Suele ocurrir en un caso como el de Marta del Castillo, que el incosciente colectivo se siente perturbado y engrandece -o al menos enfatiza- las bondades de la víctima para poder, luego, identificarse con más facilidad con ella. El recuerdo de Marta y lo injusto de su desaparición y su más que posible muerte lo merecen. Si hay alguien que lo merece es una joven con toda la vida por delante que ha dejado de tenerla.
Pero, por más que el inconsciente colectivo nos lleve a esa conclusión, por más que los carteles y la memorabila del caso lo griten y lo pregonen en cuerpo 34 en cada esquina, cada farola y cada escaparate; por más que no empeñemos en serlo, no todos somos Marta.
Porque Marta sería conocedora de su propia historia. No habría especulado. No habría dado por ciertas cada línea escrita en los periodicos ni cada frase pronunciada en las escrecencias televisivas de viscera y sucesos. Así que no, no todos somos Marta.
Porque Marta habría cruzado la calle, entrado en la comisaria, puesto una denuncia y abandonado el escenario para esperar con paciencia, probablemente con angustía y, con toda seguridad, con dolor, la evolución de las investigaciones. No se habría quedado en la puerta amenzando, insultando, vociferando con ira y promoviendo e intentando linchamientos físicos y mediáticos contra aquellos que se cree fueron los artífices de su desgracia. Va a ser que no, no todos somos Marta.
Porque Marta se habría quedado en su casa, rodeada por los suyos, facilitando en lo posible la investigación y el procesamiento y con serios problemas para hablar de lo ocurrido hasta en su círculo más íntimo, como suele ocurrir con toda víctima. No se habría dedicado a tomar a su hija de la mano y pasearla por los platós de programas de rigor dudoso y visceralidad desmedida para relatar pormenores irrelevantes de los hechos y leyendas de la vida de alguien a quien aún sólo se considera sospechoso o, como máximo, acusado. De manera que no, no todos somos Marta.
Porque Marta habría declarado lo que conocía de los hechos y luego habría permanecido en silencio, dejando que investigadores y jueces llegaran a las conclusiones necesarias. No se hubiera dedicado a montar y remontar mil veces el relato de lo ocurrido con datos inconexos y filtraciones; con declaraciones que se contradicen, con confensiones aparentes pero luego negadas y supuestas inculpaciones que, al menos de momento, ni siquiera están consideradas como pruebas legales. Se antoja que no, no todos somos Marta.
Porque Marta, la Marta perfeccionada de nuestro recuerdo e inconsciente, habría escuchado a los expertos y habría comprendido que buscar los motivos y las explicaciones de un comportamiento no es justificarlo. No se habría limitado a descalificar a los psicólogos, a negarse a aceptar la evidencia clínica y a negar la mayor que supone que alguien que le hace lo que parece que se le hizo a Marta del Castillo tiene algún tipo de perturbación, aunque eso no lleve aparejado que no deba pagar por aquello que ha hecho. De modo que no, no todos somos Marta.
Porque Marta habría esperado a que las declaraciones y las pesquisas encontraran el mobil del delito y dictaminaran los motivos del mismo. No habría corrido a apuntarse a una lista de víctimas de violencia de género, ni a incluirse dentro de estadística alguna. No se habría indignado cuando el juez considerara que una relación efímera, alejada en el tiempo y sin continuidad no induce a pensar que se trate de ese tipo de violencia. No habría tremolado el machismo antes de que nadie sepa si ese es el auténtico motivo de su desgracia. O sea que no, no todos somos Marta.
Porque Marta habría esperado a la sentencia para recurrir contra ella si no estaba de acuerdo con la misma. No se habría lanzado de forma inmediata a pedir el aumento de penas o el cumplimiento integro de las mismas, antes de conocer incluso el delito de que se acusa a los supuestos hacedores de su infortunio y mucho menos la pena que se solicita para ellos o la que finalmente les será impuesta. Resulta que no, no todos somos Marta.
Porque Marta, resumiendo, hubiera esperado a que hubiera un cadáver y a que un juez lo dijera para llamar a alguien asesino. Hubiera reclamado justicia, no venganza. No hubiera pedido a gritos en foros y declaraciones que los presideriarios "se encargaran" cruelmente de los acusados en la cárcel, ni que se les "matara como a perros", ni que se les "hiciera sufrir hasta el último día de su vida".
Visto lo visto, parece que no, no todos somos Marta.
Si por mor de la injusticia de una muerte engrandecemos el recuerdo de una víctima inocente, comportémonos de acuerdo con ese recuerdo engrandecido. Hagamos lo que la mejor de las martas posibles hubiera hecho. Ella lo merece. Aunque el resto de los implicados en llevarla a la desgracia quizás no, por lo menos Marta del Castillo lo merece.
Y, ya puestos, tal vez podriamos dejar un espacio en nuestro empático inconsciente colectivo para ser todos también alguno de los 21 emigrantes engañados, estafados ateridos y muertos que ahora flotan en las aguas que rodean Lanzarote
Pero, claro, eso es otra historia. Todo el mundo tiene o puede tener una hija, pero pocos se imaginan con su futuro dependiendo de una patera como para que se les dispare la empatía.
Queda claro. No todos somos Marta.
2 comentarios:
Después de cometer el error de ver anoche la "mierda" del informativo de la "mierda" de Telecinco estoy de acuerdo: Yo tampoco soy Marta.
Llevas razón aunque es comprensible que tengan lugar ciertas reacciones poco recionales en un momento de tanto dolor. Lo cierto tambien es que el circo mediatico que se genera alrededor es patetico.
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