Como en todo, el dinero es una
muestra, solo una muestra, de lo que somos en el resto de los ámbitos, en lo que
realmente debería ser lo importante de nuestras existencias pero que raramente
dejamos que lo sea. Así, que como en todo, el dinero es una muestra de lo que
es la acción política.
Bárcenas y sus 22 millones de euros
en Suiza son una muestra de lo que es la acción de un partido, de cómo afronta
ese partido la política, de cómo se enfrenta al poder. Pero el defraudador y sus
dineros no son síntomas de nada por el hecho de su existencia, lo son por cómo
se mueven y actúan los inquilinos de Génova 13 y La Moncloa cuando su
existencia se ha convertido en ineludible.
Si Bárcenas demuestra cómo es la
política en este país, si sus dos decenas largas de millones helvéticos
demuestran cómo se entiende el ejercicio del poder entre la falsa élite
política española, las reacciones de Génova y Moncloa -o la falta de ellas, en
algunos casos- demuestran como es el Partido Popular y cómo es el Gobierno que
nos cargamos a las espaldas con la última visita a las urnas.
Porque que el tesorero de un
partido tenga 22 millones fuera del país demuestra que nuestros partidos están
más allá del perdón, de la contrición y del arrepentimiento, por mucho que
cuelguen la vitola de cristianos en sus apellidos; demuestra que las
formaciones políticas en las que se organizan las ideologías en nuestro país
han convertido esa actividad en una fuente de ingresos como objetivo principal.
Los sobresueldos de Génova, como
antes hicieron los fondos reservados de Ferraz, nos dejan claro que nuestros
políticos buscan un beneficio personal y económico por encima de todo.
Bárcenas, como antes Naseiro, como antes Roldan, como ahora Matas, Camps,
Fabra, los socialistas y los de Izquierda Unida de Mercasevilla, Jordi Pujol
hijo, Baltar, Juan Guerra y un largo etcétera de políticos de todo signo y
condición, demuestran que los políticos españoles pretenden colocarse más allá
del bien y del mal, pretenden vivir de aquello de lo que no se debería vivir,
pretenden engordar sus cuentas bancarias más allá de lo lógico e incluso de lo
prudente, haciendo de la política un ejercicio de engrandecimiento económico,
personal y familiar.
Y eso no es nuevo. Es repugnante,
entristecedor, rabiosamente reiterado y demoledor para nuestro futuro como país
y como sociedad, pero no es nuevo. Nuestra política está así escrita y descrita
desde tiempo inmemorial, desde las cesantías, desde Cánovas y Sagasta.
Pero las reacciones del PP, de sus
mandos y sus gentes fuertes, demuestran como son, demuestran qué concepto de la
política y sobretodo del poder tienen.
Cospedal corre a poner en marcha a
sus contables para revisar las cuentas del partido. Nadie sabe si quiere
ocultar pruebas, amañar los libros ante un posible requerimiento judicial o
simplemente comprobar que esos 22 millones suizos de Bárcenas son suyos y sólo
suyos y no deberían estar en las cuentas -españolas o helvéticas- del Partido
Popular.
Y luego sale, velo de santidad y
tono de suficiencia ponderada en ristre, para decir que las cuentas del PP
están auditadas y claras y que no pasa nada. Que eso nada tiene que ver con el
PP.
Así entiende Cospedal el poder. "Mi palabra es ley, a otra cosa ¡Dejen
de molestar que tenemos muchas cosas que hacer!"
¿No estaba también auditada la
fusión de Bankia? ¿no estaban también las cuentas del PP claras cuando se
defenestró a Garzón por investigar a Bárcenas y sus adláteres en el caso
Gürtel? ¿No estaba también la honorabilidad de Bárcenas más allá de toda
duda cuando se fotografiaban junto a él y acusaban a jueces, fiscales y
ministros de montar cacerías para pergeñar conspiraciones contra el PP?
¿De verdad cree Cospedal que su
palabra puede ser tomada en cuenta? ¿De verdad se le antoja que nos tranquilizarán
sus palabras, que son fuente de autoridad?
Cualquier político del mundo sabría
qué no, pero ella y lo que representa no lo sabe. Ella cree que sí.
Tanto se ha acostumbrado en tan
poco tiempo al ejercicio del poder absoluto en Castilla La Mancha que cree que
está capacitada para salir a la palestra y que su mera palabra acabe con un
asunto que nunca debería haber comenzado pero que, una vez puesto en marcha, no
acabará nunca.
Y la reacción a los sobresueldos es
todavía peor.
Verstrynge comienza a lanzar
puñales contra Aznar, contra Rajoy, contra el PP en general y contra la cúpula
genovesa en particular, en todos los medios a su alcance -sobre todo en El
Mundo con el que siempre se ha llevado muy bien-. Dispara a diestro y siniestro
en la esperanza de que una bala perdida acierte a quien tiene en mente a la
hora de disparar.
Esperanza Aguirre, la nunca
suficientemente retirada ex presidenta de la Comunidad de Madrid, coge su cesta
y su delantal de simpática aldeana y se pone a repartir dudas sobre Génova
como una ajada campesina que lanzara semillas por los campos en pleno otoño.
Busca que el asunto desgaste a Rajoy, deje fuera de combate a los que la
cerraron el paso al liderazgo del partido y a su sueño de hacer de La Moncloa
su residencia al menos durante cuatro años antes de morir.
Sáenz de Santamaría, encumbrada de
la nada política hasta la Mutivicepresidencia del Gobierno por Rajoy, se
disfraza del Silas clásico y mira hacia otro lado. Cual ave africana afirma no
haber visto, no haber oído, no haber sabido nada y mantiene que si lo hubiera
sabido lo hubiera dicho. Tira de evasión y de desconocimiento para salvar sus
muebles
Y todas esas actitudes, todo ese
catálogo de formas de reacción, solamente demuestran que el Partido Popular se
entiende a sí mismo como un molesto vagón lleno de compañeros de viaje hacia
el poder que no aguantan demasiado el olor unos de otros cuando sube la
temperatura y los sudores comienzan a anegar la estancia.
Pone de manifiesto que entienden su
propia formación como un club de arribistas donde todos intentan medrar de una
forma u otra, sacar tajada de una forma u otra, en cualquier situación. Una
manada de hacedores de cadáveres en el armario que permanecen atentos, con el
cuchillo entre los dientes dispuestos a encontrar un espacio descuidado entre
los omóplatos de alguien para clavarlo hasta el fondo y salir reforzados de la
defenestración del que se sienta en la silla de al lado o de enfrente en la
ejecutiva
Nos enseña que son una colección de
personalismos individuales que buscan la manera de beneficiarse -o como mínimo
de salvarse- cuando las cosas empiezan a oler mal, cuando la mano pinta en
bastos.
Si entendieran la política como
compromiso. Verstrynge hubiera ido al fiscal anticorrupción hace una década a denunciar esas prácticas
de las que ahora habla , Esperanza Aguirre habría
mostrado su creencia de que la cúpula del PP sabía lo que ocurría con los
millones suizos de Bárcenas, hace años, cuando esa cúpula todavía estaba en
condiciones de apoyarla en su lucha por la supremacía en los pasillos
genoveses, Sáenz de Santamaría habría mirado en todas direcciones buscando a
quién recibía los sobrecitos y lo hubiera puesto en conocimiento de quien
corresponde.
Y Cospedal, la ínclita profeta de
la santidad política Cospedal, hubiera cogido los libros del PP, sellados ante
notario y se los habría remitido por vía de urgencia a la fiscalía
anticorrupción, al Tribunal de Cuentas y a la Comisión Europea, si se terciaba,
para que ellos fueran las voces de autoridad que dijeran que los libros del PP
estaban en condiciones.
Pero ninguno de ellos ha hecho nada
por el estilo y eso demuestra que el PP se entiende a sí mismo como un
poder más allá de la ley, que tiene el derecho inalienable de cerrar filas, de
acallar escándalos, de tapar asuntos, simplemente porque está en el poder y le
viene bien que se haga.
Que el poder para ellos es la
impunidad y que el partido es una hermandad de asesinos venecianos
en la que se asciende aprovechándote de la sangre del de al lado.
Pero hay tres reacciones más
que demuestran, aún mejor lo que el poder, la política y su mismo partido,
suponen para este Gobierno y la formación electoral que lo sustenta.
Y las tres son del ínclito Mariano,
de nuestro señor Presidente del Gobierno, del que todos sabemos la poca
tendencia que tiene a la reacción espontánea ante los acasos.
"No
me temblará la mano", dice Rajoy.
¿No le temblará la mano para qué? ¿Para
echar a los corruptos del partido?
Eso es lo único que puede hacer. A
menos que de repente se convierta en acaparador del poder judicial, los juzgue
sumariamente y los encarcele. Bárcenas ya no está en el partido y sigue con sus
22 millones en Zúrich.
Rajoy parece considerar más
importante pertenecer al PP que cualquier otra cosa en este país. La amenaza de
Rajoy es papel mojado en la vida real porque no depende de él el castigo a los
culpables -en el caso de haberlos. Que los hay, seguro-. Él solamente puede
expulsarlos del partido y parece que eso es lo importante. Porque si te quedas
fuera del partido ya no serás de los nuestros, ya no te seguiremos protegiendo,
ya no impediremos que fiscales y jueces vayan a por ti, ya no te indultaremos
si es menester.
Por eso la amenaza de Rajoy tiene
fuerza y debe hacer temblar a los culpables. Porque el PP utiliza el poder para
proteger a los suyos, para forzar un juicio por jurado en tierras de Camps y
lograr su absolución, para indultar a Carromero, para acallar escándalos, no
recurrir a sentencias absolutorias de corrupción o apartar a fiscales
anticorrupción de casos de su partido. Ese es la ventaja de estar en el PP.
Así es como se entiende el
ejercicio del poder en Moncloa durante este inquilinato.
Y la segunda reacción, apoyada por Santamaría
-cómo no- es mucho peor. "El asunto
está zanjado", afirma el Presidente del Gobierno.
De nuevo la actitud mayestática de
un Gobierno que se cree por el hecho de tener el poder ejecutivo, en la
potestad de decidir sobre todo lo que ocurre en el territorio sobre el que
gobierna. El asunto lo zanjarán los tribunales, lo zanjará el Tribunal Supremo,
y ellos no pueden darlo por zanjado. La polémica sobre el asunto la zanjarán
los medios de comunicación cuando sus audiencias se aburran o cuando lleguen al
fin del asunto, y ellos no tienen nada que decir al respecto. Por más que sean
el Gobierno, por más que tengan 11 millones de votos, por más que tengan cuatro
años para gobernar -o desgobernar, según se mire- este país. Ellos no pueden
zanjar el asunto.
Pero su idea de que el poder es
omnímodo, de que les da derecho a decidir de qué se debe hablar y de qué no,
cuando se puede protestar y cuando no, qué se debe juzgar y qué no, les lleva a
pensar que están en condiciones de zanjar el asunto de los 22 millones de
Bárcenas, de los sobrecitos danzarines, de los sobresueldos en negro con su
mera palabra.
Es el típico desliz de aquellos que
utilizan la democracia, que son demócratas en las formas pero son autócratas en
el fondo. Que son demócratas en el gobierno pero autocráticos en el poder.
Y la última reacción del buen
gallego que rige los destinos de recorte y austeridad, entendida como excusa
ideológica, de este país es tan de traca que tiene que contar con el refuerzo
de Cospedal-
"Bárcenas
ya no tiene nada que ver con el PP", dice Mariano. "Que cada palo aguante su vela", refrenda Cospedal.
Y eso ya es el culmen, el no va
más, el pandemonio completo y absoluto, el espejo definitivo en el que se mira
el Partido Popular para demostrarnos lo que es.
Bárcenas está siendo juzgado por
algo que hizo como tesorero del PP, esas cuentas son de ese periodo, tiene mesa
y despacho en el edificio de Génova, el partido le pagó los abogados, las
defensas y los procuradores, habla de sobresueldos a miembros del PP, hizo toda
su carrera política y económica en el PP, comparte firma bancaria en
representación del PP con Rajoy y Cospedal, y se atreven a decir que no tiene
ya nada que ver con el PP porque ellos le quitaron la militancia. Son responsables, nunca dejarán de serlo, por más juegos malabares que intenten hacer ante nuestros ojos para ocultar esa realidad incuestionable.
Intentan convencernos de que el PP
está más allá de los manejos de su antiguo tesorero porque no tiene insignia ni
rango, como los ejércitos que sueltan más allá de las líneas enemigas a sus
comandos sin graduación ni uniforme.
Pero el problema es que ellos le
rindieron honores cuando engrosaba sus filas, cuando todo parecía seguro,
cuando la victoria parecía que iba a hacer innecesario su sacrificio. Es como
enviar a un espía después de despedirlo y condecorarlo públicamente y
retransmitido por televisión y luego, cuando le pilla el enemigo, decir que no
se le conoce.
Es como si George W. Bush saliera
de su atragantamiento galletil y su nube etílica para decir que su Estado Mayor
bombardeó Afganistán e invadió Irak por su cuenta -bueno, vale, Bush intentó hacer
colar eso-.
Claro que cada palo tiene que
aguantar su vela. Pero el palo y la vela son del PP en su conjunto. Por más que
ellos entiendan la política como beneficio económico propio, el partido como arribismo,
el Gobierno como escudo personal y el poder como tapadera.
Y antes de que nadie lo diga, es
cierto.
Otros lo hicieron en este país
antes o, como poco, a la vez que ellos ¿Y qué?
1 comentario:
Muy bueno. Has machacado el hierro en caliente y donde hay que darle, que por ahí los golpes se los lleva el yunque.
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