Después de unos días viendo y escribiendo mis tristezas y decepciones en los males del mundo no me queda más remedio que hablar de otra cosa. Algo que es lo mismo y parecido pero que se hace infinitamente más relevante para la actualidad.
Hoy toca hablar de Francia.
Hollande, el candidato oscuro y silencioso se ha hecho con la primera vuelta de las presidenciales en Francia y ya casi es un hecho que arrojará a Sarkozy de El Eliseo. Aunque más bien es el pequeño y sin rumbo presidente el que se ha auto catapultado más allá de la presidencia de Francia.
Pero, como suele ser común en este Occidente Atlántico nuestro, lo importante no es lo que se marcha o lo que se queda, lo importante es siempre lo que llega, lo nuevo, aquellos que se supone nos va a cambiar la vida.
Y lo que llega no es otra cosa que un candidato que se apoya en uno de los más viejos ritos de esta Europa que no tiene dirección porque no sabe ni quiere saber adónde va. Ambos candidatos -por no hablar del ultraderechismo de Le Pen- han jugado a lo mismo, han ofertado lo mismo, se han robado ideas, propuestas y promesas y han mostrado al mundo en horario de máxima audiencia y en directo en qué se ha convertido Francia y por ende -nos guste o no a los españoles- en qué se ha convertido y se está convirtiendo Europa.
Ambos han jugado al mismo juego pero Hollande tendrá el honor de inaugurar en Francia algo que solamente puede definirse como el provincianismo global.
Porque Europa, empezando por Francia, siguiendo por España y culminando por todos los demás países y naciones del Viejo Continente han cogido el disfraz de Juan Palomo y han optado por un suicida "yo me lo guiso, yo me lo como".
Hollande se queja amargamente de deslocalizaciones a China -y tiene razón-, lamenta amargamente que el consumo francés vire hacia productos no franceses -ahí ya comienza a columpiarse- y echa la culpa a Europa y sus políticas de los males de Francia. Y puede que en todo ello tenga razón. Puede que el diseño europeo no sea el adecuado y que la competencia de China, de India o de Brasil les esté desangrando.
Pero, coreado incluso por su antagonista que se escondió de Europa durante toda la campaña, que apeló a la xenofobia cuando ni siquiera él se la creía, que tiro de islamofobia cuando le vino bien y que seguramente cortejará a los votantes del Frente Nacional para intentar agarrarse al sillón de El Eliseo, le ha robado a Francia aquello que aportó al mundo hace ya siglos: el universalismo.
Aquejados del virus maniqueo que nos vuelve a Occidente cual epidemia cíclica en tiempos de borrascas, ha elevado a rango de virtud lo que otrora fuera nuestro más criticado vicio: el provincianismo.
Y así ha convencido a los franceses de que hay que elegir entre la Europa de Merkel y el rigor presupuestario que solamente beneficia a Alemania y por los pelos y la salvación nacional a despecho de todo y de todos -incluido el inglés, por supuesto-.
Es la Europa actual o Francia. Es el sálvese quien pueda en lugar del esto solo lo arreglamos entre todos.
Y Hollande no es un caso único. El gobierno Holandés cae por idéntico motivo. Por optar entre la Europa merkeliana y su nación, el gobierno español se ahoga en sus propias soluciones por no saber mirar más allá de sus números y elegir la Europa que ahora se ha diseñado en lugar de la nación. Ese es nuestro complejo siempre queremos ser más papistas que el papa, más católicos que Roma, más musulmanes que Damasco, más europeos que Europa.
Y unos y otros crean la falsa dicotomía entre Europa y la nación cuando debería caerse por su peso que si 600 millones de europeos no pueden con el aparato industrial de bajo coste de China, con el movimiento comercial de Brasil o con la irrupción de India o de Rusia, mucho menos van a poder frenarlo los 50 millones de Españoles, los 65 millones de franceses o los 82 millones de alemanes.
No se trata de elegir entre Europa y mis provincianos recursos, deseos y motivaciones. Se trata de elegir entre la Europa del euro fuerte y la contención del déficit u otra Europa. No se trata de abandonar, se trata de evolucionar. No se trata de dar por perdido el campo de batalla y hacernos fuentes en nuestros reductos para soportar las acometidas y los asedios, se trata de modificar el frente de batalla para cubrir todos los flancos.
Se trata simplemente de cambiar Europa. No de renunciar a ella.
Y si tiene que hacerse el euro una moneda más flexible pues se hace -aunque pierda Alemania- y si se trata de endurecer la política comercial para evitar el Dumping, pues se hace, aunque tengan que perder los países periféricos, y si se trata de abolir el undécimo mandamiento del credo merkeliano del 3 por ciento de déficit pues su procede a su abolición y se sigue avanzando.
Hollande es la muestra de lo que ya ha hecho Monti, de lo que está haciendo Rajoy, de lo que practican los políticos por mor de los votos que siempre les concede la mirada provinciana de su suelo como lo importante, como lo preferencial, como lo único importante.
Nadie se atreve a decir que no podemos salvarnos solos, que ya no tenemos impulso nacional, ni poderío económico nativo como para enfrentarnos a los cambios que el mundo está haciendo sin tenernos en cuenta. Nadie es capaz de superar el provincianismo global que nos aqueja.
Y la respuesta es tan simple que parece imposible que seamos incapaces de observarla a través de la venda de orgullo e indignación provinciana que nos hemos puesto ante los ojos para echarles la culpa de nuestro fracaso y nuestra situación a otros que no somos nosotros.
¿Cuál es la diferencia esencial entre China, Estados Unidos, Brasil, India, Rusia y cualquier economía emergente que se nos pueda venir a la cabeza y nosotros?
Lo sabemos pero no queremos decirlo en alto porque eso no da votos. Porque Hollande no hubiera ganado un solo sufragio si lo hubiera dicho cuando lo franceses lo único que ven a su alrededor es Francia,; porque Rajoy no hubiera obtenido ni siquiera un puñado de sufragios si lo hubiera dicho cuando los españoles lo único que percibimos es España.
La única diferencia entre todos esos y nosotros es que ellos ya funcionan como un todo, ya son uno. Ya tienen un solo gobierno.
No una moneda única, no una economía conjunta, no una política de defensa común sino un solo gobierno.
Nosotros podemos seguir pensando que podemos salvarnos por nuestra cuenta, que podemos hacerlo solos, resistir el tirón y no hacer el cambio global que precisamos para aclimatarnos a lo que ya es el mundo. Podemos vivir en el sueño de que aún podemos modificar el mundo a nuestro antojo como cuando fuimos grandes y poderosos. Podemos seguir buscando los arcanos que nos trasmuten la piedra en oro o que nos abran para siempre la cornucopia de la abundancia. Podemos seguir mirándonos nuestros provincianos ombligos pero eso ya no es la solución.
Porque solamente una Europa unida en el gobierno podrá hacer frente al tiempo que se viene encima. Solamente los mercados de deuda se pararan si la deuda emitida es de Europa y lo que pase en una región -que ahora es un país- se equilibre con lo que acontezca en otra. Si la bonanza de Alemania equilibre la mala situación de Grecia y en el siguiente ciclo el crecimiento de Bélgica o de Portugal equilibre el estancamiento de Alemania u Holanda, si el desequilibrio industrial de Francia se compensa con el sector industrial estable hasta el exceso del Reino Unido.
Y eso solamente puede pasar si somos uno. Pero uno, de verdad.
Pero Hollande no ha ganado por eso. Ha ganado porque nos ha revertido al concepto del sálvese quien puede, de Francia contra el mundo. Porque ha transformado a los franceses de nuevo en súbditos de la flor de Lis y su honor en lugar de en ciudadanos de la ideología universal y universalista que les dio su revolución.
Hollande es la prueba de que somos latinos en el sentido estricto de la palabra. Descendemos del lacio y del antiguo imperio y repetimos sus mismos errores. Cuando ya estamos unidos, cuando nuestra forma de unión nos saca los errores y nos pone en modo decadente, no optamos por fortalecer esa unión anta aquellos que ya llegan unidos hasta nuestras fronteras. Intentamos dividirlos, intentamos comprarlos y cuando eso nos falla nos dividimos una y mil veces en la convicción de que como tenemos menos territorio que defender no será más fácil la defensa.
Pero perdemos recursos, dividimos las legiones, las hacemos caminar “magnis itineribus” de un lugar a otro mientras el enemigo -que no lo es, salvo porque nosotros le hemos convertido en enemigo- avanza en bloque tomando una por una cada una de esas provincias que ya no tienen recursos ni fuerza para enfrentarles.
Perdemos el imperio por no querer cambiarlo.
Si Europa no nos sirve menos han de servimos Francia, Italia, España o Alemania. Si Europa no nos sirve tenemos que avanzar a despecho de nuestra propia provincia, sea esta cual sea, hacernos uno solo y dejar las banderas para la Eurocopa y la Champions.
Hollande, Sarkozy, Rajoy, Rubalcaba, Merkel o cualquiera de los políticos europeos nunca lo dirán porque ellos perderían los ámbitos en los que pueden ejercer el poder y el gobierno que son la razón de sus vidas.
Y nosotros, los europeos, podemos fingir que eso no es necesario o que es imposible. Al mundo le da igual. Los otros ya lo han hecho.
1 comentario:
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