Hay una serie televisa, de esas de ciencia ficción que anticipan un mundo destruido y terrible, llamada Los 100.
No puedo dejarla de ver porque mi hijo se ha hecho con el control del mando a distancia y porque no puedo quitar los ojos de una de las protagonistas. Una tal Paige Turco que se me antoja que es como alguien que conozco hubiera podido ser.
No puedo dejarla de ver porque mi hijo se ha hecho con el control del mando a distancia y porque no puedo quitar los ojos de una de las protagonistas. Una tal Paige Turco que se me antoja que es como alguien que conozco hubiera podido ser.
Más allá de todas estas digresiones sentimentales, hay un capítulo en el que la moza en cuestión descubre que unos individuos, aquejados de una enfermedad, necesitan la sangre de otros, podres, incivilizados e incultos, para sobrevivir y han tomado la sabia decisión de encerrarles y realizar periódicas cosechas de su sangre que les dejan exhaustos y acaban por matarles.
"Lo necesitamos para sobrevivir, si no lo hacíamos moríamos" le dice un personaje algo arrepentido pero que intenta justificarse a cualquier precio y entonces es cuando hace esa pregunta que tanto nos gusta a los occidentales atlánticos: "¿qué otra cosa podíamos hacer?"
Y en ese mismo instante es cuando cuando Paige Turco se convierte en alguien necesaria y casi imprescindible para todo el Occidente Atlántico -y el guionista y JJ Abrahams, demos a cada cual su parte de mérito en el producto-. Con dos preguntas retóricas y definitivas, le da al compungido cosechador de sangre humana la respuesta que todos conocemos y no queremos escuchar
"¿Qué otra cosa podríais hacer?, ¿morir?"
Vale que es muy trágico y radical, como todo en los mundos distópicos de la ciencia ficción, pero el mensaje tendríamos que tatuarlo en nuestras mentes y sobre todo en nuestros corazones.
No es justo que carguemos a otros de sufrimiento para no experimentarlo nosotros, no es justo que explotemos a otros para vivir mejor, no es justo que ignoremos los derechos de los otros para mantener los nuestros, no es justo que defendamos exclusiones o discriminaciones porque nos vienen bien, no es justo que juguemos con los sentimientos de otros para mantener los nuestros a salvo, no es justo que ignoremos injusticias cometidas contra otros porque nos benefician...
Y todos lo sabemos. Pero cuando llega le momento nos refugiamos en la defensa de enroque de reina del "¿qué otra cosa puedo hacer?"
Podemos morir, metafóricamente hablando claro está. Podemos anteponer la justicia a nuestro provecho, la dignidad a la supervivencia y la ética al placer.
Y si nos aburrimos, repasemos nuestras nociones de geopolítica o de sociología, nuestra vida laboral, social, familiar o afectiva y apuntemos cuántas veces no lo hemos hecho e imaginemos adonde nos va a llevar que sigamos sin hacerlo.
Y si nos aburrimos, repasemos nuestras nociones de geopolítica o de sociología, nuestra vida laboral, social, familiar o afectiva y apuntemos cuántas veces no lo hemos hecho e imaginemos adonde nos va a llevar que sigamos sin hacerlo.
Y no lo digo yo. Lo dijeron Abraham, Jesucristo y Mahoma, lo dijeron Sidarta, Confucio y Sun Tzu, lo dijeron Bakunin, Engels y Ernesto Guevara, lo dijeron Adam Smith, Hume y John Stuart Mill, Lo dijeron Keneddy, Adenauer y Gorvachov...
Y lo dice Paige Turco.
Está dicho.
Está dicho.
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