martes, abril 03, 2012

La bella sonrisa de Asma nos cuenta nuestro error

Rara vez un error se nos hace tan palpable, se nos vuelve tan evidente como lo que nos ha pasado y nos está pasando con Sirias, sus gobernantes y sus gobernados.
Mientras ese occidente atlántico aún intocado pero que ya ha descubierto que no es intocable se afana por disimular el hecho de que tras meses de bombardeos, de tiroteos, de una guerra civil que bautizamos como levantamiento popular, las cosas siguen igual en el feudo de El Asad y nosotros hemos seguido que sigan igual, hay un solo gesto, una sola persona, un solo ser que encarna a golpe de sonrisa perfecta y trazo curvilíneo escultural todas nuestras vergüenzas con respecto a ese país, con respecto a ese pueblo, con respecto a lo que Damasco nos profetiza sobre nuestro futuro.
Asma El Asad dibuja en su sonrisa perfecta todos y cada uno de nuestros errores con respecto a Siria y, por extensión, a lo que Damasco representa y siempre representó.
A Asma la vimos bella y la creímos bella, la vimos pasear por nuestras calles, sonreír a nuestros líderes, rivalizar con nuestras bellezas y pusimos en ella el epítome de lo que había de ser ese mundo desconocido al que nos acercábamos con temor desde que nos barriera de oriente y estuviera a punto de barrernos de occidente.
Y quisimos que todas y todos fueran como ella, que más allá del estrecho siempre disputado, en las aguas del golfo siempre en guerra todos y todas se parecieran a Asma. No porque ella hubiera demostrado nada que la hiciera diferente. Sino porque había adoptado las formas y los modos que nos resultaban comprensibles. Porque sus gastos millonarios en París la hacían lo que tenía que ser, porque su hermoso rostro y su dulce sonrisa la hacían lo que tenía que ser. La hacían no como debería ser sino como nosotros queríamos que fuera.
La vimos lucir modelos de nuestros diseñadores y la creímos elegante, la vimos acariciar los cabellos de nuestros niños en sus visitas oficiales y la creímos solidaria, la vimos pronunciar palabras dirigidas sobre el futuro y la apertura y la creímos moderna.
La vimos sin velo y creímos y quisimos creer que era una de los nuestros.
Y luego, tras años de poblar y ascender en las listas de belleza y elegancia de las revistas que consagran nuestro exterior como arma de supervivencia, después de contemplar con admiración su belleza tan occidental como nuestros cánones, su pelo tal al viento como las melenas de las mujeres de este lado de la locura llamado civilización occidental, creímos que ese era el ejemplo, intentamos convencer a aquellas que no eran como ella en el oriente que decimos próximo pero sabemos lejano de que era el modelo a seguir. Porque si se parecía a nosotros tenía que ser el modelo a seguir. Nosotros seremos el modelo a seguir. Siempre creeremos que lo somos.
Y un día, llego a la capital del otrora califato que sí fue  en otro tiempo el modelo a seguir, esa primavera disfrazada de sangre y fuego, disfrazada de revolución e inconformismo, llamada primavera árabe y protagonizada por aquellos que no quieren ser como nosotros y mucho menos seguir siendo como a nosotros nos conviene que sean.
Y cometimos el segundo error con Asma, la bella Asma, la solidaria Asma, la moderna Asma, la desvelada Asma.
Esperamos que la modernidad, que el parecido con ese occidente atlántico que queremos exportar al mundo para que el mundo muera con nosotros, la hicieran hablar, la hicieran rebelarse, la hicieran sacar su vena solidaria.
Nos preguntábamos por qué no hablaba, por qué no decía nada, por qué no lucía su palmita por Europa para decir que no estaba de acuerdo con eso, por qué no usaba su sonrisa como remedo vivo de una hurí paradisiaca para calmar a los iracundos, consolar a los heridos y acompañar a los muertos en Homs, Palmira o Damasco.
Incluso cometimos un segundo error por no aprender del primero y llegamos a creer que en realidad era una mujer sometida al poder arbitrario de un desatado El Asad, la revertimos a la imagen de sumisión que tenemos de la mujer árabe sin conocerla, que manejamos del matrimonio musulmán sin practicarlo. Creímos que no hablaba porque la furia enloquecida de aquel con el que compartía lecho y trono no la dejaba hacerlo.
Occidente es único intentando enmendar sus errores con errores aún mayores.
Y de repente, algo tan efímero y prosaico como esas comunicaciones vagas y etéreas llamadas correos electrónicos, no quebraron el cuento que habíamos construido sobre esta moderna Sherezade damascena e incluso nos anularon las moralejas que habíamos extraído para comprenderlo.
Y aunque lo neguemos, aunque aquellas que en su día la usaron de ejemplo de mujer árabe, menos bella que la bella Ranya de Jordania, pero más suya y más nuestra por ir menos velada y más trajeada, lo nieguen, aunque las cancillerías y embajadas que la elogiaban y recibían lo desmientan, aunque las princesas y esposas de gobernantes que la envidiaban lo callen, nos dimos cuenta de quién era Asma El Asad y cuál era el motivo de su silencio.
Nos dimos cuenta que no callaba por miedo o por vergüenza. Que no callaba por ser mujer, por ser árabe o por ser musulmana.
Simplemente calla porque es como nosotros.
Porque, como a nosotros, no le importa lo más mínimo que su poder o su comodidad se asienten sobre el dolor y el sufrimiento de los otros, aunque a nosotros los otros nos quedan mucho más lejos que a ella -o no tanto-.
Asam no hace nada distinto que los que cierran un ERE y se van de vacaciones a Acapulco, que aquellos y aquellas que arruinan una empresa y se van con una indemnización millonaria dejando a cientos sin trabajo y sin dinero. No se comporta en modo diferente a aquellos y aquellas que gastan el dinero que es de todos en fastos y coronas y luego tiran del sufrimiento de otros para cuadrar las cuentas.
Y por supuesto hace exactamente lo mismo que todos aquellos que no asumen que la dignidad antecede a la comodidad y siguen tirando del dinero paterno que no existe en lugar de arriesgarse a una vida al filo económico, de todos aquellos y aquellas que optan por la cobertura del sexo furioso de fin de semana para evitar el compromiso del amor continuado y no siempre gozoso; lo mismo que todos los que buscan en el escaqueo, en la elusión, en la pereza y en la indolencia el reposo laboral sin fijarse en cómo se arquean las espaldas de aquellos sobre los que hacen recaer el trabajo que ellos ignoran
Porque, como nosotros, ha hecho de sus deseos individuales, de sus necesidades personales, la única medida de su felicidad y de la justicia universal y consideraba que todo lo que ocurra para lograr mantenerlos está justificado. Puede que nosotros lo hagamos con el amor, con la familia, con el trabajo, con la amistad y ella lo haga con toda una nación, con todo un pueblo y con toda una sociedad. Pero entre el silencio de Asma El Asad por las muertes de Homs y el nuestro por los despidos de nuestros compañeros, no hay diferencia; entre el mutismo de Asma por los bombardeos y nuestra callada respuesta a las normas injustas que no nos afectan, a los dolores familiares que no nos influyen, a las traiciones afectivas que nos dejan indiferentes, no hay diferencia.
Porque, como nosotros y como nosotras, Asma está orgullosa de haber conseguido el poder en su entorno, de haber derrotado y sojuzgado al hombre que tiene a su lado y tira de falso feminismo para eludir sus responsabilidades sociales, sus delirios ideológicos. Como ha conseguido su vindicación personal y de género ya no le importa nada más, aunque vea la sangre de los demás manando a borbotones ante la puerta de su palacio.
Así que Asma nos ha cortado el cuento, nos ha negado la belleza de su rostro, la luz de su mirada y la alegría de su sonrisa por una simple razón.
Hemos hecho muy bien nuestro trabajo y la hemos convertido en una de los nuestros. Por eso no le importa su pueblo, por eso no le importa la revolución siria ni la insurrección damascena. A nosotros tampoco nos importa. Por eso Asma continúa, pese a todo, en su palacio. En la lista negra de la elegancia y la modernidad, pero en su palacio.
Guardando silencio, como nosotros, pero en su palacio. También como nosotros.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

You always had a fondness for Asthma, little brother. Beautiful women do not always have beautiful souls. You should know better than anyone. Now is the time. Come back home. This has always been the home of your soul. Fight those who know you know it. Come back home. Western Guys and Dolls do not deserve you. Especially the Western dolls. Ghull

devilwritter dijo...

Western girls were always a problem for you, right ghull?
There are too many beautiful shells on and too soulless big men who do not have the big heart.
Now I'm fighting, big brother, I am fighting from the moment I wake until I go to bed.
There are too many fairies and goblins in this western Atlantic civilization that do nothing except hover seeking pleasures and escapades.
You already know to fight, If I go to fight with you...
who make the effort to teach them to fight?

Anónimo dijo...

So are you. You bleed for them even though they may not even be aware that you're bleeding, or that you do for them. Love them even though they never love again. My beloved sister taught you that. Allah Yafaslha

devilwritter dijo...

She taught me not. Just reminded me that I knew. Just keep fighting. I can only try to minimize our loss. We're overdue, ghull, we are already defeated. We do not know love or fight. We know only enjoy and beg. The memory of your beloved sister shed tears if she knew. Allah Yafaslha

Anónimo dijo...

But there is still someone in your Western world to love?

devilwritter dijo...

ha ha ha ... Do not be evil, Ghul.
Do not they know they can be loved, they know they want to be loved and pretend to believe that there need to be loved. But worth it. Some women always deserve it. You keep fighting. Only you keep fighting.

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