Antes de tomarse unas vacaciones -como si, en la actual situación algún ministro o político opositor español mereciera unas vacaciones- la ministra de Igualdad, la aguerrida Bibiana Aido, reclamó su momento de gloria y su cuota de pantalla anunciando el comienzo de una campaña contra la publicidad de la prostitución.
Parecía que, por fin, su ministerio había salido del redundante y continuo recurso a los malos tratos y la violencia dentro del entorno familiar para justificar su dotación presupuestaria y había ampliado sus objetivos a algo que si es un elemento objetivo y claramente cuantificable de discriminación social, como es el submundo tanto económico como criminal que mueve la protistución forzada en nuestro país.
Pero la vuelta de vacaciones nos ha dejado un mal sabor de boca, nos ha cortado las posibilidades de dar crédito a ese ministerio -y a otros muchos-, nos ha descubierto que, por más objetivos políticos que Aido y sus acólitos y acolitas aborden, por mas que cambien su punto de mira de una discriminación a otra -para intentar corregirla, se supone-, son incapaces de hacer el único cambio que daría sentido completo a su ministerio
El Ministerio de Igualdad, como reflejo de la propuesta ideológica que lo ha hecho posible -y me refiero al feminismo Dworkinano y MacKinnonista, no al socialismo, que nada tiene quever con esto-, es incapaz de aceptar el concepto de bidireccionalidad. No puede entender el significado de la palabra viceversa.
Una red, supuestamente imposible e improbable, de explotación sexual de hombres ha dejado al descubierto los principios ideológicos que sustentan las posiciones mayoritarias en el feminismo visible español. Ha demostrado su incapacidad manifiesta de asumir que parte -sino la totalidad- de su discurso ha de ser revisado porque se basa en premisas erróneas.
Ochenta personas, traídas con engaños desde paises en los que la esperanza y el futuro son algo practicamente desconocido, son obligadas a prostituirse: el ministerio y la ministra afirman que "la mayoría de las víctimas de la prostitución son mujeres".
Ocho decenas de seres humanos son encerrados en casas de las que no se les deja salir, trasladados y hacinados como ganado, amenazados, agredidos y maltratados: el ministerio y la ministra redundan en el hecho de que "salvo en casos minoritarios, las mujeres son las más explotadas".
Casi un centenar de personas son forzados con golpes, quemaduras y amenazas a consumir drogas y sustancias potencialmente peligrosas para que puedan seguir ejerciendo la prostitución más allá de sus capacidades físicas: el ministerio y la ministra afirman que "existe un plan integral contra la explotación de seres humanos, pero que hay que hacer más hincapíe en los problemas que la prostitución acarrea a las mujeres".
¿A qué se debe esta insistencia redundante e innecesaria?, ¿por qué se produce este impulso continuo de recordar la presencia femenina en el oscuro mundo de la prostitución criminal? La respuesta se omite por obvia. El ministerio y la ministra necesitan recalcarlo, recordarlo y reforzarlo porque las personas explotadas, los seres humanos esclavizados, las víctimas inocentes eran hombres.
No se trata de caer en la explicación que a esta postura del ministerio daría el antifemnismo radical -tan pernicioso como el feminismo radical-. Todo es mucho más simple. Se trata de un síntoma típico de reacción al mal de la caida de los palos del sombrajo.
Al Minsiterio y a todas aquellas que mantienen las posiciones ideológicas que le sustentan les viene muy mal que aparezcan redes de explotación sexual de hombres. Se les caen los palos del sombrajo porque, independientemente de su condición minoritaria, que nadie discute, la explotación sexual maculina les destruye totalmente uno de los pilares fundamentales de su existencia: que la violencia y la agresión a las mujeres en la sociedad actual parte del machismo y del institnto de dominación sobre ellas sólo achacable a los hombres.
Si un hombre se convierte en macarra de otro hombre resulta absurdo explicarlo a través del concepto de la clase femenina oprimida de MacKinnon. Si un varón explota sexualmente y maltrata, humilla y destruye a otro varón para obtener beneficios económicos no se puede recurrir al manido instinto de dominación másculina sobre la mujer acuñado por Dworkin, en su feminismo más desesperado y desesperante.
Para explicar dos hechos que son en apariencia idénticos se tiene que buscar -aplicando el olvidado y nunca suficientemente ponderado concepto de la Cuchilla de Occam- la explicación más sencilla que sirva para encontrale sentido a ambos.
Ni el ministerio, ni la ministra, ni las hijas de Dworkin, ni las herederas de MacKinnon pueden hacerlo porque esa explicación es la más trágica, la más sencilla, pero la más trágica. Y además las deja sin defensas, sin escudos, sin apriorismos salvadores.
La explotación sexual de mujeres -y por tanto la de hombres- no se debe al machismo ni al instinto masculino de dominación. Es el producto de una sociedad occidental que ha recorrido a lo largo de los siglos el camino de la deshumanización hasta completarlo casi por entero. Se debe a que hemos decidido comerciar -con dinero o por trueque- con todo y con todos.
Se debe a que hemos considerado que es lícito, ético y estético satisfacer nuestras necesidades a cualquier precio. Se debe a que hemos aceptado ser objetos intercambiables de otros y tratar a los otros como objetos desechables -en el sexo y en todo lo demás-. Se debe a que estamos dejando de ser humanos.
Y por eso el ministerio y sus medios y plumas afines se lanzan a una campaña para minimizar hasta hacer desaparecer la prostitución masculina. Publican reportajes en los que se afirma que la protistución y la explotación sexual másculina está oculta y es menos esclava que la femenina, ignoran la nota de prensa de la policía en la que se decía que "la mayoría de los clientes de la red eran hombres" para no tener que reconocer que una minoría de esos clientes explotadores eran mujeres; tiran de datos -aportados bienintencionadamente por los colectivos de gays- en los que sólo se hace referencia a la prostitución homosexual, ignorando los datos sobre los "chicos de compañía", los locales de "boys" y los gigolos que pueblan las páginas de Internet.
Porque aceptar que las mujeres son clientes de protitución, que sustentan y colaboran en la explotación de hombres supone asumir que ellas también tratan a los hombres como objetos sin concederles dignidad y además les deja sin la justificación para la existencia de su ministerio -que no de la lucha contra la explotación sexual femenina-.
Porque aceptar que las redes de protistución de lujo -las famosas escorts- están gestionadas y dirigidas por mujeres hace imposible negar la realidad de que las mujeres también son capaces de tratar a otras mujeres como objetos y beneficiarse de su sufrimiento y humillación y, por ende, les obliga a replantearse todos sus supuestos idológicos y filosóficos. Y eso, que resulta extremadamente difícil para el común de los mortales, para un político y un ideólogo -sea del sexo que sea- se antoja completamente imposible.
Por eso Aido responde a la aparición de una red de explotación sexual masculina recuperando su campaña en contra de los anuncios de protitución en los medios de comunicación en lugar de iniciar una de información entre los chaperos y transexuales del madrileño Paseo de Camoens, por ejemplo; en lugar de iniciar un plan de ayuda a los que son explotados como ya existe para aquellas que sufren la esclavitud sexual, en lugar de pedir al Ministerio del Interior que a la vez que prohibe los anuncios de protistución en prensa prohiba los artículos de las revistas femeninas que bromean sobre el asunto, justifican su uso e incluso recomiendan a sus lectoras la utilización de estos servicios como muestra de independecia, forma de lucha contra el machismo imperante y solución a sus problemas de pareja.
¿Qué esos artículos no existen? Es posible que me equivoque de medio a medio. Al fin y al cabo hace cinco días tampoco existia la esclavitud sexual masculina organizada en España.
Y la crítica es solamente eso, crítica. No machismo rabioso.
Es el convencimiento de que hay algo más importante que lograr que las mujeres no sean explotadas sexualmente: conseguir que nadie sea explotado sexualmente. No porque sea hombre, sino porque quiero intentar seguir siendo humano.
Y la crítica es solamente eso, crítica. No machismo rabioso.
Es el convencimiento de que hay algo más importante que lograr que las mujeres no sean explotadas sexualmente: conseguir que nadie sea explotado sexualmente. No porque sea hombre, sino porque quiero intentar seguir siendo humano.
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