Se diría que, tal y como está el patio
interior de lo nuestro, no es el momento ideal para escrutar a través de las
ventanas y fijarnos en lo que pasa en jardines más o menos lejanos. Se diría,
pero en realidad esa actitud de no mirar allende nuestras propias narices y
creer que lo doméstico es lo que marca el ritmo del futuro es lo que nos ha
llevado al lugar entre la insatisfacción y la desesperación que ahora mismo
ocupa el Occidente Atlántico.
Así que por una vez -ojala sirva de
precedente- miremos hacia afuera.
No, a esa Francia que se aferra a los
social como la única esperanza que aún puede salvar lo nuestro, no. Hacia
afuera de verdad. No, a esa Alemania que pretende salvarse económicamente a
costa del euro y de Europa, tampoco. Ni hacia esos Estados Unidos que se
agarran con uñas y dientes a la última esperanza negra por mor de no volver a
caer en la desesperación maltrecha de la nación blanca, anglosajona y
protestante como en los mejores tiempos del orgullo WASP.
Hacía afuera de verdad. Hacia el mundo
que se mueve, mientras nosotros permanecemos quietos, mientras nosotros nos
contraemos sobre nosotros mismos en espera del colapso.
Miremos hacia el mundo que nos llega a
oleadas por los periódicos y los informativos televisivos, ese que está más
allá de nuestras fronteras comunes occidentales atlánticas. Ese que está en
perpetua revolución y en constante guerra.
Y lo que vemos allí, en el mundo
exterior -para nosotros tan exterior como si se tratara de otro planeta- es el
nuevo capítulo de locura fanática protagonizado por los locos de la yihad a
cualquier precio y los furiosos defensores del reino de Yahvé sobre La Tierra.
Hamas y los halcones sionistas del
gobierno israelí vuelve a su eterna guerra en una nueva entrega. Pero esta vez
hay muchas cosas diferentes, hay muchos elementos distintos. En esta ocasión
ambos demuestran algo que hasta ahora nos parecía imposible, se nos antojaba
inconcebible.
Ninguno de los dos cuenta ya con nosotros,
colapsados y vueltos hacia nosotros mismos, para nada.
Para empezar, quizás por primera vez
desde la guerra de los Seis días, lo que están protagonizando los dos gobiernos
más teocráticos del globo -uno de forma abiertamente fanática y el otro
de forma soterrada y sibilina- es una guerra. Desequilibrada de momento, pero
una guerra.
¿Qué es lo que ha cambiado?, ¿qué ha
hecho mudar esa eterna ida y venida de actos terroristas y represalias o de
actos represivos y respuestas-que eso depende de quién empiece en cada ocasión-
en una auténtica guerra?
Pues muy simple. Un artefacto llamado
Farj-5.
Porque Hamas ha empleado el dinero que
sangra a los palestinos -y probablemente el que recibe de jeques yihadistas a
lo largo de todo el mundo conocido- en hacerse con unos misiles de alcance
militar y eso cambia el juego.
Porque Israel ya no se enfrenta a los
tristemente famosos katiuskas de los que te puedes defender manteniendo
prácticamente despoblada la frontera con la franja de Gaza mientras realiza una
tras otras incursiones de castigo sobre las ciudades, los barrios y los
edificios en los que viven los miembros de Las
brigadas Ezzedine al-Qassam junto con otros cientos de palestinos que mueren
como escudos humanos o como bajas colaterales.
Los
Fraj-5 llegan a Tel Aviv, pueden volar hasta Jerusalén. Y eso significa que los
yihadistas puede utilizar su misma estrategia: Afinar la puntería, disparar y
sentarse en el salón de su bunker a ver en el informativo a cuantos israelíes
civiles han matado.
Eso
significa que pueden utilizar la estrategia del ataque selectivo –que ya
sabemos que de selectivo no tiene nada-, apuntado sobre una comisaría o un
centro de gobierno y luego diciendo que no es su problema que el gobierno israelí
rodee los objetivos militares de civiles.
Eso
significa que pueden derribar un caza israelí -como ya han hecho, si hay que
creer la propaganda de los enloquecidos dictadores religiosos de Gaza- que
hasta ahora volaba impunemente para destrozar los objetivos que su estado mayor
le marcaba.
Eso
significa que, aunque aún tiene las de ganar, puede perder mucho en su
enfrentamiento con Hamas. Y eso solo significa que por primera vez es una
guerra.
Durante
todo su reinado del terror en Gaza Hamas ha tenido de rehenes a los palestinos
que eran masacrados por Israel en respuesta a su política furiosa de yihadismo
a cualquier precio, pero ahora la población israelí también es rehén y posible
víctima multitudinaria de la política de expansión militarista que los halcones
sionistas a los que votan han adoptado desde hace décadas.
Y mucho
más que nuestra crisis, nuestra deuda soberana, nuestro euro y nuestra
decadencia, eso cambia el mundo.
Porque,
los unos y los otros, arrojados a la guerra sin ambages, ya ignoran la
diplomacia con Occidente y las relaciones con nosotros.
Egipto y
su presidente Mursi viaja a Gaza, enviándonos el mensaje de que no le importa
demasiado lo que opinemos al respecto, Irán prosigue con sus desarrollos nucleares
-si es que no los ha concluido ya, el islamismo -tanto el democrático como el
radical- intensifica su presencia tanto en la guerra de Siria como en las
manifestaciones en Jordania para cerrar el círculo bélico sobre Israel.
Eso nos
lo esperábamos. Es lo habitual en un epicentro de poder emergente que ignore
las recomendaciones e incluso los intentos de imposición del anterior núcleo
del poder en decadencia.
Es lo
que hicieron los macedonios con la Grecia clásica, es lo que hicieron los
bárbaros con Roma, es lo que hizo la burguesía con la aristocracia. Es lo que
se ha hecho siempre.
Pero de
quien no lo esperábamos era de Israel o, para ser más exactos, del gobierno
expansionista de Israel.
Los
gobernantes hebreos siempre habían jugado la baza de que creyéramos que eran
parte de nuestra civilización occidental atlántica.
Cierto
era que eran -junto con Irán, Estados Unidos y China- el país que más
resoluciones de las Naciones Unidas incumplían; cierto era que se negaban a
suscribir los convenios internacionales uno tras otro desde el de No
Proliferación de Armas Nucleares hasta el de constitución del Tribunal Penal
Internacional, pero ellos jugaban a través de su democracia interna y de sus
relaciones comerciales a ser parte de nuestra civilización, a convencernos de
que jugaban con nuestras reglas.
¡Cómo no
iban a ser de los nuestros si hasta cantaban en Eurovisión y jugaban la Copa de
Europa!
Pero
ahora, cuando ven que su política, que su incapacidad para separar el trigo de
la paja, que su deseo de controlar, colonizar y "hebraizar" un territorio que no les pertenece, se puede
volver contra ellos y puede sembrar de cadáveres sus ciudades por mor de los
Farj-5, se quitan la máscara.
Su ejercito deja de comportarse como tal, deja de fingir que sigue nuestras reglas de compromiso -esas que intentan hacer parecer que le guerra es algo civilizado y contenido- y se comporta como una banda de terroristas. Emitiendo amenazas personales desde sus medios, colgando desafios en las redes sociales, utilizando Internet del mismo modo que toda suerte de criminales, terroristas y locos furiosos han hecho desde que el vacío que vincula se comenzara a usar para dirimir enfrentamientos de radiclaes entre ellos.
Vamos que Al Qaeda se estára relamiendo viendo como el Ejército israelí, supuestamente organizado, supuestamente occidental, supuestamente moderno, hace lo mismo que hicieron hace años bajo su guía un puñado de pastores integristas en las montañas que rodean Kabul.
Su
ministro de exteriores, Advigor Lieberman, anuncia que sí las naciones Unidas
-o sea nosotros- comenzamos reconocer a Palestina como un Estado y se le otorga
la condición de observadora en la Asamblea General, se limitarán a derrocar por
la fuerza el gobierno de Abbas en Cisjordania.
¿Envía
Abbas misiles contra Israel?, no ¿está el gobierno de Fatah actualmente en
guerra con los halcones guerreros israelíes?, no ¿tiene Israel derecho de veto
en la Asamblea General de Naciones Unidas?, no.
Sencillamente
no les viene bien. Sencillamente, como hacen los locos furiosos de Hamas -que, recordémoslo,
también han ganado unas elecciones en Gaza, al igual que los gobernantes israelíes
y por tanto son tan "democráticamente
legítimos" como ellos-, ignoran nuestras normas porque no quieren un
país enemigo en sus fronteras.
Porque,
si Palestina es un país, formará parte de ese nuevo poder emergente que se
fundamenta en la raíz cultural del Islam, que no tiene ningún complejo con
respecto al pogromo nazi de los judíos europeos porque no participó en él, que
lleva ya casi una década ignorando parcialmente esta civilización nuestra que
se sigue tirando de lo judeocristiano tanto o más que el emergente bloque árabe
tira de lo islámico, aunque no queramos reconocerlo.
Porque,
si Palestina es un país, ya no podrá controlar si mantiene relaciones con
Rusia, con China o cualquier otra de esas potencias emergentes que ya pasan
olímpicamente del occidente atlántico y que estas la armen hasta los dientes de
Farj-5 o incluso de misiles de mayor alcance y más poder destructivo, aviones o
carros de combate.
Porque
si eso ocurre. Por primera vez Israel se enfrentara a sus múltiples guerras en
condiciones de igualdad con todos sus antagonistas -que son muchos- y eso es
demasiado hasta para los Josués
guerreros del Ministerio de Defensa israelí.
Así que
esta nueva fase de la guerra en Palestina -y ahora también en Israel, que, por
cierto, siempre fue también Palestina- cambia muchas cosas.
Por
primera vez llega o puede llegar a toda Palestina, tanto la israelí como la no
judía. Y por primera vez ninguno finge que le importa en absoluto como
reaccionamos ante ello.
Los dos nos dan por muertos o por
incapaces de hacer otra cosa que no sea sobrevivir. Quizás a ninguno de ellos
les falte razón.
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