La devaluación de la moneda china ha puesto los pelos de punta a la economía mundial y como siempre hace este Occidente Atlántico no ha sabido mirar en esto más allá de su propio ombligo.
Todo el mundo echa ahora la culpa al gobierno chino por imponer su forma de ver la economía que poco o nada tiene que ver con el capitalismo liberal que marca los ritmos económicos del Desierto de Gobi hacia el oeste.
Acusan al PCCH de dirigismo, de no respetar la independencia del Banco Central Chino, de no respetar las reglas de la economía global. Actúan como si el Partido Comunista de China y el politburó del Gobierno chino hubieran mutado de repente, se hubieran convertido en algo que no eran. Pero no es así.
¿Que parte de Partido Comunista de China no recuerdan haber leído en la definición de la dictadura china?, ¿Que parte de "la economía del país está dirigida por el partido hacia la prosperidad del pueblo" no leyeron de las conclusiones del último congreso de los dictadores chinos?
Y no deja de resultar sorprendente que el mundo occidental eleve ahora las manos al cielo y se queje de intervencionismo. No lo hicieron cuando el gobierno chino movía de forma obligada a población para que trabajara en sus fábricas, no lo hicieron cuando que mantuviera exiguos los salarios les beneficiaba al reducir sus costes de producción, no lo hicieron cuando las inversiones chinas decretadas por el gobierno salvaban sus empresas in extremis con inyecciones de capital, no lo hicieron cuando despoblaban zonas enteras para construir inmensos complejos industriales donde podían asentarse en suelo prácticamente regalado sus centros de producción deslocalizados.
Entonces no importaba que el Gobierno chino interviniera una y otra vez en la economía porque venía bien a nuestros intereses. Ahora sí es intolerable porque nos perjudica.
Y sobre todo lo que más maravilla es que se culpabilice a China de la situación. China y su economía no están originando un problema a las economías occidentales. La política económica occidental le ha causado un problema a China y ellos intentan, como han hecho siempre, solucionarlo por su cuenta, sin tenernos en cuenta.
Es la política de austeridad económica occidental -sobre todo Europea de la mano de Alemania, pero también estadounidense- la que ha generado el problema porque al detraer renta de los ciudadanos ha estancado el consumo y al estancar el consumo ha paralizado el comercio internacional, principal fuente de ingresos de China, y la potencia asiática ha reaccionado. La depreciación del yuan es solo hacer quesean los occidentales los que paguen el coste de esa paralización del comercio internacional que sus políticas han generado. Es devolvernos la pelota.
Y nos pilla en fuera de juego por el motivo de siempre: nuestra arrogancia.
Cuando el gobierno chino pidió el acceso a la organización mundial del comercio creímos que habíamos derrotado a los chinos, creímos que habíamos abierto un mercado de 1.600 millones de consumidores potenciales porque eramos más listos, más fuertes y más civilizados que los comunistas chinos anclados en un régimen extinto y en una ideología superada.
Pues no era así. China se convirtió en la fábrica del mundo y para ello mantuvo los salarios bajos con lo que nuestro mercado de 1.600 millones de personas no tenía acceso a nuestros productos mientras que los consumidores occidentales devoraban productos porque eran mucho más baratos. Las balanzas comerciales de prácticamente todos los países de la Tierra se inclinaron hacia el oriente. Pero el consumo en China no subió.
Porque todo ese dinero que genera su crecimiento económico va a una sola cosa. A invertir en sectores clave que el gobierno chino quiere controlar. A conseguir la energía de Rusia, Argelia, Libia, a comprar empresas tecnológicas clave a desarrollar su tecnología de satélites, sus infraestructuras energéticas, su industria aeronáutica, espacial, naval... y todo aquello que necesitan para ser aún más una potencia incuestionable.
Ahora devalúan el yuan para poder seguir haciéndolo. Son la segunda economía del planeta y quieren estabilizarse en el primer lugar. Son una de las tres potencias mundiales y quieren ser la primera.
Y nosotros pataleamos porque no somos capaces de reconocer nuestro error y aunque lo hiciéramos ya es tarde para ello. Creímos que habíamos engañado a los aztecas como Hernán Cortes montado en su caballo blanco o que habíamos conseguido comprar a los indios Nueva York por un puñado de cuentas y dos botellas de whisky y ahora nos damos cuenta de que no es así, de que no hemos impuesto nuestros criterios ni sido más listos que nadie.
Creímos que China había aceptado y asimilado nuestro concepto de socio comercial y lo único que había hecho era disfrazar de otra cosa el muy comunista concepto de compañero de viaje.
Y ese viaje en compañía está tocando a su fin.
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