Una niña, miembro del trío que formará
toda mi vida parte de mi alma, escribió hace cuatro años en el comienzo de un
relato que escribía "aquel día, al
despertar, me di cuenta de que ya no soñaba con hadas y dragones".
Así, en una sola frase, como los mejores de aquellos que hacen de la palabra
escrita belleza y comunicación, relataba su crecimiento, su salto a un estadio
nuevo de vida y evolución. El comienzo del camino hacia una madurez que a todos nos tiene que llegar en un momento u otro, aunque lo queramos demorar hasta lo imposible.
Más allá del orgullo paterno que
destila esta introducción, hoy en España más de dos millones de niños dejan de
soñar demasiado pronto con hadas y dragones.
Más de dos millones de niños, un 45%
más que antes de que este sistema nuestro comenzara a pudrirse por no encontrar
más sustancia en el egoísmo y el individualismo en el que se asentaban sus
raíces, se levantan cada día en una severa pobreza, en la seguridad de que
tienen que agradecer a este Gobierno -y también a los anteriores, en parte- que
los dragones ya no pueblen sus pesadillas y las hadas no habiten en sus sueños.
Y eso tiene que ser bueno.
Deberían agradecer que pierdan horas
de ocio, de juego y de infancia en ser pequeñas madres y pequeños padres de sus
hermanos menores porque aquellos que deberían ocuparse de los más tiernos
infantes de la familia no pueden hacerlo sometidos al miedo de perder su puesto
de trabajo si solicitan una jornada reducida o aquejados de jornadas extendidas
hasta la saciedad por mor de una reforma laboral que permite a los empleadores
hacerlo impunemente.
Eso les prepara para el futuro.
Deben dar las gracias por recorrer
varios kilómetros a pie, como hicieran sus abuelos, porque los recortes se han
llevado su autobús al limbo del país de Fantasía. Eso forja y endurece el
cuerpo y ayuda a estudiar el medio ambiente.
Han de levantarse contentos de pasar
horas junto a sus padres en las colas de la beneficencia para lograr la comida
que antes llegaba ajustada a fin de mes y que ahora no se mantiene en el
frigorífico más allá de la primera quincena. Eso sirve para evitar el
sobrepeso.
Han de estar contentos de haberse
convertido en "niños móviles" que pasan la jornada en centros de día
donde les dan una comida que complementa la única que sus padres pueden
permitirse darles en lugar de dedicarse a enseñarles y entretenerles como
ocurría antaño. Eso es beneficioso para la socialización de los más pequeños.
Han de saltar de la cama, radiantes,
sabiendo que ese día comerán la comida fría de una tartera porque sus
progenitores no tienen dinero para pagar el comedor escolar y su colegio no
tiene presupuesto para comprar tres microondas.
Hoy, en el Día mundial de la Infancia,
muchos de los niños que otrora desperdiciarán su infancia en soñar con dragones
y hadas, pueden levantarse contentos de saber que están en el país de la Unión
Europea donde la pobreza de los más pequeños ha crecido más y donde la
inversión social ha descendido más rápidamente.
Hoy, dos millones de niños se han
levantado sabiendo que no tienen que soñar con dragones porque se los
encontrarán en cuanto salgan a la calle y que no pueden volver a soñar con
hadas porque sus padres ya no tienen tiempo de contarles cuantos ni dinero para
cómprales libros en los que ellas aparezcan.
Y estarán contentos y le darán gracias
al Gobierno por ese regalo en el Día Internacional de la Infancia.
Porque, al fin y al cabo hay que crecer,
hay que estar preparado para el futuro sin perder el tiempo en sueños,
fantasías, juegos o alegrías propias de la inocencia de la infancia. Y en eso
no le pueden hacer reproche alguno al actual gobierno de nuestro país.
Su pobreza presente les prepara perfectamente
para su miseria futura.
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