domingo, noviembre 11, 2012

Mariano I, El PSOE y La Paz de Los Desahucios


Tener un techo en el que cobijarse es algo que hemos dado por sentado. Es una de esas circunstancias que damos por sentada en esta sociedad occidental atlántica nuestra y que parece que todo sistema tiene que garantizar.
Ahora sabemos que no es así.
Los partidos políticos, los de siempre, los que nunca han hecho de la política otra cosa que la lucha por el poder y no el esfuerzo por la responsabilidad del servicio a los demás, han decidido firmar un armisticio en esa eterna lucha polarizada entre la falsa izquierda que quiso cambiar demasiado y la mastodóntica derecha que se resiste demasiado a cambiar. Si estuviéramos en el olvidado Imperio Español esto se estudiaría con el nombre de alguna ciudad del sacro imperio o de Flandes detrás como la Paz de Utrecht o de Aquisgrán, pero como estamos donde estamos y vivimos en el tiempo en el que vivimos solamente podrá conocerse como El Armisticio de la Primera Revuelta de los Desahucios.
Porque en esto de dejar a la gente sin casa y sin cobijo en pleno barrido huracanado de la más galopante crisis económica desde el crack del 29 el presidente de nuestro gobierno se está comportando, quizás por la obsesión que tiene el conservadurismo español con el orgullo patrio del pasado glorioso, como el emperador Carlos. Ese que, por cierto, también vino de Alemania.
Porque Mariano I de España y último en Alemania, cuando la plebe se le subleva en justo reclamo por sus techos imitando a los chicos del viejo Flandes allá en los comienzos del imperio, les envía a sus tercios, -ahora con petos de kevlar y defensas flexibles que sustituyen a las más vistosas picas- a que partan y repartan antes de ninguna otra cosa.
Y cuando eso no acaba de funcionar y los jueces se le empecinan en circunvalar la ley por injusta y abusiva, los munícipes en no usar a sus policías en los desahucios y los expertos en criticar, columna tras columna y escrito tras escrito, una ley hipotecaria casi tan antigua como el Sacro Imperio, hace lo que hizo el monarca de Yuste y se sienta a firmar con los que están en el otro lado de la balanza del poder un armisticio que le permita poner fin a esta Revuelta de los Desahucios para poder seguir a lo suyo.
Como hiciera el emperador Carlos con La Paz de Londres, intenta engañarnos, intenta vendernos gato por liebre, intenta convencernos de que esa rúbrica es el fin de nuestros problemas, la protección definitiva contra aquello que ha originado la revuelta. Como el monarca de los Austrias hiciera con Los Comuneros, con los protestantes o con las gentes de Flandes, intenta colarnos una metonimia imposible.
Nos vende como una paz lo que solamente es una tregua. Nos presenta como una solución lo que solamente es una demora.
El y la oposición que se reúne con él pretenden que creamos que la paralización por dos años de las ejecuciones de hipotecas y los desahucios es una solución cuando no lo es. Intentan presentarnos un dique de contención que presenta múltiples grietas desde el momento mismo de su construcción como una canalización que desvía el curso del río cuyo caudal amenaza con anegar nuestro futuro y ahogarnos en sus turbias aguas.
Como Carlos I firmó con Inglaterra en la Paz de Londres una demora en el embargo a Flandes, Mariano Rajoy -o Soraya Sáenz de Santamaría, que tanto monta, monta tanto- firma con el partido socialista una moratoria a la destrucción de nuestro futuro. Y ni siquiera por doce años, como hiciera el emperador con Su Graciosa Majestad. Tan solo por dos.
Pero eso no soluciona el problema.
El problema lo soluciona el cambio, la erradicación de privilegios, la modificación de leyes injustas y desproporcionadas. La tranquilidad puede llegar con una tregua. Pero la paz solo llega con la justicia.
Y eso significa que los bancos no puedan cobrar todos los intereses por adelantado, que tengan una autoridad hipotecaria por encima que les impida hacer préstamos que bordean la usura, que no puedan beneficiarse tres veces del valor de un piso hipotecado, cobrando la hipoteca, revendiendo el piso y forzando subastas amañadas, que no puedan endosar los pisos embargados al llamado banco malo para librarse de la rémora financiera que suponen en sus cuentas de resultados, que tengan que asumir la pérdida que supone la dación en pago si el mercado inmobiliario se mueve a la baja cuando ejecuten la hipoteca, que no puedan tasar ellos mismos los pisos a los que luego licitan en las subastas cerradas.
Esa es la única paz que pondrá fin a la Revuelta de los Desahucios, como la única paz que sirvió para acabar con los alzamientos en Flandes fue el fin definitivo de los privilegios de La Mesta -entonces lo que se peleaba era por el comercio textil, entre otras muchas cosas-.
No se trata de salvar durante dos años a 175.000 familias amenazadas por los desahucios para evitar que los telediarios y las portadas sigan poblándose de imágenes de gentes que se arrojan al vacía de su desesperación y su negro futuro para que, dentro de dos años, cuando la cosa ya no llame tanto la atención, todo siga igual.
Se trata de cambiar la ley para que el futuro de todos sea justo y los privilegios legales de la banca desaparezcan.
Esperemos que nosotros, habitantes cada vez más indolentes de la sociedad occidental atlántica, no dejemos que esta tregua fugaz cuele como una paz duradera como no se lo permitieron al Emperador los Comuneros, las gentes de Flandes y los seguidores a ultranza de Martín Lutero.
Claro que, si recordamos lo que les costó a ellos imponerle al Imperio Español lo que era justo, me temo que muchos de nosotros estaremos más que dispuestos a aceptar moratoria como sinónimo de solución y pulpo como animal de compañía.
En eso nos estamos convirtiendo si es que no nos hemos convertido ya.

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