Siempre hay un invisible equilibrio
entre grandes actos y pequeñas acciones, un insustancial fiel que determina el
objetivo de las acciones de un individuo, una sociedad o un gobierno.
Normalmente son los grandes actos los que parecen enseñar a las claras las
motivaciones, pero en muchos casos son las pequeñas acciones, casi
imperceptibles las que delatan definitivamente la intención de los actores de
sus propias vidas y de los gobiernos que las rigen.
Y eso le ocurre al Gobierno de Mariano
Rajoy, el ínclito inquilino de Moncloa que lleva un año forzándose a sí mismo a
creer en lo increíble de su plan, del de verdad.
Y entre tanto recorte, entre tanto
desmantelamiento de un modelo de sociedad y servicio público en el que dicen
creer con la boca pequeña, un cambio de festividad, un movimiento de calendario
parece algo anodino, insignificante. Pero puede que no lo sea.
Rajoy y sus huestes genovesas poblaron
las calles los 6 de diciembre enfrentando el supuesto constitucionalismo al
nacionalismo en Euskadi y Catalunya, de se arrojaron a los actos conmemorativos
cuando ser "constitucionalista" rendía dividendos electorales por
oposición al terrorismo y por enfrentamiento con un sentimiento nacional
hispano que convertía a las tierras vascas y catalanas en antiespañolas.
Pues bien ahora, que ya nada de eso
importa, que el poder ya es suyo quieren quitar el rango de festividad al 6 de
Diciembre. No quieren que nadie conmemore el Día de la Constitución. No quieren
que nadie tenga el día libre para que pueda pensar en La Constitución.
Ahora ya no hay que tremolar la Ley
Fundamental del Estado, hay que pasar sobre ella como de puntillas. La
productividad es más importante que los derechos.
Ahora que La Constitución les pone en
riesgo el copago sanitario, que la Carta Maga les derrota en su sempiterna
lucha contra el nacionalismo y el sentimiento independentista en Euskadi, que
les frena en la posibilidad de "moderar" -es decir, amordazar- la
expresión popular en las calles, quizás ya no sea tan buena idea que la gente
piense en ella, que se le dé un día a los españoles para que, entre vermuts y
cañas, puedan llegar a pensar qué significa La Constitución y quien es ahora
quien intenta pasar por encima de ella.
Y para rematar la faena, el constructo
ideológico que escolta a Rajoy y Moncloa en este cambio de modelo de Estado
disfrazado de lucha contra la crisis pretende sustituirla por el Lunes de
Pascua.
Porque claro, siempre será mejor, tal
y como están las cosas, recurrir al recordatorio de la Resurrección de su
mesías de entre los muertos -como pretenden hacer con su teoría económica y
social- que dejarnos pensar en la silenciosa y soterrada Pasión y Muerte a la
que están sometiendo a nuestra Constitución, su espíritu y su letra.
Nos cambian nuestros derechos por la Mona de Pascua.
Es mejor que pensemos en el premio a
la sana resignación cristiana que supone la supuesta vuelta de entre los
muertos del mito del hijo del carpintero, que recordarnos fijarnos en la lucha
que supone mantener los derechos que convierte en sagrados nuestra
Constitución.
Es un detalle, solo un detalle. Pero uno de los reveladores.
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