domingo, febrero 17, 2013

El contraefecto Talegón nos tapa el rojo de la cara

Hay cosas que, por sorprendentes e inesperadas, merecen un tiempo para la reacción. Aunque nos impelen a valorarlas así, bote pronto, según nos llegan y sabemos de ellas, es mejor tomarse un tiempo para hablar de ellas cuando ya han pasado.
Y ese es el caso de Beatriz Talegón y el brochazo rojo que pintó sobre la cara de los dirigentes socialistas acumulados en Cascais hablando de compromiso social y socialismo en un hotel de cinco estrellas portugués.
Y con la dirigente de las juventudes socialistas ya de regreso a su cotidiana existencia vienesa, con su rostro ya fuera de los periódicos, con su frustración vagamente contenida fuera de los atriles y los micrófonos y su vídeo aparcado en la parte antigua -casi prehistórica, al ritmo al que se mueven estas cosas- de las actualizaciones de las redes sociales, se impone, al menos en estas líneas, hablar de los efectos que su bofetón con la mano abierta ha originado.
O más bien de los contraefectos. Porque la reacción, la más peligrosa, la más occidental atlántica, la más nuestra, a las palabras de Talegón no ha sido otra cosa que un contraefecto.
Mientras los líderes de su conglomerado ideológico sacudían aún la cabeza como para despertarse de una pesadilla, mientras con declaraciones mesuradas intentaban esconder el arrebatado rubor que las palabras de Beatriz había dibujado en sus mejillas, nosotros nos lanzábamos a ese deporte patrio conocido dentro de nuestras fronteras como "justa crítica" y en el resto del mundo como "despellejar al mensajero".
En las redes sociales, esos mundos irreales en los que creemos que hacemos algo por el mundo real con un "me gusta" o un retweet, nos lanzábamos a una cascada de descréditos, de síes pero noes, a las quejas, acusaciones y exigencias expuestas por Beatriz Talegón.
Desde su partido se le criticaba la deslealtad en un momento aciago de los socialistas en España, como si el partido fuera lo primero, como si la imagen fuera lo esencial, como si la victoria electoral fuera el único objetivo posible al que hubiera de subsumir cualquier acción política.
Y desde fuera era peor, mucho peor.
Se le acusaba de oportunista, de arribista, de decir lo que la gente quería oír, de no estar en condiciones de criticar al socialismo europeo porque pertenecía a él, de no tener el currículo político ni personal necesario para dedicarse a la política -¿se referían a las elusiones y los cohechos necesarios?-.
 Hasta las hay que se enfadaban con ella por salir bien en la foto, como si su fotogenia fuera sinónimo de vacuidad, de exhibicionismo, de ser lo mismo que criticaba.
¿Por qué ese arrebato?, ¿por qué ese contraefecto perverso que buscaba colocar en la ya extensísima lista de los culpables de todo a una joven de 30 años que, harta de ver como los de arriba de su jerarquía se conformaban y mataban sus expectativas, les había escupido -con una oratoria fluida y directa impropia de su generación, por cierto- todo lo que pensaba de ellos?, ¿por qué ese deseo repentino de matar al mensajero de un mensaje con el que estábamos de acuerdo en lo socialista en particular y en lo político en general?
Muy sencillo. Porque los hechos protagonizados por Beatriz Talegón nos generaban una sensación extraña, un malestar general como ese que combaten las aspirinas en el anuncio, nos creaban un amargo regusto en la garganta.
Sus palabras iban dirigidas a Rubalcaba, los líderes internacionales socialistas y todos los cuadros de mando políticos del socialismo mundial. Esas no nos molestaban.
Pero sus actos sí, sus actos no disparaban directamente entre los ojos.
Porque Talegón se levantó y se enfrentó a sus jefes. Así de simple, así de sencillo. Así de inopinadamente poco habitual entre nosotros.
Se enfrentó a los que ella pensaba que lo hacían mal, se lo dijo en la cara, se arriesgó a que la dejaran de lado, a que la defenestraran, a perder su puesto y su cargo en el socialismo, a que la apartaran, a que cargarán contra ella.
Hizo exactamente lo que no hacemos nosotros.
Y ese es el mensaje que nos desazona, es la acción que nos disgusta, es el recuerdo que nos hace volvernos fieramente contra ella y buscar excusas para al menos desleír la fuerza de sus palabras con unos cuantos peros colocados a tiempo.
Porque si fuera una arribista se habría comido sus palabras y habría buscado pasar inadvertida para surgir después cuando la caída en picado de los líderes actuales ya hubiera tocado estrepitosamente suelo. Hubiera hecho lo que hacemos nosotros. Callar y aguantar; criticar en pasillos y bares y mantenernos en silencio en despachos y reuniones.
Pero no lo ha hecho y eso nos deja muy mal.
Nos recuerda que la supervivencia propia no puede anteponerse a la dignidad general, que los intereses del partido no pueden anteponerse a la ideología que fundamenta ese partido, que estamos en unos tiempos en los que quejarse ya no basta si es que alguna vez bastó.
Unos días en los que tenemos que arriesgarnos, tenemos que poner en juego lo poco que nos queda para conseguir recuperar lo mucho que nos han arrebatado. Unas jornadas en las que los desahuciados, los parados, los enfermos, el futuro de los que estudian o quieren estudiar tiene que pesar mucho más en nuestras decisiones, en nuestras luchas y en nuestras acciones que nuestro sostenimiento personal, que nuestro pequeño y personal paso del Rubicón de la crisis.
Y lo que hizo Talegón nos demuestra que no lo hacemos, que nuestras adhesiones virtuales, nuestras campañas on line y nuestras revoluciones en el éter no son la respuesta a las amenazas y ataques totalmente reales que lanzan contra nosotros desde Moncloa y todos los centros de poder.
Que eso no nos justifica, que hay otro modo de hacerlo.
Que como ella podemos y  debemos levantarnos, atravesar la sala y cruzarles la cara de un sopapo hasta enrojecérsela a nuestros jefes, nuestros gobernantes y todos los que participan en esta danza macabra que está enterrando para siempre nuestro futuro.
Y que nos pase lo que nos tenga pasar.
Pero como no lo hacemos, como esperamos a que empiece otro, como estamos más preocupados de conservar las migajas propias que nos dejan que por recuperar la hogaza común que nos roban, que lo haga Beatriz Talegón, que tiene mucho más que perder  -no olvidemos que está bien posicionada en la estructura de un partido poderoso internacionalmente- nos disgusta, nos hace torcer el gesto, nos arroja al contraefecto del descrédito.
Como la dimisión en bloque de los directores de centros de salud madrileños hace a muchos de nosotros recordar que no han perdido su sueldo de facultativos; como la huelga continuada, con meses de salario perdido, de los sanitarios hace a muchos de nosotros decir que ellos pueden permitírselo; como la pelea de los funcionarios nos hace decir a los cuatro vientos de defienden el  privilegio que nosotros no tenemos de las pagas extra; como la pelea de los profesores y docentes o las dimisiones de directores de centros de enseñanza, hace a muchos de nosotros arquear una ceja preocupados por dónde dejarán a los niños los días de la huelga.
Porque, como no hacemos lo que debemos hacer, nos molesta que otros lo hagan.
Así que el contraefecto Talegón no tiene nada que ver con Beatriz, con el socialismo, con Rubalcaba ni con ninguno de los puntos y comas que puso sobre las sorprendidas “íes” de la Internacional Socialista reunida en Cascais.
El contraefecto está en nosotros. En lo que hacemos y en lo que, por desgracia, todavía muchos dejamos de hacer.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues no, hombre, no, el efecto Talegón no es más que la enésima maniobra de una pesoe podrida hasta el tuétano para vendernos que se están regenerando, ¿eh?, que esta vez va en serio.

Una joven de ¿30 años? Ya... Podríamos proponer que las juventudes fueran hasta los 45. Total, el proceso de infantilización social es tal, que a la edad que mi madre tenía 2 hijos, llevaba una casa y atendía un negocio, esta mujer es la presidenta de las juventudes.

Y luego llora, pobrecita, cuando los de las hipotecas la mandan a la mierda. Ella que quería ser la líder de la revolusión...

Anda a la mierda con toda esta gente.

Saludos.

Tu economista de cabecera dijo...

Estoy de acuerdo con el anterior.

Si lo que dijo fuera honestamente sentido, tendía cierto mérito, aunque más mérito tendría decir las mil cosas mas que se dejó en el tintero.

Pero no lo creo. Creo que es una aplicada alumna, a la cual, con ls cierta libertad que se da a las Juventudes de los partidos, se les perdona un "cierto idealismo" y que protesten para que vean que se les oiga, pero y aquí viene lo malo todo muy blandito, pactado y domesticado y volviendo luego al redil.

Y es que si bien dijo lo que dijo, minutos mas tarde ya la estaban acariciando como hija pródiga que ha tenido una rabieta, y parece ser que la llamaron al orden porque si en ese discursito, que se sabía oba a salir en los Medios dio la cal...

... y en la Sexta poco después ( creo que al dia siguiente) dio la de arena. Que si los del PSOE no tenian corrupcion, y mil historias mas, en la linea de siempre.

La gente se enfuerece porque parece el enésimo lavado de cara del PSOE para continuar con la pantomima de Cánovas y Sagasta per secula seculorum.

devilwritter dijo...

Para Anónimo:
A mi el efecto Talegón no me preocupa ni me preocupará nunca. Sus motivaciones son suyas.
A mi me preocupa el "contraefecto", ¿por qué estamos más interesados en las bondades o maldades del mensajero que en el mensaje?
¿por qué seguimos exigiendo esa condición mesiánica de pureza impoluta de todo aquel que diga algo para tener en cuenta sus palabras?
Me interesa por qué nos sentimos en la necesidad de reclamar "pureza de sangre" a todo aquel que hace una crítica, como si su supuesta falta de credibilidad nos sirviera a nosotros de excusa para cerrar los oídos a sus palabras.
Nos podemos imagina qué hubiera pasado si los franceses hubieran dicho ¿quienes son estos aristócratas enteradillos para decirnos a nosotros que tenemos que ir contra el rey y acabar con la servidumbre, siendo ellos todos de familias nobles venidas a menos? o si los colonos americanos hubieran exclamado ¡No vamos a ir a una guerra de independencia porque estos que dicen que seamos independientes han hecho tratos comerciales con Inglaterra en sus negocios!
Es la excusa perfecta.
Como nadie va a estar limpio de polvo y paja, por más que nos griten desde todas partes que tenemos que hacer algo nosotros seguiremos sin hacerlo porque los que nos lo dicen están desautorizados para decírnoslo.
Lo siento, pero me parece tan viejo como la cobardía.
Y ese también es un rasgo de infantilismo social. Y uno muy nuestro.
Y sobre las edades... Tener dos hijos, atender un negocio y llevar una casa no es un rasgo de madurez (y no es por tu madre en concreto, por supuesto, es una apreciación general)
La madurez se alimenta de la coherencia. Si se actúa coherentemente, se actúa como un adulto, se esté soltero y sin compromiso, sin hijos y sin negocio o se esté como se esté.
Pero, en cualquier caso, no es por defender o atacar a Talegón. Para mi ella es irrelevante en ese debate. Es solamente un ejemplo.
Es porque me sigue entristeciendo y dando rabia que siempre encontremos un motivo -y además basado en los supuestos defectos de los otros- para eludir los cambios personales y sociales que nos reclaman.
No es el motivo por el cual ella ha hecho lo que hecho sino los motivos por los cuales nosotros hacemos lo que hacemos.
Lo repito es "el contraefecto" lo que critico, no el "efecto".
Saludos

Anónimo dijo...

Recojo el guante, señor Devil.

Hay algo aún más viejo que la cobardía, que es la ingenuidad. El hombre nace ingenuo, después se hace cobarde, o no.
Hay otra cosa con la que no se nace que es la coherencia.
Cuando de un partido podrido una de sus cachorras te viene vendiendo la moto de la regeneración, el tonto mira a la Luna, el sabio al dedo que, cual maniobra de distracción, señala a la Luna para que olvidemos la podedumbre del dedo.

Sí, lo de mi madre no era síntoma de madurez. Ni lo de la suya. Pero pertenercer, ser presidente, de las juventudes de un partido más allá de, digamos, los 21, a mí me suena a ingeniería social. Al "eternamente joven". A, como soy joven todo se me ha de disculpar. A no tengo aún un criterio formado. A no asumo mis responsabilidades. A soy eterna víctima, ser necesitado de protección y tal (el feminismo eso se lo sabe).

Resumo y concluyo de momento: ¿Qué dijo esta tía de sustancia? ¿Qué ha hecho ella hasta hoy para demostrar un bagaje que respalde sus argumentos?
Nada.

Encantado de seguir debatiendo. Le sugiero que se informe sobre el trayecto de esta mujer, primero.

Saludos y gracias por responder, estoy en su casa.

devilwritter dijo...

MMe alegro que recoja el guante.
Pero me temo que no estamos debatiendo sobre lo mismo.

Usted sigue en el empeño de que la virtud del que dice las cosas está por encima de todo y en la justificación de que si el mensajero, en este caso Beatriz Talegón, es cuestionable desde su punto de vista ya el mensaje no tiene que ser escuchado, ni atendido ni, por supuesto, respondido.
Eso es lo que es básicamente ingenuo.
Desconozco, desde luego, su trayectoria personal, pero lo que defiende este post es que mientras nosotros no hagamos nada, no nos enfrentemos a los que están por encima de nosotros, no arriesguemos nada no estamos en condiciones de decirle a nadie que no tiene derecho a hacerlo.
Nosotros mayoritariamente agachamos la cabeza, aguantamos lo injusto y luego, cuando alguien dice que es injusto, que está mal, corremos a buscar argumentos para desacreditarle, para justificar porque no hacemos caso de ese mensaje.
En el post, lo digo y lo repito en varias ocasiones, las palabras que fijo Talegón no son relevantes –salvo quizás para los líderes socialistas- pero nosotros deberíamos quedarnos con la idea de que hay que enfrentarse a los que tienen el poder y decir las cosas claras.
Puede que sus motivos sean espurios, puede que su intención sea mero arribismo pero lo que es incoherente en grado sumo es justificar nuestro rechazo en eso y ni siquiera ahondar en la actitud. Lo que se me antoja absolutamente infantil e incoherente es decir sigo sentado, sigo sin hacer nada porque todos los que me dicen que lo haga no son santos de mis devoción, no son castos y puros.
Lo que sí me parece ingenuo es que esperemos que el cambio llegue de un nuevo héroe, de un nuevo paladín, de un nuevo mesías impoluto al que simplemente seguir.
Y lo hacemos con todo.
El 15M son una panda de perroflautas, no hay que hacerles caso; los políticos son todos corruptos, sus denuncias de corrupción no valen; los funcionarios solamente defienden sus privilegios, no tienen razón en su justificación; los trabajadores del metro nos joden la mañana y nos impiden llegar al trabajo, su huelga no es buena; los sindicatos están acomodados y viven de la sopaboba, no hay que seguir sus convocatorias; los actores no tienen derecho a la crítica porque no pagan impuestos en España… y Talegón es, simplemente, un ejemplo más.
Y así seguimos, escudándonos en las supuestas o reales manchas éticas de unos y de otros para justificar nuestra inacción, para no ahondar en su mensaje.
Seguimos haciendo lo mismo de siempre, esperando que aparezca un mesías o un milagro que adecente el local para que nosotros simplemente tengamos que hacer el ejercicio de depositar nuestro sufragio y no tener que implicarnos en nada más.
Y la historia sigue demostrándonos que eso no puede ser así. (sigo en el posterior)

devilwritter dijo...

Dantón Marat y David eran arribistas de tomo y lomo y hoy en día consideramos ineludibles los derechos que ellos redactaron; Franklin Jefferson o Madison eran miembros de la élite burguesa americana y hoy en día nadie duda de su declaración de independencia y de los principios que en ella figuran.
Tenemos que volver a la acción, tenemos que dejar de definirnos por el partido al que votamos y al que no votamos, tenemos que dejar de pensar en los mensajeros y ahondar en los mensajes porque si no este sistema no podrá cambiarse ni regenerarse, ni por un lado ni por el otro.
Y sobre la ingeniería social simplemente haré un apunte. Lleva practicándose desde hace mucho tiempo con nuestra absoluta aquiescencia, con nuestro beneplácito más completo. Si unos la realizan con el feminismo y la supuesta progresía, los otros la llevan a cabo con el falso liberalismo y las supuestas raíces cristianas. Si unos lo hacen con el aborto y el maltrato, los otros lo hacen con la familia tradicional
Y eso va mucho más allá del PP y del PSOE, de la progresía y el conservadurismo, de Talegón y de Carromero.
Lo pueden hacer porque nosotros se lo consentimos. Porque nos resulta mucho más fácil alinearnos que cambiar, buscar a quien seguir que pararnos a crear algo nuevo, desacreditar al rival que asumir algo de lo que diga. Asentir o rechazar que pensar por nuestra cuenta.
Puede que todo eso parezca ingenuo pero trabajamos ocho horas diarias y tenemos jornadas de descanso porque en mil ochocientos y pico los trabajadores ingleses fueron así de ingenuos, aunque sus líderes les llevaran a la huelga para encumbrarse políticamente; no somos siervos ni estamos ligados a la tierra porque en 1789 los franceses siguieron a quienes les decían que no tenían que serlo aunque con ello buscaran relevancia política o beneficio. Le debemos lo que tenemos a esas “ingenuidades”.
Y desde luego las prefiero a la cobardía de desacreditar todo lo que se mueve para justificar nuestra poca tendencia al movimiento, el riesgo y el cambio.
Este debate, para mí, no va de Beatriz Talegón, va de nosotros, como sociedad y como individuos.
Pregunta usted ¿Qué ha hecho ella para apoyar sus argumentos? No me importa, nunca me ha importado.
Mi pregunta es, siempre ha sido y siempre será ¿Qué hacemos nosotros para refrendar los nuestros?, ¿Qué argumentos tenemos para justificar nuestra inacción? ¿Qué los que nos la reclaman no son limpios y puros?
Es muy poca alforja para tan duro viaje.

Todo debate inteligente es siempre un placer.
Un saludo.

Voy a colocar estos comentarios como un nuevo post para que otros puedan participar en él. Si no le importa.

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