Hay actos que, quizás por inesperados
y sorprendentes, desnudan sin quererlo -o pretendiéndolo, que nunca se sabe- a
todos aquellos que se ven obligados a reaccionar ante ellos, a forjar una
opinión sobre los mismos.
Y eso es lo que ha ocurrido en las
tierras de Euskadi, esa trozo de tierra y mar en el que una guerra se extendió
durante más de 30 años por el impulso ideológico negligente de unos y de otros,
con el repentino llamamiento de Bildu a secundar el homenaje que se hará en Beasain, en el mismo lugar donde dos agentes de la Ertzaintza fueron
asesinados hace 11 años por ETA.
Más allá de lo que haya que decir de Bildu
y sus acciones, de aquellos a los que siempre se daba por supuesto que nunca
harían determinadas cosas -como esta- que la final han terminado haciendo, este
llamamiento hace que de repente se queden desnudos, como hoplitas sin termopilas,
como San Jorge sin dragón, aquellos que deberían haber reaccionado al segundo,
a bombo y platillo, a este asunto.
Pero no se quedan desnudos en sus
palabras. Se quedan desnudos en algo que siempre han creído que les mantenía
tapados y a cubierto. Se quedan desnudos en su silencio.
Porque aquellos que no pierden el
tiempo en abrir la boca ante una pancarta mal traducida, ante una impresión
térmica de tal o cual rostro en una camiseta. Ahora callan. Porque aquellos que
no pierden ni en segundo en convocar micrófonos para exigir investigaciones
fiscales, acciones judiciales o cualquier otra acción que demuestre que los chicos
de Bildu mienten y siguen apoyando el terrorismo, ahora que se trata de
refrendar que la izquierda abertzale ha renunciado a la violencia y comienza a
intentar suturar las heridas que impiden la reconciliación, permanecen en
silencio.
Porque aquellos que abren la boca
desde Estrasburgo o Madrid para llamar a la continuación de una guerra inútil, fratricida
y ya perdida por ambos bandos gracias al pueblo de Euskadi ahora, que se trata
de aclarar la garganta para hablar de paz y reconciliación, la mantienen
cerrada.
Y eso dice de ellos más que cualquier
cosa que hayan dicho, manifestado, afirmado o declarado, a pleno grito y a
pulmón lleno en sus medios afines y sus mítines multitudinarios. Porque su
silencio habla por ellos. Dice por ellos lo que piensan.
El sordo rumor que rodea hoy las
laringes mudas, las estáticas cuerdas vocales, de aquellos que quisieron
colgarse la vitola del constitucionalismo y el Estado de derecho nos muestra
sus pensamientos tan al desnudo que nos permite decodificar lo que realmente
significaban sus palabras.
Hace posible comprender que cuando
hablaban de terrorismo querían decir independentismo, que cuando mencionaban la
paz estaban hablando de victoria, que cuando su llenaban la boca de justicia
estaban clamando por la venganza. Que cuando se referían a Euskadi lo usaban
como sinónimo de enemigo.
Porque si no fuera así, hoy hablarían
y lo harían en favor de Bildu. Porque si no fuera así hoy emitirán sonidos y lo
haría para decir que dado el paso por los que creyeron a un bando ahora toca
darlo a los que comulgaron con el otro, porque si no fuera así hoy estarían
diciendo que el siguiente paso sería que la participación de todos en un
homenaje a Lasa y Zabala, por ejemplo, tan injustamente en un enfrentamiento
sinsentido como lo fueron los dos ertzainas de Beasain.
Pero su silencio se impone porque
saben lo que tienen que decir no debe ser escuchado. Porque no pueden decir
nada en contra del acto de Bildu, porque saben que no pueden afirmar lo
que realmente piensan: que Bildu, la izquierda abertzale y todo vasco que
defienda el independentismo, el soberanismo o simplemente el nacionalismo es y
será siempre su enemigo.
Dejaría claro que el terrorismo, la
constitución y la justicia eran solamente excusas que ocultaban su verdadero
odio, su auténtica guerra nacional españolista como la independencia lo era solamente de los intereses mafiosos y despóticos de ETA.
Y al callar comenten el mismo error
que otros muchos han cometido a lo largo dela historia, que otros muchos
cometemos en el ir y venir de nuestras vidas cotidianas. Creen que callar les
oculta de los demás, les mantiene a salvo.
Como otros muchos occidentales
atlánticos, yerran al pensar que no hablar de nuestros pensamientos con nadie
nos hace irresponsables de ellos, que ocultar lo que pensamos, no compartirlo
con los otros -por muy cercanos que estén- y encerrarlo en el ámbito de una
intimidad depredadora y engrandecida nos mantendrá a salvo de explicar, asumir
y justificar esos pensamientos ante los demás.
Pensamos que el silencio, el velo de
ocultar lo que pensamos y hacemos a los otros, es la mejor herramienta para
vivir nuestro sueño de aislamiento seguro en el que podemos hacer lo que se nos
antoje sin necesidad de renunciar a nuestro falso derecho inalienable de no
rendir cuentas -o por lo menos dar explicaciones- ante nadie.
Los adalides del españolismo radical
en Euskadi y fuera de ella callan ante la acción de Bildu porque no quieren ser
conscientes de una realidad oculta en la primera frase de una premisa que el
acervo popular ha repetido hasta el hartazgo.
No solamente somos esclavos de
nuestras palabras, también lo somos de nuestros pensamientos. Las primeras nos
exponen ante los demás y los segundos nos desnudan ante nosotros mismos.
Y por eso el silencio nunca puede ser
el arma definitiva para ocultarnos, para mantenernos a salvo. Porque lo que no
decimos, lo que ocultamos y lo que callamos revela nuestros pensamientos tanto
o más que lo que decimos. Y eso nos obliga a responsabilizarnos de ellos.
En Euskadi, en España y en cualquier parte
del globo terráqueo. En la política, en la sociedad y cualquier faceta de la
vida.
El silencio habla más que calla. Nos
responsabiliza ya sea de palabra o de pensamiento.
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