Fátima Bañez que, para quien aún no lo sabe, no se ha enterado o no le ha dado importancia, es la actual ministra de trabajo se encuentra hoy enfrentándose a la huelga general. Danzando -con poca gracia, todo hay que decirlo- en ese baile de cifras que siempre es una huelga general que ella y Mariano, Don Mariano, el señor presidente en situación militar de ASP -Ausente sin Permiso- cifran de repente en el consumo eléctrico.
Quizás es por el mareo que le han creado los continuos giros en este vals malinterpretado de cifras o porque la rigidez del corsé que luce en materia económica y laboral le impide girarse -sobre todo a la izquierda, por supuesto-, pero de repente, en lugar de perder el zapatito de cristal como la mítica princesita, pierde las antiparras, las lentillas o lo que use y sufre un acceso insoportablemente brutal de miopía.
Con los ojos así, pequeñitos, como entrecerrado, como el que se esfuerza por ver el número del autobús que llega después de tres cuartos de hora de espera por causa de la huelga esa que no existe, mira a los representantes de los medios de comunicación -que, por cierto, no sé qué hacen ante ella y no de huelga- y suelta su frase.
Como un personaje de reparto nervioso y ansioso por abandonar la escena después de su momento efímero de participación en la tragedia, Fátima Bañez, toma aire, imposta la voz y afirma: "La agenda reformista es inamovible" antes de hacer mutis por el foro y perderse hasta nueva orden escrutando los consumos eléctricos en Matalascañas para ver si rasca una milésima de participación a la huelga general.
Y es con esa afirmación, con ese acto de fe en forma de declaración, es con lo que los síntomas de su enfermedad ocular se hacen patentes, innegables, imposibles de eludir.
Fátima Bañez, y con ella todo el gobierno que ha diseñado, colado y aprobado esta reforma laboral, sufren una extraña y poco común afección que reduce el campo de la visión que solamente podría definirse como ceguera cuántica.
¿En qué consiste la ceguera cuántica? Por resumir y sin entrar en las complicadas ecuaciones del espacio y el tiempo de Planck, esta dolorosa -sobre todo para los demás- afección del gobierno de Rajoy se reduce a la imposibilidad de ver más allá de lo pensado a priori.
Esto es. En un mundo en el que hay una posibilidad infinita de realidades y por tanto una ingente cantidad de vías de acción, Fátima Bañez asegura que la agenda reformista es inamovible. Se niega a aceptar la existencia de mundos paralelos en los que son posibles reformas paralelas o incluso diametralmente opuestas para general el mismo resultado.
Cae junto con todo el equipo de Moncloa en la ceguera miope que les hace ver que como no se quiere su reforma no se quiere reforma ninguna y que ir en contra de su reforma es ir en contra del reformismo.
Los sindicatos, los huelguistas, la oposición, todos los que están hoy en la calle o en su casa - consumiendo o no consumiendo luz- se oponen a "su reforma" no a "la reforma" en mayúsculas y con letras de molde.
No pretenden parar el reformismo, pretenden que la reforma tome otros derroteros, que incida en otros puntos, que afecte a otros colectivos a los que se ha mantenido a salvo de ella.
Si hace siglos doctores tenía la iglesia -y los sigue teniendo- ahora la realidad cuántica en la que vivimos nos obliga a pensar que reformas tiene la economía.
Pero la miopía cuántica que aqueja a Bañez y al gobierno al que pertenece le hace imposible reconocer que la reforma puede ser otra porque una reforma es necesaria y que a lo mejor -o a lo peor- lo que se está pidiendo es otro tipo de reforma. En lugar de a la alemana, a la islandesa.
Por poner un cuántico ejemplo.
Pero es de suponer que ese imposibilidad de percepción de la multiplicidad cuántica impedirá que Rajoy, Bañez, Montoro y los demás se bajen de su burro reformista para montarse en un corcel, también reformista, traído por otros. Que es lo que se le está exigiendo en la Huelga General.
Nada salvo lo mío. Y después de mí, el diluvio.
Miope, Bañez, cuánticamente muy miope.
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