Debe ser que el ser humano no puede
percibir la realidad si no está estratificada y en orden jerárquico. Algo de
eso tiene que ser porque no hay actividad ni ámbito de nuestras existencias en
el que no pongamos esfuerzo y recursos para hacer una lista que vaya del
primero al último, que coloque, como dirían las señoras de calceta y
silla de tijera en el parque, "a cada uno en su lugar".
Lo malo de ese gusto por las listas y
los podios -que van desde la belleza a la riqueza, desde la inteligencia a la
capacidad de destrucción armada de una nación- no es tanto como se elaboran,
los parámetros que se utilizan para crearlas o los mecanismos mentales y
sociales que satisfacen. Lo realmente preocupante de esas listas, de esas
jerarquías, es el uso que se le da. Es la motivación que subyace bajo ellas.
A nadie le importa que la voluptuosa
Jolie y la neumática Johansson compitan en una lista por el podio de la belleza
-con permiso de la inmarcesible Bellucci, para mi gusto. Fin de la nota
mental.- porque no es otra cosa que promoción, a nadie le importa que el
mexicano Slim, un sultán perdido y Su Graciosa Majestad se disputen el podio de
la riqueza porque es una cuestión de ego puro y duro.
Pero si se elabora una lista de
objetivos fundamentales en una guerra, si nos preocupa, si se construye una
jerarquía de objetivos terroristas si nos asusta, si se crea un ranking de
criminales más buscado si nos afecta. Entonces si queremos que esa lista sea
objetiva, se base en parámetros adecuados, se corresponda con la realidad.
Nuestra vida y nuestra suerte dependen de ello. Entonces sí queremos saber para
qué se usará esa lista, con qué objetivo está creada.
Y eso nos está pasando a los que nos
encontramos en el último parapeto de la defensa de la enseñanza pública con la
obsesión enfermiza que le ha entrado ahora al Gobierno con elaborar un ranking
de centros que se le pase a los padres de los alumnos para
"facilitar" su elección de centro.
Para empezar preocupa porque ni
siquiera tenemos que pararnos a pensar de donde proviene y el objetivo que se
busca. Por más que parezca una idea de la Generalitat Valenciana, a nadie se le
escapa que la idea, el deseo y la insistencia en esa lista parte de José
Ignacio Wert, el hombre que llegó al Ministerio de Educación con el objetivo
doble de hacer un negocio de la enseñanza y de recuperar el florido pensil.
Y a nadie se le escapa tampoco que el
objetivo de esa lista responde a ese criterio mercantilista de la educación. A
ese esfuerzo que lleva al Gobierno del PP a intentar ganar dinero con la
educación, a lograr que todo el ámbito de la enseñanza se subsuma a la ganancia
económica de particulares a costa de la calidad educativa del sistema español.
Y entonces la lista, el ranking, el
podio de las instituciones educativas se transforma en algo más que una
relación, que un listado. Se convierte un arma de destrucción masiva del
sistema de enseñanza pública.
Porque, con la excusa de
"garantizar la libertad de elección del centro educativo", el Gobierno
valenciano, punta de lanza de la ideología neocon de Wert en lo educativo, lo
que está haciendo es todo lo contrario. Es limitar hasta el extremo de la
imposición la posibilidad de elegir de aquellos que quieren apostar -por
compromiso o por necesidad- por la enseñanza pública. Nunca una excusa fue un oxímoron
más completo.
Porque los habrá que dirán que es
justo que los padres conozcan la calidad de los centros antes de decidir; los habrá
que defiendan que es beneficioso que ese dato sea público y conocido porque
forzará a los centros a mejorar, a ofrecer una mejor calidad para obtener la
matrícula de sus alumnos.
En el darwinismo social de la eterna
competencia que impone el liberal capitalismo ese argumento puede parecer que
tiene hasta su lógica formal, que es incontestable. Pero, como otras muchas
cosas en el Gobierno de Rajoy y en la Educación de Wert, las apariencias
engañan.
Engañan porque el ranking no puede
contemplarse aislado del contexto. A lo mejor por sí mismo es justo, equitativo
y hasta saludable, tan justo como parecerían las Guerras Indias si solamente se
estudiara Little Big Horn, tan justa como parecería la Armada Invencible si
solamente se tuviera conocimiento de las andanzas de Sir Francis Drake. Tan
justa como podría parecer la invasión de Irak y Afganistán si el reloj de la
humanidad se hubiera puesto en marcha el 11 de septiembre de 2002. Tan justa
como se antojaría la ocupación israelí si la historia empezara en 1948.
Todo sacado de su contexto puede
simular ser justo y equitativo. Y el ranking de centros educativos no es una
excepción.
Lo que le hace marcadamente viciado en
su origen es precisamente lo que le rodea. Porque en esa visión de libre
competencia, de mercantilismo puro y duro en la enseñanza, el gobierno
educativo de José Ignacio Wert ha decidido incluir un factor que oculta.
No hará nada porque la enseñanza
pública compita en esa carrera. De hecho, hará todo lo posible para que no lo
haga.
Resultará imposible que ningún centro
público compita en ese ranking si se le recortan ingresos, si se niegan
inversiones para programas educativos, para laboratorios. Será imposible que
ningún centro público alcance el podio de la bondad y la calidad educativa si
se le niegan profesores, se le despiden interinos, no se le pagan a los servicios
de limpieza, se le duplican los ratios de alumnos por aula, se le cercenan las
subvenciones para actividades extraescolares o para las organizadas por las
Ampas.
Resultará una quimera que cualquier
centro público pueda progresar en esa lista si se le imponen contenidos
reduccionistas, selecciones stajanovistas del alumnado, programas reducidos a
la mínima expresión del conocimiento humano y lecciones que oscilan entre el
analfabetismo funcional y la propaganda nacionalista.
Y ese es el contexto en el que,
primero la Generalitat Valenciana y luego el ministerio de Wert en su conjunto,
pretenden elaborar y hacer públicas sus listas. Después de asegurarse de que no
haya posibilidad alguna de la que la Enseñanza pública destaque en ellas porque
el Estado no va hacer nada por ella mientras mantiene y aumenta conciertos con
la enseñanza concertada -siempre y cuando tenga una tendencia ideológica
determinada, claro está- y facilita a toda entidad privada de educación suelo,
alumnos y ventajas para hacer rentable su negocio.
Y así se completa el oxímoron.
Porque cuando se publique la lista no
se podrá elegir libremente un centro de enseñanza pública porque sencillamente
no aparecerán en el listado e incluso habrán dejado de existir.
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