Últimamente se nos está intentando
acostumbrar a la presencia de un nuevo monstruo en el bestiario que nuestro
Gobierno ha dibujado con mano firme para nuestras vidas y sobre todo para
nuestras haciendas.
A la hidra tricéfala del
nacionalismo, el soberanismo y el independentismo que nos ha pintado Moncloa en
un intento de ocultar otros asuntos más graves para España que el deseo de unos
u otros de formar parte de ella, se unió el hombre del saco del antiespañolismo
de todas aquellas personas que protestaban contra el gobierno de Rajoy en una
falsa metonimia que igualaba sus decisiones con el bien del país y su camino
ideológico con el deambular necesario del Estado.
Pero sin duda el monstruo que más no
muestra el inquilino que le hemos buscado a Moncloa para enturbiar nuestros
sueños, el que ha desbancado a la herencia recibida, el radicalismo de
izquierdas, el totalitarismo comunista e incluso a la sempiterna némesis del
PSOE que siempre tremola el Partido Popular para alterar el sueño de sus
votantes, es Europa, sus centros de poder y sus instituciones de Gobierno.
De pronto el Bestiario de Génova nos
presenta Europa como un especie de mezcla entre un súcubo, empeñado en
succionarnos toda la fuerza vital para mantenerse joven y en pie -eso sí sin connotaciones
sexuales, que la imagen de la canciller Merkel no es la de Lost Girl y no ayuda
demasiado en ese campo- y una especie de furioso dios olímpico que manejara
desde las alturas los hilos del movimiento del Gobierno español sin darle
posibilidad alguna de resistirse a sus direcciones.
Así, si se destruye la sanidad
pública, es por culpa de Europa, si se desbarata la educación pública, es
por culpa del Yeti Europeo que maneja los hilos, si se aplican recortes
draconianos en lo imprescindible engordando por otro lado lo superfluo y baladí
es culpa del monstruoso mito europeo contra el que Rajoy y su gobierno no
pueden resistirse.
En el más cobarde de los intentos de
autoprotección que se conoce a un gobierno en esta país, incluido el de la
recuperación de la grandeza que utilizara José María Aznar y el de la falsa
progresía ideológica y buen talante que esgrimiera José Luis Rodríguez
Zapatero, el gobierno actual se parapeta tras Europa cada vez que su ideología
le lleva a salvar los bancos y no a las personas, proteger a los defraudadores
y no a los desempleados o a desmantelar la educación y no la defensa militar
española, por poner un ejemplo manido.
Pero como todo rito mágico, el
Bestiario de Génova y Moncloa que coloca a la cabeza de los monstruos sedientos
de nuestra sangre y nuestras a Europa y las instituciones europeas tiene un
punto débil.
Tiene un ensalmo, un mantra, que
repetido una y otra vez nos aparta lo suficiente del monstruo como para
contemplarlo en su totalidad, como para darnos cuenta que no impide el
movimiento del que se oculta tras él, que no lo maneja, que no le obliga a
hacer lo que hace.
Y, al parecer hartos de que les
utilicen como Handyman o el hombre del saco, los representantes de esas instituciones,
desde Herman Van Rompuy hasta Johannes Hahn están empezando a entonarlo. Un
conjuro repetido y constante que está desmoronando el bestiario de Rajoy.
"Nosotros
no hemos sido", "nosotros no hemos sido".
Y esa sola frase, esa única
declaración, se transforma en corolario de muchas otras como "España debería invertir mucha más en
protección y desarrollo9 del empleo que en obras públicas" o "El Gobierno español tiene que
equilibrar el crecimiento y la protección social porque la contención no es
suficiente" o "es necesario
encontrar una forma de limitar el impacto de la contención
presupuestaria".
Traducido: "nosotros no hemos sido", "nosotros no hemos sido".
De repente, el páramo que recorremos
acosado por la bestia de Baskerville que el PP quería colarnos en lugar de
Europa se desvanece y nos deja de nuevo en la realidad de pesadilla que vivimos
y en sus verdaderos artífices.
Nos damos cuenta de que Europa no le
pidió a Rajoy que salvara a cualquier precio a sus bancos -que no son todos los
españoles, son solamente los suyos, las cajas que financiaron sus gobiernos
autonómicos-.
Europa no le pidió que solicitara un
rescate de cientos de miles de millones de euros para cubrir sus pérdidas que
luego pagaríamos todos.
Europa le ha exigido contención del
gasto, pero no que la haga en Sanidad y en Educación sin tocar la duplicidad o
triplicidad de administraciones, sin tocar la defensa, no le ha dirigido para
que recorte en Dependencia, en servicios sociales, o en integración no privando
de un céntimo a sus Think Tank o a las subvenciones las falsas ONG de los
partidos.
El Monstruo europeo no le ha obligado
moviendo su místico hilo de marionetista ciego a rebajar los funcionarios antes
de eliminar los cargos de confianza, a recortar salvajemente en investigación,
ciencia y cultura y tecnología, mientras mantiene o eleva las subvenciones a
los toros o las actividades religiosas -católicas, por supuesto-.
Porque Bruselas no demanda de Moncloa
que haga inversiones millonarias en carreteras de peaje que fracasan
estrepitosamente y siga gastando dinero en mantenerlas después del fracaso,
sino que le exige que cree empleo. No le impele a que construya aeropuertos
fantasma, ciudades de la Justicia desérticas, circuitos de Fórmula 1, puertos
deportivos, complejos administrativos o infraestructuras deportivas para unos
Juegos Olímpicos que nunca llegan.
Porque las instituciones del viejo
continente no le han exigido que suba los impuestos a todos pero deje sin tocar
los que gravan a las grandes corporaciones o que reestructure su política
fiscal pero perdone a los que han evadido miles de millones de euros al fisco.
Europa no hecho por el Gobierno
ninguna de esas elecciones, no ha poseído su voluntad y su mano firmante de
decretos para que las ejecute en contra de su voluntad y por mera imposición de
un hado olímpico inescrutable y necesario.
Europa no ha hecho todo eso. Es
más le exige que gaste el dinero que ahorra en otras cosas como la creación de
empleo y el crecimiento, el crédito a las familias o la generación de protección
social.
Es entonces cuando nos damos cuenta
que el verdadero súcubo, que ni siquiera tiene la decencia de ser tan
arrebatadoramente irresistible como la inefable Lost Girl, protagonizada por la
canadiense Anna Silk, no es Europa y no habita en las tristes moradas de
Bruselas o Berlín.
Es la ideología del PP y solamente su
ideología que le lleva a hacer lo que siempre ha querido hacer y a utilizar a
Europa como monstruo visible para intentar tapar el más demoledor, destructor y
oscuro que es su propio deseo de hacer así las cosas.
Un miedo tapa otro miedo, pero Europa
parece que se está cansando de ser el monstruo visible que tapa la
monstruosidad invisible del Gobierno de Moncloa.
Recurrir a los mitos es lo que tiene.
Que, de repente y sin aviso, alguien los explica y entonces su poder se esfuma
y desaparecen dejando la verdad al descubierto.
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