Mientras los estadounidenses se
debaten entre prestar atención a su nuevo presidente y sus promesas fiscales o
a su antiguo director de los servicios secretos, la mítica CIA, y su flamante
amante y biógrafa, nosotros nos echamos a la espalda uno de esos días de mala
suerte ancestral, un martes y trece, que nos obliga además a pensar sobre el
día siguiente, ese mañana que será el día de la huelga general.
Y eso nos cuesta, nos pone tensos, nos
provoca un humor repentinamente truncado y quebradizo, porque nos obliga a
hacer algo a lo que no estamos acostumbrados y a conectar nuestras
neuronas en una cadena sináptica que no utilizamos desde tiempos inmemoriales.
La huelga general nos obliga a decidir, a tomar partido sin saber lo que harán
los otros. Nos fuerza a arriesgarnos, nos exige ponernos al descubierto.
Y eso en el Occidente Atlántico está
completamente demodé.
Puede que sea casualidad -de hecho, es
seguro que lo es- pero la casualidad de que nos toque pensar sobre la huelga
general, sobre la manera de afrontar la diferencia entre el futuro que queremos
y el que nos construyen, un martes y trece no deja de ser elemento de sarcasmo
histórico en el que seguro que no repararon ni Cándido ni Toxo cuando fijaron
la fecha de la protesta.
Nos enfrenta a nuestro más ancestral
escudo contra la historia y el compromiso, nos coloca ante la trinchera más
poblada desde que el bueno de Yago se diera una vuelta por tierras íberas y
tuviera la más que cuestionable idea de cristianizarlas.
Hoy, martes y trece, tenemos que
decidir si seguimos en nuestras trece de la mala suerte o dejamos de utilizar
esa excusa para no hacer nada para cambiar el papel en la historia que nos
quieren obligar a representar.
La huelga General de mañana y la
decisión que tomemos sobre ella nos privan definitivamente de nuestra más
antigua excusa: La mala suerte.
Porque, pasado este día en el que se
junta todo lo negativo, desde la Cábala hasta Loki -¡ese gran incomprendido!- y
desde el anticristo hasta la muerte del Tarot, ya no podremos tirar de ella,
recurrir al hado adverso, como explicación para nuestra desgracia, como
llevamos siglos haciendo, para justificar aquello que ocurre y que nos hace
sufrir sin que hayamos hecho nada para evitarlo aunque hubiéramos podido
hacerlo.
Y así, cuando este agonizante sistema
que nadie quiere reformar nos abrace fuertemente y nos arrastre en su caída, no
podremos encogernos de hombros y echar la culpa al empedrado, al detisno o al azar siempre adverso a las tierras hispanas.
Si nos quedamos sin trabajo ya no será
mala suerte, si nos rebajan el sueldo a la mitad y nos doblan la jornada ya no
será un problema de suerte aciaga, si nuestros hijos no pueden ir a la
Universidad o son arrojados del sistema educativo al primer suspenso para que
sean camareros no podremos achacárselo a nuestra funesta fortuna, cuando no seamos
atendidos convenientemente en un hospital o no tengamos posibilidad de pagar
nuestras medicaciones no estaremos en condiciones de culpabilizar a un pesaroso
azar. No podremos cargar sobre las espaldas de la viejas Cloto, Láquesis y Atropos el peso de nuestras elusiones y nuestra falta de compromiso, de riesgo y de esfuerzo en defensa de aquello que otros nos legaron.
Cuando veamos desmontarse todo aquello
por lo que sangraron y lucharon generaciones enteras de nuestros antepasados en
condiciones mucho peores que la nuestras, no podremos mirar al cielo y recordar
a Unamuno, reproduciendo nuestro sentimiento trágico de la vida, y alzando los
ojos arrasados de lágrimas al cielo y nuestros agotados brazos a las alturas
para preguntar al hado invisible disfrazado de dios qué hicimos para merecer
tanto castigo.
Porque los hados, los cielos y la
historia responderán a nuestra desesperada pregunta con una cruel
imprecación ¡Deberíais pensar no en lo que habéis hecho, sino en lo que habéis
dejado de hacer!
Y sabremos que cuando el delgado hilo del destino se rompa no lo cortarán las moiras, lo habremos dejado quebar nosotros.
Y sabremos que cuando el delgado hilo del destino se rompa no lo cortarán las moiras, lo habremos dejado quebar nosotros.
De modo que cuando pensemos en nuestra mala
suerte, nos acordaremos del martes y trece y recordaremos que hubo una de esas
fechas malditas por siempre que tuvo un día siguiente en el que no arriesgamos
nada, no enseñamos nada, no luchamos por nada. Un miércoles catorce, en el que
tuvimos la oportunidad de empezar a cambiar las cosas a desterrar al hado
pernicioso de nuestra suerte y no hicimos nada.
Y si es así, a partir del quince de
noviembre de 2012, el lema que Méndez e Ignacio han elegido para esta Huelga
General que llega el día después del Día General de La Mala Suerte será más
verdad que en ningún otro momento.
"Hay
culpables". Y los
seguirá habiendo y seremos nosotros. Al menos hasta la siguiente oportunidad de
intentar cambiar las cosas que nos brinde la historia.
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