miércoles, noviembre 21, 2012

Wert hace de la libre elección de centro un oxímoron.


Debe ser que el ser humano no puede percibir la realidad si no está estratificada y en orden jerárquico. Algo de eso tiene que ser porque no hay actividad ni ámbito de nuestras existencias en el que no pongamos esfuerzo y recursos para hacer una lista que vaya del primero al último, que coloque, como dirían las  señoras de calceta y silla de tijera en el parque, "a cada uno en su lugar".
Lo malo de ese gusto por las listas y los podios -que van desde la belleza a la riqueza, desde la inteligencia a la capacidad de destrucción armada de una nación- no es tanto como se elaboran, los parámetros que se utilizan para crearlas o los mecanismos mentales y sociales que satisfacen. Lo realmente preocupante de esas listas, de esas jerarquías, es el uso que se le da. Es la motivación que subyace bajo ellas.
A nadie le importa que la voluptuosa Jolie y la neumática Johansson compitan en una lista por el podio de la belleza -con permiso de la inmarcesible Bellucci, para mi gusto. Fin de la nota mental.- porque no es otra cosa que promoción, a nadie le importa que el mexicano Slim, un sultán perdido y Su Graciosa Majestad se disputen el podio de la riqueza porque es una cuestión de ego puro y duro.
Pero si se elabora una lista de objetivos fundamentales en una guerra, si nos preocupa, si se construye una jerarquía de objetivos terroristas si nos asusta, si se crea un ranking de criminales más buscado si nos afecta. Entonces si queremos que esa lista sea objetiva, se base en parámetros adecuados, se corresponda con la realidad. Nuestra vida y nuestra suerte dependen de ello. Entonces sí queremos saber para qué se usará esa lista, con qué objetivo está creada.
Y eso nos está pasando a los que nos encontramos en el último parapeto de la defensa de la enseñanza pública con la obsesión enfermiza que le ha entrado ahora al Gobierno con elaborar un ranking de centros que se le pase a los padres de los alumnos para "facilitar" su elección de centro.
Para empezar preocupa porque ni siquiera tenemos que pararnos a pensar de donde proviene y el objetivo que se busca. Por más que parezca una idea de la Generalitat Valenciana, a nadie se le escapa que la idea, el deseo y la insistencia en esa lista parte de José Ignacio Wert, el hombre que llegó al Ministerio de Educación con el objetivo doble de hacer un negocio de la enseñanza y de recuperar el florido pensil.
Y a nadie se le escapa tampoco que el objetivo de esa lista responde a ese criterio mercantilista de la educación. A ese esfuerzo que lleva al Gobierno del PP a intentar ganar dinero con la educación, a lograr que todo el ámbito de la enseñanza se subsuma a la ganancia económica de particulares a costa de la calidad educativa del sistema español.
Y entonces la lista, el ranking, el podio de las instituciones educativas se transforma en algo más que una relación, que un listado. Se convierte un arma de destrucción masiva del sistema de enseñanza pública.
Porque, con la excusa de "garantizar la libertad de elección del centro educativo", el Gobierno valenciano, punta de lanza de la ideología neocon de Wert en lo educativo, lo que está haciendo es todo lo contrario. Es limitar hasta el extremo de la imposición la posibilidad de elegir de aquellos que quieren apostar -por compromiso o por necesidad- por la enseñanza pública. Nunca una excusa fue un oxímoron más completo.
Porque los habrá que dirán que es justo que los padres conozcan la calidad de los centros antes de decidir; los habrá que defiendan que es beneficioso que ese dato sea público y conocido porque forzará a los centros a mejorar, a ofrecer una mejor calidad para obtener la matrícula de sus alumnos.
En el darwinismo social de la eterna competencia que impone el liberal capitalismo ese argumento puede parecer que tiene  hasta su lógica formal, que es incontestable. Pero, como otras muchas cosas en el Gobierno de Rajoy y en la Educación de Wert, las apariencias engañan.
Engañan porque el ranking no puede contemplarse aislado del contexto. A lo mejor por sí mismo es justo, equitativo y hasta saludable, tan justo como parecerían las Guerras Indias si solamente se estudiara Little Big Horn, tan justa como parecería la Armada Invencible si solamente se tuviera conocimiento de las andanzas de Sir Francis Drake. Tan justa como podría parecer la invasión de Irak y Afganistán si el reloj de la humanidad se hubiera puesto en marcha el 11 de septiembre de 2002. Tan justa como se antojaría la ocupación israelí si la historia empezara en 1948.
Todo sacado de su contexto puede simular ser justo y equitativo. Y el ranking de centros educativos no es una excepción.
Lo que le hace marcadamente viciado en su origen es precisamente lo que le rodea. Porque en esa visión de libre competencia, de mercantilismo puro y duro en la enseñanza, el gobierno educativo de José Ignacio Wert ha decidido incluir un factor que oculta.
No hará nada porque la enseñanza pública compita en esa carrera. De hecho, hará todo lo posible para que no lo haga.
Resultará imposible que ningún centro público compita en ese ranking si se le recortan ingresos, si se niegan inversiones para programas educativos, para laboratorios. Será imposible que ningún centro público alcance el podio de la bondad y la calidad educativa si se le niegan profesores, se le despiden interinos, no se le pagan a los servicios de limpieza, se le duplican los ratios de alumnos por aula, se le cercenan las subvenciones para actividades extraescolares o para las organizadas por las Ampas.
Resultará una quimera que cualquier centro público pueda progresar en esa lista si se le imponen contenidos reduccionistas, selecciones stajanovistas del alumnado, programas reducidos a la mínima expresión del conocimiento humano y lecciones que oscilan entre el analfabetismo funcional y la propaganda nacionalista.
Y ese es el contexto en el que, primero la Generalitat Valenciana y luego el ministerio de Wert en su conjunto, pretenden elaborar y hacer públicas sus listas. Después de asegurarse de que no haya posibilidad alguna de la que la Enseñanza pública destaque en ellas porque el Estado no va hacer nada por ella mientras mantiene y aumenta conciertos con la enseñanza concertada -siempre y cuando tenga una tendencia ideológica determinada, claro está- y facilita a toda entidad privada de educación suelo, alumnos y ventajas para hacer rentable su negocio.
Y así se completa el oxímoron. 
Porque cuando se publique la lista no se podrá elegir libremente un centro de enseñanza pública porque sencillamente no aparecerán en el listado e incluso habrán dejado de existir.

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