Mientras los -por lo menos hasta ahora- integrantes del gobierno tripartito catalán recurren a la tragredia griega en plena Diada y optan por representar algo parecido a eso de las tres hijas de Elena, que ya sabemos todos como eran en el refrán, en Euskadi gobiernos nacionales y autónomicos, abertzales y españolistas parecen empeñados en llevar hasta sus últimas consecuencias la puesta en escena de otro producto literario.
Así escenifican en su tierra, sus tribunales, sus despachos y sus calles la fábula de James Matthew Barrie que, gracias a la factoría Disney, dejó de ser una llamada de atención desesperada y desesperante a los adultos para transformarse en una fantasía infantil.
Y claro, ahora que el entorno político independentista ha ejercido ya de Campanilla revoloteadora, que quiere que sus niños -en este caso sus más que violentos niños- se comporten bien, pero sin renunciar al Nunca Jamás de una realidad superada hace años; ahora que ETA y sus encapuchados Peterpanes han aceptado a regañadientes hacer caso a sus Campanillas, pero siguen negándose a crecer lo suficiente como para reconocer que estaban equivocados, que prácticamente siempre lo estuvieron, y que tienen que abandonar Nunca Jamás para estrellarse contra los números en el mundo real; ahora que ha ocurrido eso, que Campanilla y Peter Pan ya están en escena, le toca el turno al Capitán Garfio.
No hay Nunca Jamás si un Capitán Garfio como es debido.
El Gobierno, los partidos, los tribunales toman la casaca enjaretada y el sombrero de fieltro y se empeñan en hacer un papel tan absurdo como innecesario, enzarzandose en un duelo de aceros, fintas y giros contra aquellos que quieren marchar - y han terminado marchando - por las calles de Bilbao para defender su derecho a seguir viviendo en Nunca Jamás.
Es más que posible que legalmente tengan la capacidad para impedirlo -la Ley de Partidos les da la posibilidad de prohibir casi cualquier cosa al entorno abertzale-, pero la lógica más directa y sencilla debería haberles hecho darse cuenta de que lo único que mantiene vivo a Peter Pan es su eterno combate con Garfio, de que lo único que justifica la presencia de Campanilla en esa tierra falsa y baldía es el miedo al corsario que ataca a sus niños.
En lugar de ignorarles, de dejarles que hagan lo que quieren hacer y que griten lo que quieren gritar; en lugar de permitirles exhibir sus pancartas, sus banderas y sus revindicaciones y actuar posteriormente si han incumplido alguna ley -que tal como está el patio legal con eso del enaltecimiento del terrorismo, seguro que lo habrían hecho-, las instituciones del Estado, el Gobierno y la Oposición y ni se sabe cuanta gente más se emboscan en denuncias, prohibiciones, recursos y demandas.
Se empeñan en repetir el sempiterno duelo entre la daga minúscula de la fantasía absurda de los Peterpanes abertzales y el estoque largo y difuso -nunca he sabido porque Garfio es el único pirata que lleva un estoque y no un sable, pero bueno- del ese Capitán Garfio cruel y desmedido como les gusta a los abertzales pintar al gobierno español.
Uno diría que, después de casi treinta años de participar en ese juego, los políticos y las instituciones tendrían que haber aprendido a no dar argumentos a estos habitantes de Nunca Jamás para seguir justificando su intento por la violencia y el enfrentamiento de imponer a todos los que ya han despertado y crecido su mundo fantástico e imposible.
Pero no lo hacen. Vuelven a caer en el mismo error, en el mismo duelo absurdo, en la misma danza de estocadas y fintas para evitar algo que no tendría que porque ser evitado: una manifestación. A lo mejor es que el gobierno vasco y el gobierno español necesitan a los abertzales tanto como los abertzales les necesitan a ellos; a lo peor es que ellos también necestan que Euskadi sea Nunca Jamás.
A lo mejor necesitan que los ojos de todos los que allí viven, luchan por prosperar y buscan su futuro estén vueltos hacia las alturas etereas en las que combaten Peter Pan y Garfio para que no nadie se de cuenta de que ninguno de los dos se preocupa en lo más mínimo por aquello que es importante en el mundo real de Donosti, Bilbao o Vitoria. Espero que no sea por eso.
A lo peor es que la oposición españolista - y por más que se hagan llamar de otra manera, esa es su definición más adecuada- necesita que Euskadi siga creyendo que lo más importante para ella es sacar a esas gentes de Nunaca Jamás porque sabe que si desaparecen, sus tesis consevadoras no tendrán ni una sola oportunidad de prosperar contra un partido que a la vez es conservador y nacionalista.
A lo peor es que necestina que los peterpanes y las Campanillas abertzales sigan pinchando y revoloteando para que ellos puedan pescar réditos electorales con su garfio en esa mar revuelta y tempestuosa. Me temo que es por eso.
Por fortuna la realidad ha aterrizado de golpe en las calles de Bilbao y les haconducido a todos ellos de una patada en sus fantasioso glúteos fuera de su país inexistente para que sus nalgas perciban de golpe el duro asfalto de la Euskadi del mundo real.
Cuatrocientos individuos se han manifestado pese a las prohibiciones, las decisiones judiciales y los ríos de tinta legal, política y periodística vertidos sobre ellos. Esos cuatro centenares han coreado lemas a favor de la necesidad de vivir en Nunca Jamás, es decir, de la independencia de Euskadi -algo que tienen todo el derecho a hacer, hasta según la tan traída y llevada Constitución española-, han gritado exigencias de acercamiento de los presos de ETA a Euskadi -algo que, según nuestro sistema legal, también tienen derecho a reclamar- y se han ido a casa.
Sin quemar papeleras, sin gritar Gora Eta, sin enaltecer el terrorismo, ni atentar contra los símbolos y las instituciones del Estado. Vamos, como si hubieran crecido de repente.
Ahora sólo queda por ver si al Gobierno español, a la Oposición y al Gobierno Vasco le preocupa más Nunca Jamás o Euskadi. Deberían preguntárselo a los vascos pero, claro, eso nadie quiere hacerlo. Nadie decide en referendum en Nunca Jamás.
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