Que estamos en un momento donde nada
es lo que era y todo comienza a ser lo que siempre pareció es algo que cada vez
nos asalta con más intensidad.
Y una de las circunstancias que
empieza a dibujarse como realmente es, uno de los ámbitos que en estos tiempos
de crisis que es derrumbe, de continuos pliegues y repliegues sociales que no
son otra cosa que el cortejo fúnebre de un sistema económico o cambia o morirá,
llevándonos por delante a muchos de nosotros, son los movimientos
reivindicativos, los movimientos sociales.
A muchos de estos se les ha cambiado
el paso, a otros se les agolpa el trabajo como si fueran Atlas sujetando un
mundo que se hace añicos y a otros les salen las vergüenzas. Y como no podía
ser de otra forma al radicalismo postfeminista que nos aqueja y que hace
imposible la existencia de un verdadero feminismo dentro de nuestras fronteras
lo que más le han salido han sido las vergüenzas.
Sobre todo en la manifestación de
ayer. Esa que tiñó Madrid de un colorido ciertamente original en el que
aquellos que están en contra de la política económica del Gobierno decidieron
convertirse en un remedo multitudinario de Los Tres Mosqueteros de Dumas.
Y como siempre ocurre en estas
ocasiones, las vergüenzas les salieron en esas cinco letras que para los que
hablan y escriben de ella son el epítome de la realidad cuando esta ocurre, son
el refrendo de que algo ocurre. Cada una de las famosas cinco letras del
periodismo -Quien como, cuando, donde y porqué-.
Como en un damero de esos antiguos de
Ocón de Oro esas cinco letras se compusieron ayer para decir de los colectivos
que componen el ala radical del feminismo patrio mucho más de lo que se ha
descubierto de ellos desde que pueblan el arco político y social de este país.
¿Quién?
Se manifestaron trescientas.
Trescientas con sus camisetas malvas, con todo su apoyo mediático, con todas
sus subvenciones, con todo el refrendo político e institucional que han tenido
durante ocho años, con toda la base demográfica de la mitad de la población a
la que dicen representar, a la que dicen defender, por la que dicen hablar.
Trescientas como los rezos del Via Crucis,
como los guerreros de Leónidas.
La mayoría superaban la cincuentena – ¿será
que las mujeres jóvenes perciben el feminismo de otro modo?, ¿será que no tienen necesidad de percibir a los hombres como enemigos?, ¿será que prefieren renunciar a un coito si no tienen un anticonceptivo a mano en lugar de entrar en disquisiciones éticas posteriores?
Había menos mujeres en la marea -o
marejadilla- malva que las que había en la marcha por La Minería -y eso que no
hay tantas mujeres trabajando en los pozos asturianos, muchas menos que el de
la función pública y desde luego que en la de la educación o en la de la
enseñanza.
Porque todas esas mujeres se preocupan
por otras cosas, tienen en mente la sociedad y todo aquello que afecta a sus
entornos, no se conciben como entes aislados en los que solamente importa su
condición de mujer.
Porque el resto de las mujeres
hicieron de tespios, acadios, atenienses, focenses y tebanos y se unieron a la
guerra común en lugar de lanzarse a una batalla unitaria e inútil en la que
solamente se buscaba honor y gloria, los remedos clásicos del poder.
¿Cómo?
El cómo fue mucho más revelador. Se
metieron, que no unieron, en la marea general de nuevo como como hiciera el rey Espartano y sus falanges. Exigiendo un puesto relevante en la cabeza
de la marcha -y estuve presente en tan bochornoso momento-, en el atril de los
discursos, en los momentos en los que las cámaras enfocaban para los
informativos. Se introdujeron buscando una relevancia que su número no les
daba, que sus reivindicaciones no tienen en este momento porque "el
principal problema es que siempre vamos detrás de los hombres a todas
partes". En un país que se desmorona económicamente, bajo el asalto de un
Gobierno que antepone el mercado a la sociedad y los presupuestos económicos
superados hace veinte años a la creación de empleo, ese es el principal
problema para ellas.
Lo hicieron con lemas que eran
antiguos cuando el feminismo era joven y a los que renunció en el resto del
mundo hace décadas: “¡que opinen cuando
tengan útero!, ¡nosotras parimos, nosotras decidimos!” y demás cantinelas
que el feminismo igualitario de verdad, el que reflexiona en Francia, Gran
Bretaña o Estados Unidos desechó por supremacistas e imponer criterios
biológicos en decisiones que afectan a toda la sociedad. Ese fue el cómo que
eligieron para esto.
Lo hicieron tras sus escudos antiguos, sin abandonar su parapeto por mucho que supieran que no protege a nadie más que a ellas y ni siquiera eso.
¿Cuándo?
El cuándo también fue un remedo
absurdo de lo apartadas que se encuentran estas postfeministas furibundas del
mundo, de las mujeres, de la realidad y de la sociedad. Cuando todos los demás
se unen para generar el uno para todos y todos para uno, cuando lo económico y
lo social tiende a unificar a colectivos que antes funcionaban por separado, a
grupos sociales que antes eran impermeables al desaliento y los problemas de
otros. Cuando los males de todos son una prioridad.
Pero ellas, en una burbuja de tiempo
congelado, ellas, que no habían secundado como colectivo ninguna huelga general
anterior, que no habían participado en ningún movimiento social por el bien
común ahora se suman al carro. Ahora que ya no pierden nada porque han empezado
a perder su base política de apoyo. Ahora, no antes. Solamente ahora.
¿Dónde?
El donde es lo único que compartieron
con todos los demás porque no podía ser de otro modo. Porque así podrían decir
que todas las mujeres que estaban allí con camisetas negras, verdes, naranjas,
blancos o negras o con banderas de la Rioja, de Asturias o de Canarias también
estaban con ellas, también apoyaban sus reivindicaciones, también formaban
parte de su marcha.
Pero como siempre en casi todo, la más
absoluta explicación de lo que son y lo que pretenden ser está en el
porqué.
Sobre todo el por qué.
1 comentario:
"Cinco palabras", no "cinco letras", entiendo.
;)
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