Hay propuestas que tienen la virtud de
desenmascarar, de sacar a la luz las intenciones y los deseos reales, de
desnudar de forma definitiva las motivaciones de aquellos que se enfrentan a la
decisión sobre lo propuesto.
Y eso pasó ayer en el Congreso de los
Diputados, ese lugar que, en estos momentos en los que la política se aparta a
sabiendas de la sociedad, solamente sirve para ser rodeado, para ser custodiado
y para ser repensado piedra a piedra y escaño a escaño.
Una propuesta, una única que nunca
tuvo ni tendrá en la situación actual opción alguna de prosperar, ha servido
para explicar muchas cosas, para convertir las medias verdades en mentiras
directas. La propuesta de hacer un referéndum sobre los recortes que nos
aquejan y el rescate bancario con el que cargamos ha dejado las cosas en su
sitio.
Esa propuesta, o más concretamente el
hecho de que haya votado en su contra, le ha quitado al Gobierno y al Partido
Popular el único arma con el que contaba para defender socialmente sus
políticas mientras los servicios públicos se desmoronaban a su alrededor,
mientras su política de mantenimiento de un sistema financiero y económico
imposible arroja a millones de españoles a la pobreza.
Esa propuesta y esa votación le han
quitado la mayoría silenciosa.
La negativa al referéndum -no por
conocida y anticipada menos relevante- hace que se les escurra entre las manos
el concepto -que todos sabemos falaz- que los ideólogos y estrategas de Génova
idearon a toda prisa para intentar desactivar la protesta social en las calles,
para vender a propios y extraños que la mayoría de la población española
apoyaba su política y así tranquilizar a los únicos dioses verdaderos que les
importan: los mercados, los especuladores y los inversores.
Porque demuestra que, como en otras
tantas cosas, el PP no cree lo que dice y solamente lo dice para salir del
paso.
Si realmente creyera en la existencia
de esa mayoría silenciosa querría que hablara, si realmente estuviera
convencido de que ese silencio apoya sus políticas y su ideología haría todo lo
posible para abocarla a la palabra y verse así apoyado por esos que mantiene
que le apoyan en su silencio.
Y los habrá que dirán que eso ya se
hizo en las elecciones. Pero saben que mienten porque esa opinión democrática en
forma de sufragio se emitió con un programa falso, con unas promesas
electorales que se transformaron en pruebas de cargo en unos meses. Esa palabra
se pronunció cuando no se iban a tocar los impuestos, cuando nadie hablaba de
rescate bancario, cuando las pensiones no se iban a convertir en una limosna
con cada vez menos poder adquisitivo, cuando la educación y la sanidad pública
iban a ser intocables, cuando no se iba a perdonar el fraude fiscal, ni se iba
a dar un duro a los bancos.
Nadie de esa supuesta mayoría
silenciosa ha dicho una palabra aún sobre todo eso. Sobre la realidad y no las
promesas, sobre el Gobierno y no la oposición, sobre Mariano Rajoy y no sobre
José Luis Rodríguez Zapatero.
Y los habrán que, con las matemáticas
de la cuenta de la vieja, dirán que, sacando pecho y tirando de soberbia, que
no hace falta el referéndum porque ellos, con sus ternos perfectos, sus dietas
y su escaño, representan a más gente de las que suman los manifestantes.
Pero ese argumento es tan baladí como
enorgullecerse de ser el primero en ver el iceberg contra el que chocó el
Titanic.
Tirando de su mismo ancla
representativa al que aferran la nave de su zozobrante gobierno y de su deriva
absurda, si al PP le votaron 11 millones de españoles, los sindicatos
convocantes de las sucesivas huelgas generales representan a 3.600.000
trabajadores, los sindicatos de estudiantes universitarios representan a
1.650.000 alumnos, las confederaciones de Asociaciones de padres y madres de
alumnos que secundaron la huelga representan a cinco millones de alumnos que estudian
en la enseñanza pública y que obviamente no están incluidos en las cifras de
votantes del PP pero que también tienen derecho a decidir sobre su
futuro.
Todo eso sin hablar de los 12 millones
de españoles que no votaron al PP y los 10 millones que no votaron o lo hicieron
nulo o en blanco, que, como es lógico serán redundantes en muchos casos por los
representados por los sindicatos y colectivos que están en contra de la
política del gobierno.
Así que el argumento del orgulloso
diputado por Soria de que él, con su traje gris y su carné de filiación al PP,
representa a más españoles que los convocantes de las manifestaciones y por eso
no hacer falta consultar a nadie en las urnas sobre sus decisiones, aparte de
soberbio es tan falaz como la mayoría silenciosa por la que asegura hablar.
De modo que, al votar en contra de la consulta popular,
el presidente y sus huestes absolutas parlamentarias -junto con sus
sorprendentes aliados de UPyD- han utilizado el artefacto que habían creado
para defenderse y se han disparado con él en el pie.
Porque, a partir de ahora, no podrán
seguir tirando de ese silencio para defenderse, no podrán seguir utilizando la
voz dormida de esas gentes para parapetarse contra las críticas y las
protestas, ya no podrán seguir utilizando esas gargantas calladas para atrincherarse
en la defensa de unas políticas que despiertan el mayor rechazo social de la
historia de España -incluyendo la Segunda República, la Dictadura y el momento
más ominoso de nuestra historia que se pueda recordar-.
Porque si de verdad quisieran escuchar
a la mayoría silenciosa porque supieran que estaban a su lado, le habrían dado
voz.
Porque si de verdad confiaran en sus
medidas y en sus apoyos querrían que los ciudadanos lo gritaran a los cuatro
vientos en un referéndum.
Porque si de verdad respetaran y
trabajan por la mayoría silenciosa no harían todo lo posible para mantenerla en
el silencio, si confiara en la democracia no paralizarían un ejercicio de
máxima democracia como un referéndum. Ya no hay duda de que el Moncloa, Génova,
el Gobierno y el Partido Popular solamente creen en el silencio.
Y si la mayoría silenciosa no calla
por indiferencia, cansancio o desilusión, ellos se asegurarán de que siga
callada.
Convertirán y han convertido a la mayoría
silenciosa en mayoría silenciada.
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