martes, noviembre 13, 2012

El Martes 13, la huelga y el fin del sino hispano.


Mientras los estadounidenses se debaten entre prestar atención a su nuevo presidente y sus promesas fiscales o a su antiguo director de los servicios secretos, la mítica CIA, y su flamante amante y biógrafa, nosotros nos echamos a la espalda uno de esos días de mala suerte ancestral, un martes y trece, que nos obliga además a pensar sobre el día siguiente, ese mañana que será el día de la huelga general.
Y eso nos cuesta, nos pone tensos, nos provoca un humor repentinamente truncado y quebradizo, porque nos obliga a hacer algo a lo que no estamos acostumbrados y a conectar nuestras neuronas en una cadena sináptica que no utilizamos desde tiempos inmemoriales. La huelga general nos obliga a decidir, a tomar partido sin saber lo que harán los otros. Nos fuerza a arriesgarnos, nos exige ponernos al descubierto.
Y eso en el Occidente Atlántico está completamente demodé.
Puede que sea casualidad -de hecho, es seguro que lo es- pero la casualidad de que nos toque pensar sobre la huelga general, sobre la manera de afrontar la diferencia entre el futuro que queremos y el que nos construyen, un martes y trece no deja de ser elemento de sarcasmo histórico en el que seguro que no repararon ni Cándido ni Toxo cuando fijaron la fecha de la protesta.
Nos enfrenta a nuestro más ancestral escudo contra la historia y el compromiso, nos coloca ante la trinchera más poblada desde que el bueno de Yago se diera una vuelta por tierras íberas y tuviera la más que cuestionable idea de cristianizarlas.
Hoy, martes y trece, tenemos que decidir si seguimos en nuestras trece de la mala suerte o dejamos de utilizar esa excusa para no hacer nada para cambiar el papel en la historia que nos quieren obligar a representar.
La huelga General de mañana y la decisión que tomemos sobre ella nos privan definitivamente de nuestra más antigua excusa: La mala suerte.
Porque, pasado este día en el que se junta todo lo negativo, desde la Cábala hasta Loki -¡ese gran incomprendido!- y desde el anticristo hasta la muerte del Tarot, ya no podremos tirar de ella, recurrir al hado adverso, como explicación para nuestra desgracia, como llevamos siglos haciendo, para justificar aquello que ocurre y que nos hace sufrir sin que hayamos hecho nada para evitarlo aunque hubiéramos podido hacerlo.
Y así, cuando este agonizante sistema que nadie quiere reformar nos abrace fuertemente y nos arrastre en su caída, no podremos encogernos de hombros y echar la culpa al empedrado, al detisno o al azar siempre adverso a las tierras hispanas.
Si nos quedamos sin trabajo ya no será mala suerte, si nos rebajan el sueldo a la mitad y nos doblan la jornada ya no será un problema de suerte aciaga, si nuestros hijos no pueden ir a la Universidad o son arrojados del sistema educativo al primer suspenso para que sean camareros no podremos achacárselo a nuestra funesta fortuna, cuando no seamos atendidos convenientemente en un hospital o no tengamos posibilidad de pagar nuestras medicaciones no estaremos en condiciones de culpabilizar a un pesaroso azar. No podremos cargar sobre las espaldas de la viejas Cloto, Láquesis y Atropos el peso de nuestras elusiones y nuestra falta de compromiso, de riesgo y de esfuerzo en defensa de aquello que otros nos legaron.
Cuando veamos desmontarse todo aquello por lo que sangraron y lucharon generaciones enteras de nuestros antepasados en condiciones mucho peores que la nuestras, no podremos mirar al cielo y recordar a Unamuno, reproduciendo nuestro sentimiento trágico de la vida, y alzando los ojos arrasados de lágrimas al cielo y nuestros agotados brazos a las alturas para preguntar al hado invisible disfrazado de dios qué hicimos para merecer tanto castigo. 
Porque los hados, los cielos y la historia responderán  a nuestra desesperada pregunta con una cruel imprecación ¡Deberíais pensar no en lo que habéis hecho, sino en lo que habéis dejado de hacer! 
Y sabremos que cuando el delgado hilo del destino se rompa no lo cortarán las moiras, lo habremos dejado quebar nosotros.
De modo que cuando pensemos en nuestra mala suerte, nos acordaremos del martes y trece y recordaremos que hubo una de esas fechas malditas por siempre que tuvo un día siguiente en el que no arriesgamos nada, no enseñamos nada, no luchamos por nada. Un miércoles catorce, en el que tuvimos la oportunidad de empezar a cambiar las cosas a desterrar al hado pernicioso de nuestra suerte y no hicimos nada.
Y si es así, a partir del quince de noviembre de 2012, el lema que Méndez e Ignacio han elegido para esta Huelga General que llega el día después del Día General de La Mala Suerte será más verdad que en ningún otro momento.
"Hay culpables". Y los seguirá habiendo y seremos nosotros. Al menos hasta la siguiente oportunidad de intentar cambiar las cosas que nos brinde la historia.

No hay comentarios:

Lo pensado y lo escrito

Real Time Analytics