Pues ya la tenemos liada otra vez. Parece que esto va no a acabar nunca o, si nos paramos a mirarlo con más detenimiento, pareciera que está empezando a derrumbarse algo que parecía inamovible.
Una vez más la realidad, la más pura y absoluta lógica formal y material nos arrastra a la razón, a algo que nunca se debió perder ni siquiera en el intento de defender a aquellos, aquellas, en este caso, que no estaban en condiciones de defenderse.
A raíz de una sentencia, una de esas sentencias raudas y veloces que llevan con prisa pero sin pausa a los que maltratan a la cárcel, a los machistas a prisión, algo empieza a temblar en el entramado legal que han construido a su alrededor, en la muralla de poder de la que se habían rodeado aquellas que han decidido medrar con el sufrimiento de otras, de engrandecer un problema, aún a costa de solucionarlo, para vivir de su existencia.
Pues bien alguien fue condenado y alguien recordó que vivía en un Estado de Derecho y recurrió. Recurrió porque le parecía que no era demasiado justo que si él había sufrido arañazos y desgarrones en la piel y la persona con la que se había peleado había sufrido lesiones que tardaron cinco días en curar -es curioso que no se especifique cuánto tarda en curarse un arañazo o un desgarrón en la piel-, él fuera a la cárcel y la otra persona no. Aunque la otra persona fuera una mujer. Aunque la otra persona fuera su pareja.
Y he aquí que casi tres años después el Supremo - sí, hombre, esos señores que se supone que son los que más saben de leyes en este país- le dan la razón porque dicen:
"No debe considerarse necesaria y automáticamente como violencia de género. Pudo ser una trifulca matrimonial con agresiones mutuas, pero no dominación del hombre sobre la mujer".
Y la liamos. Se monta la marimorena. Estalla La Tercera Guerra Mundial -la de los sexos, claro-.
Porque algo que es evidente para todos estalla cuando lo dice un tribunal porque la ley le obliga a decirlo.
Que para que una agresión sea machista. El motivo de esa agresión debe ser el machismo.
Claro que también dice que para que haya una agresión solamente tiene que haber un agresor, no dos. Eso se llama pelea. Bueno, exactamente, lo llama trifulca.
Y dicen que eso, las que saben de esto, que eso está mal, que eso no es posible. Que da igual el motivo por el que un hombre pegue a una mujer, que da igual incluso que ella también le golpee -porque, claro, suponen que siempre lo hará en defensa propia, porque la mujer perfecta no es agresiva, es un espíritu puro. Eso está científicamente demostrado-.
Y dicen que "eso es una grieta que hay que cubrir en la legislación contra el maltrato porque eso puede hacer exigir a los jueces que la mujer demuestre ser víctima de una dominación machista reiterada para aplicar las penas por violencia machista".
¡Claro, hombre! No podemos consentir que alguien tenga que demostrar que el delito del que acusa a alguien se ha cometido de verdad. Es tan absurdo como intentar que aquel que denuncia un robo demuestre que poseía verdaderamente aquello que dice que le ha sido robado, tan ridículo como si se pretendiera que alguien tuviera que estar muerto para que se acusara a alguien de homicidio. Una sinrazón, vamos.
Pero ahí no queda la cosa. Los jueces han demostrado su machismo con otro texto que ha encendido la polémica, que ha hecho llevarse las manos a la cabeza a aquellas que creen que una ley puede decir lo que lo se quiera que diga sin importar que atente contra los derechos fundamentales de aquellos a los que ellas no tienen en cuenta simplemente porque tienen las gónadas colocadas en un lugar distinto y más visible que el suyo.
Una de las asociaciones judiciales más importantes afirma que:
"Coexisten dos líneas jurisprudenciales interpretativas. La primera, de corte literal, que entiende que para que exista un delito de violencia de género basta con que, en el marco de una relación sentimental, el varón golpee o amenace a la mujer. La segunda, de orientación finalista, que sostiene que, además, es preciso que se acredite en el caso concreto que la conducta presente rasgos distintivos de discriminación por razón de sexo, que evidencien la existencia de una situación de dominación del hombre sobre la mujer. Ambas opciones son jurídicamente admisibles, y muchos juzgados y tribunales aplican una u otra".
Y claro eso no puede ser. No tiene sentido para aquellas que han eliminado el móvil de todo delito cometido contra la mujer. Porque la orientación finalista, es decir la que se aplica en todo el resto de los delitos, obliga a demostrar la finalidad para catalogar un delito de una forma específica.
Por eso no todo el que mata o mataba en Euskadi era un terrorista. Porque había que demostrar que el asesinato había sido cometido con ese fin por alguien perteneciente a esa banda; por eso todo el que, siendo de origen ruso, mata a alguien no es considerado miembro de las mafias rusas y por tanto juzgado y condenado con el agravante de pertenecer a una red criminal con base en Vladivostok; por eso todo el que, en mitad de una reyerta en un bar por dos pirulos de éxtasis, mata a un hombre negro no es acusado de un crimen racista.
Porque para definir la finalidad de un crimen hay que determinar esa finalidad.
Así que, si hay penas superiores por un maltrato machista que por una agresión que no tenga ese componente, los magistrados se ven obligados a exigir, en justicia, que se demuestre que ese componente existe en la agresión.
"En la práctica, esa exigencia supone juzgar a la víctima, supone que cada mujer que denuncie por maltrato será sometida a juicio", dice la indignada Presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género.
Pero de nuevo se equivoca. Bueno no se equivoca, finge equivocarse.
Lo único que demanda esa línea de jurisprudencia es algo que se le exige a todo acusador, a todo demandante, a todo fiscal. Que demuestre que los cargos que presenta son ciertos.
Porque, aunque las defensoras de la malhadada ley y su interpretación literal, no quieran tenerlo en cuenta, los jueces no olvidan que la carga de prueba recae sobre el acusador.
Si tú dices que te han agredido, tienes que demostrarlo. Y si dices que ha sido por machismo, también. Nadie te juzga. Simplemente te obliga a demostrar que dices la verdad.
El principio básico del ejercicio de la justicia.
Pero no. Una agresión de un hombre a un mujer es machista por definición. Aunque medie una pelea, es machista. Aunque sea para robarla, es machista. ¿por qué? Porque alguien ha decidido que todo hombre es machista.
Saben que no es así, pero han decidido que todo hombre es machista para verse libres de una obligación que todo el que reclama justicia. Demostrar que su causa es justa y que responde a la verdad.
Y claro que la ley dice literalmente eso. Claro que dice que toda agresión de un hombre a una mujer dentro del entorno afectivo se debe al machismo. Pero lo que está más no es la interpretación finalista de la jurisprudencia.
Es la letra de la ley que, pese a todas las advertencias europeas, bordea el límite interno del fascismo al asignar una condición. el machismo, a un grupo de individuos en su conjunto por compartir un rasgo biológico, ser hombres.
Pero aun así los jueces, a los que con toda lógica les tiemblan las carnes ante los problemas legales, dan una salida fácil y sencilla, para mantener esa aciaga ley.
si quieren demostrar ante un tribunal que una agresión forma parte de un intento de dominación machista sólo tienen que hacer algo muy sencillo:
"Si existe una lista de antecedentes de agresión y una sucesión de partes de lesiones a la víctima, se supone que son pruebas suficientes de dominación. Si hay dentro de la acusación referencias expresas sobre la superioridad del agresor o sobre la inferioridad de la agredida, si se presentan testimonios de que en cualquier ambiente o entorno ese hombre ha emitido comentarios machistas, pueden ser pruebas de la existencia de ese deseo de dominación machista".
Es lógico. Yo no puedo acusar a alguien de neonazi por ir rapado y llevar unas Doc Martins, tengo que esperar a que levante la mano y grite ¡Heil Hitler! -o algo parecido-. Yo no puedo acusar de racista a alguien porque se esté peleando a brazo partido con un negro. Tengo que haber escuchado antes de él que "todos los negros merecen morir" o esperar a que durante la trifulca diga algo parecido para poder incluir el racismo como un agravante.
Si el individuo en cuestión tiene una lista de antecedentes más larga que la de los implicados en los Eres de la Junta de Andalucía y en esos se incluyen pintadas racistas, persecuciones a negros y palizas anteriores a africanos, entonces puedo decir, sin demasiado temor a equivocarme, que es racista.
Pero las que defienden la Ley de Género - y la llamo así porque han demostrado que les importa mucho más el género que la violencia- afirman que eso no puede ser así porque ¿qué pasa si no se tienen esas pruebas?
Pues lo que ha pasado siempre. ¡Que no hay caso!
Se castigará la agresión, el golpe, el insulto o la amenaza. Pero no se incluirá el agravante que convierte ese golpe o ese insulto en algo machista. El que ha insultado o golpeado sufrirá exactamente el mismo castigo que una mujer que hubiera insultado o golpeado ¿es eso injusto?, ¿es eso intolerable?
No, es la esencia misma de la justicia. Lo que diferencia un delito de otro no es la naturaleza intrínseca o biológica de aquel que lo comete -salvo en los casos con menores implicados- son los agravantes y los atenuantes y las finalidades. Por eso si no hay machismo demostrado y demostrable no hay condena por machismo. La hay por agresión, pero no por machismo.
Y ellas mantienen que eso desvirtúa la letra de la ley. Y tienen razón, precisamente por eso justo. Porque la ley desvirtúa de principio a fin la letra y el espíritu de la justicia.
Y como las féminas intransigentes que siguen intentando galopar en el caballo desbocado de esta ley ven que se abren grietas por las que le resulta posible escurrirse a la justicia, pretenden taparlas a toda prisa, pretenden cerrarlas para que nada se escape de su ley que saben injusta pero útil a sus fines.
Y por eso mandan a algunos de los suyos, a sus ojos y oídos en el poder judicial, en el Consejo del Poder Judicial, concretamente a la arena dela lucha por cerrar la lay por eliminar en ella todo rastro de justicia.
Estos vocales - mayoritarios en el Consejo, no olvidemos como se elige- han propuesto al Congreso y al Senado una nueva redacción del artículo de la ley en la que al acto del maltrato se le añada la frase "con cualquier fin".
¡Alegría!. Y de paso pueden modificar otras leyes y decir que todo disparo en Euskadi efectuado "con cualquier fin" es terrorismo, que todo traje comprado en un sastre madrileño por un político "con cualquier pago" es corrupción y que toda proposición sexual "con cualquier fin" es intento de violación.
¿Por qué no?
Si la finalidad del delito viene determinada por la legislación podemos convertir en terrorista a quien queramos, en mafioso a quien nos de la gana y en psicópata a quien nos venga bien.
¿De verdad no son capaces de entender que si un hombre agrede a una mujer para robarle el móvil no es el machismo?, ¿de verdad no entienden que si un hombre abofetea a su pareja porque le ha arañado el rostro no lo hace por machismo?
¿De verdad quieren que nos convirtamos en el Berlín de 1933 en el que todo acto de un judío era delito por el hecho de ser judío, independientemente de la finalidad que persiguiera con ello?
Pero claro, como no podía ser de otra forma, la ínclita Montalbán, presidenta del Observatorio, uno de esos organismos que gasta el dinero en los sueldos de las que lo dirigen y en la realización de estudios haciendo que solamente el 15 por ciento del dinero destinado a las maltratadas les llegue a ellas mismas, se muestra de acuerdo con la propuesta porque, "acabarían con esta preocupante sensación de inseguridad jurídica".
No, señora Montalbán, no. Aumentaría la inseguridad jurídica hasta límites que no se conocían desde que los camisas pardas incendiaron las estancias del Reichstag.
Porque ya cualquier cosa que hiciera un hombre, independientemente de su finalidad, sería por machismo. Si un hombre mata a su esposa porque esta le persigue con un cuchillo como su acto es "independiente de su finalidad", sería condenado por asesino machista.
Si un hombre abofetea a su pareja para dejarla inconsciente y evitar un ataque de epilepsia -cosa que hacen incluso en situaciones de urgencia en los hospitales, por cierto- como el acto es independiente de su finalidad, sería violencia machista.
La inseguridad jurídica se extendería como un reguero de pólvora por este país, pero claro solamente entre los hombres y a esos la inefable Montalbán no los tiene en cuenta.
La interpretación finalista no deja a las mujeres maltratadas en inseguridad jurídica, las arroja sin ambages y sin paños calientes a la responsabilidad jurídica.
Su palabra no basta. Si quieres acusar a alguien tienes que aportar pruebas de su delito y si quieres que se le juzgue por un delito cometido con una finalidad concreta, tienes que aportar pruebas de esa finalidad.
No vale que digas mi pareja me ha pegado porque es un machista para que vaya a la cárcel y tiren la llave.
Tienes que probar ambas cosas.
¿Es eso inseguridad jurídica? Yo diría que todo lo contrario. Es la completa seguridad de que la justicia funciona como debe. Aunque sea con los hombres.
Aunque sea penoso que yo se lo tenga que decir a una jueza, que ha olvidado lo que es la ley y lo que son sus mecanismos simplemente porque ahora dirige un Observatorio que en lugar de observar intenta cambiar la realidad para adecuarla a su imaginación.
Porque sí, queridos y queridas. La señora Montalbán, aunque no lo parezca, hubo un tiempo en que fue jueza.
Ahora ha perdido el derecho a que la llame Señoría.
2 comentarios:
"eso es una grieta que hay que cubrir en la legislación contra el maltrato porque eso puede hacer exigir a los jueces que la mujer demuestre ser víctima de una dominación machista reiterada para aplicar las penas por violencia machista".
Dicho de otro modo: Hay que exigir a los acusados que demuestren que son inocentes y la presunción de inocencia nos la pasamos por los ovarios porque nosotras lo valemos.
Efectivamente.
Porque nuestra palabra es ley y nadie puede cuestionarla ni, mucho menos, exigirnos que aportemos pruebas para demostrar nuestra veracidad.
Justo como los amos de esclavos en la Lousiana de antes de la Guerra de Secesión; justo como los arios en la Alemania nacionalsocialista de entreguerras.
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