Hay delitos y delitos. Los hay comprensibles e imperdonables, incomprensibles y justificables, comunes y capitales, desesperados y desesperantes. Hay toda suerte de delitos según las circunstancias y las situaciones, los agravantes y los atenuantes. Los grados de delitos, como las diferencias entre personas, son infinitos.
Y luego está robar un niño.
Hoy se inicia en Madrid un juicio contra una religiosa acusada precisamente de ese delito. Yo no voy a hablar de la religiosa porque no sé si robó los niños o no los robó, si se la declarará culpable o no, si se la condenará o no.
Yo solamente voy a hablar del delito.
Robar un niño, alejarlo de su biografía, de su historia y de su vida, es uno de los síntomas más insufriblemente crueles del egoísmo que nos aqueja como sociedad y como individuos.
Es una de esas circunstancias, uno de esos actos, que nos deja en el límite mismo de una humanidad que cada vez comprendemos menos y que estamos perdiendo poco a poco por mor de nuestra incapacidad para querernos a nosotros mismos.
Y da igual la excusa que se ponga, de igual el motivo que se esgrima. Da igual que creamos que pensamos en él, da igual que creamos que le ayudamos, es completamente irrelevante a los ojos del mundo y de la lógica que pensemos que le necesitemos o creamos que él nos necesita.
Tomar a un bebé y cambiarle el curso de su vida es quitarle lo que más necesita, lo que necesitamos todos y cada uno para poder crecer, para poder hacernos lo que somos, para poder ser completamente humanos. Robar a un niño es arrancarle de golpe de sí mismo. Es obligarle a no ser él todos los días.
Más allá del infinito dolor que causa a quien les pierde, a quien quiere asumir a despecho del mundo el cargo y el descargo de ser el pilar sobre el que se apoye y se levante un nuevo ser humano camino de su vida, está el otro dolor, el que provocamos al niño arrebatado, el que siempre y por siempre, hasta que se repare el hecho e incluso aun siendo reparado, le acompañará en sus días y sus noches.
Aunque él no lo sepa. Aunque nunca llegara a descubrirlo.
Porque ya no podrá ser la persona que la libertad y la suerte del mundo -buena o mala- le hubieran hecho ser. Ya no crecerá y madurará, si es que lo hace, con aquello que el mundo le otorgó, la casualidad le cedió o la vida le dio.
Solamente será aquello que nosotros hemos decidido que sea. Y nunca sea libre.
Aunque le demos todo el oro del mundo, nunca será libre; aunque le acariciemos con todo el cariño del mundo, nunca será libre. Cada una de sus circunstancias, de sus esperanzas y de sus acciones, estarán teñidas y oscurecidas por la sombra de la decisión culpable, egoísta y cruel que nosotros tomamos por él.
Será siempre una víctima, será siempre un esclavo. Esclavo de aquello que le hicimos pensar al decidir por él, que le hicimos creer al decidir por él, que le hicimos vivir al decidir por él.
Aunque el niño, el bebé, nunca lo sepa, aquel que roba un niño sí sabe lo que ha hecho y quien lo ha perdido sí sufre por su ausencia. Con eso es suficiente, aunque él no lo sepa.
Robar un niño no es otra cosa que el acto de egoísmo y tiranía más atroz que puede planearse.
Da igual que aquel que lo perpetre se quede con el niño, lo venda o lo regale. Es el puro egoísmo de convertirnos en dioses de la vida de otros, decidiendo por ellos lo que es bueno y es malo, que el dinero está por encima de los vínculos afectivos, que la supervivencia está por encima de la vida sea esta alegre o triste, buena o mala, dura o relajada. Es enviarle al mundo el mensaje inequívoco de que yo, lo que pienso y lo que creo estamos por encima de la realidad y de la libertad de aquellos que la pueblan.
Yo no sé si la monja a la que hoy se empieza a juzgar hizo todo eso. Pero eso fue hecho.
Así que no sé si ella merece o no condena. Pero quien toma en sus manos el destino de otros sin derecho, sin arte y sin parte en el drama y la comedia que es toda vida humana merece tres condenas.
Porque incluso, a diferencia de aquellos que deciden acabar con la vida de otros, no sólo le ha quitado a un bebé indefenso e inocente lo que es y aquello que ya ha sido, sino que le ha arrebatado lo que podría haber sido y además el tiempo para serlo y el conocimiento de que podría haberlo sido.
Hay muchísimos tipos de delitos, existen una multitud infinita de formas de mostrar y expresar nuestro endiosado egoísmo.
Y luego está robar un niño.
1 comentario:
Very thought provoking and I totally agree that no one should separate a mother and her child by stealing them... very sad
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