga General está perdida porque nos hemos hecho feudales.
Porque creemos que nuestra empresa es nuestro castillo, que la recogida de beneficios es el primer mandamiento de la ley empresarial, que nadie tiene que decirnos como llevar nuestro negocio, que podemos utilizarlo para definir odios y devolver favores, que las plusvalias son propiedad exclusiva de nuestras cuentas corrientes, que la actualización no es una necesidad, que la reinversión no es una obligación, que los que trabajan para nosotros pueden ser sustituidos por otros más baratos -y que cobren en negro, si es posible-, que el horario flexible siempre lo es al alza y nunca a la baja; que podemos exigir dedicación exclusiva sin pagarla, que es más rentable un trabajador barato que uno preparado; que, si las cosas van mal, podemos retrasar el pago a los proveedores, eludirlo y hasta ignorarlo; que podemos decidir puestos y contratos mirando árboles genealógicos, agendas de contactos y fotos de familia en lugar de curricula, que es correcto conceder beneficios laborales teníendo en cuenta afectos, adulaciones y afinidades, sin preocuparnos de como afecta ese beneficio a la organización el trabajo en nuestra empresa, que tenemos derecho a ignorar los méritos y reconocer la sangre compartida o el consumo etílico -también compartido, es de suponer- a la hora de crear los organigramas empresariales.
Porque sólo nos preocupamos de nosotros y del dinero. No miramos hacia los demás y hacia la justicia.
Si la huelga fuera un lunes el seguimiento sería masivo e incuestionable -nadie rechaza un puente, no en los tiempos que corren-, pero siendo en miércoles nos obliga a elegir, a dar la cara, a saber por lo que paramos y por lo que hacemos huelga. Así que será un fracaso. Porque elegir, dar la cara y luchar por otros es algo que se nos da muy mal desde hace mucho tiempo.
Así que, como un fin de semana cualquiera, hemos perdido La Huelga General antes de disfrutarla, antes de vivivirla, antes de pelearla. Muchos nos han ayudado a hacerlo, pero la hemos perdido nosotros solitos. La hemos extraviado por lo mismo que estamos perdiendo todo últimamente -y ese últimamente incluye medio siglo más o menos-. Porque solamente nos miramos al espejo de nuestras necesidades y nuestros deseos y olvidamos que la imagen que devuelve un espejo siempre está invertida, por tanto, siempre es falsa.
A lo mejor me equivoco y la recuperamos, a lo mejor la gente sale a la calle y no se queda en casa aprovechando la fiesta inesperada, a lo mejor se llenan las manifestaciones y no los bares, a lo mejor escribimos pancartas y no nos colgamos de Facebook, a lo mejor el jueves los departamentos de personal no se llenan de justificantes médicos o de resguardos del transporte público, a lo mejor las oficinas y los centros de trabajo no se llenan el día siguiente de excusas sobre sindicatos traidores, gobiernos incompetentes y pérdidas de sueldo.
Pero me temo que no. Las pensiones están garantizadas, tenemos contrato, ganamos un sueldo y ahora no necesitamos esa huelga. No podemos sacarle partido. Nos sobra. Es como un fin de semana sin plan, como una noche de viernes sin copas, como una noche de sábado sin sexo. No importa que pase y se pierda.
Luego estarán los pocos que no la hagan por convicción y los muchos que la hagan por inercia.
Y finalmente estarán los que la hagan no por su presente, ni siquiera por su futuro, sino por su pasado y por el presente de aquellos que estarán en su situación cuando llegue el futuro.
No es un trabalenguas es simplemente pensar que no somos la última generación sobre la tierra. Aunque no hayamos contribuido genéticamente en nada a la formación de la siguiente generación, aunque esa generación no duerma en las camas o las cunas de nuestras casas. Cuando recordemos que una huelga se hace por el futuro y no por el presente nos encontraremos la Huelga General justo enfrente de nuestras narices.
Pero a lo peor será tarde. Ya habrá pasado. Como un fin de semana.
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