Claro, cada vez que llega y pasa el día de la Mujer Trabajadora tiene que salir el tema. Siempre que sucede algo que incluye la palabra mujer alguna termina sacando el aborto a colación.
Lo único diferente en esta ocasión ha sido la respuesta. El inmarcesible Gallardón, Don Alberto, para los amigos, se ha levantado en su sitio, en su escaño del Congreso y ha contestado.
No es que sus argumentos hayan sido sólidos al extremo, no es que tengan una base moral o ética distinta, pero ha hecho algo que ha cambiado la dinámica de esta baladí discusión. Ha hecho lo que solamente puede definirse como un ejercicio puro de mayéutica, de dialéctica aristotélica, y ha generado por fin una antítesis.
Ha mantenido la discusión, el pírrico enfrentamiento sobre este asunto, en los términos que sus competidoras discusivas le ofrecían. La rancia diputada socialista encargada de la pregunta –y digo rancia por su actitud y lo trasnochado y decimonónico de sus argumentos- se arrancó con lo de siempre.
Con lo del fundamentalismo que les hace oponerse al aborto –como si solamente se pudiera ser fundamentalista religioso y no ideológico, como si ella no perteneciera a idéntica ala fundamentalista del feminismo a la que acusa de pertenecer a al otrora faraón Gallardón con respecto al catolicismo- .
Y el ministro de Justicia omitió la prevista defensa de la vida, de la moral cristiana y se mantuvo en un terreno inesperado. Argumentó que, desde el punto de vista de los derechos de la mujer, del inventado derecho a la libre elección de la maternidad, hasta desde el aparentemente izquierdista concepto de la Violencia de Género, el aborto no respeta a la mujer.
Los bufidos, los aullidos, los parloteos y los gestos de la diputada recordaron demasiado a los de un jugador de fútbol cuando es sorprendido in flagranti más allá del último defensor y aún así le protesta al árbitro como para disimular. De aquel que ha sido pillado en fuera de juego.
Porque, por primera vez, alguien ha sacado la cuestión del ámbito donde se mantenía, donde el postfeminismo radical que nos aqueja quería mantenerlo, del enfrentamiento entre lo progresista y lo ultramontano que buscaba la identificación de todo ser humano con ideas avanzadas como defensor del aborto y de todo detractor como un retrógrado recalcitrante. Ha expulsado el debate del enfrentamiento entre ciudadanía y feligresía que pretendía identificar a todo ateo, agnóstico, laico, laicista e incluso antiteísta –que somos pocos- con la defensa del aborto y a cualquier crítico con este método de anticoncepción radical con un fundamentalista religioso.
Por fin ha llevado la discusión al ámbito de los derechos y por fin hace que ambos contendientes dialécticos se vean forzados a contra argumentar sin tener en cuenta lo que dicen los purpurados, los ayatolas o los marxistas leninistas sobre el papel de la moral y la religión. Por fin obliga a debatir, no ha descalificar.
Y por supuesto eso está mal, no porque pueda hacer triunfar la posición conservadora –que lo dudo- sino porque rompe la férrea disciplina ideológica que se mantenía al respecto en la supuesta izquierda, supuestamente progresista y supuestamente feminista. Porque ya no podrán identificar progresía e izquierda con aborto. Porque ya están obligadas a generar una antítesis dialéctica –siguiendo a Hegel o a Aristóteles, como prefieran- o proponer una síntesis definida.
Algo que no quieren hacer.
No es que a mi me preocupara demasiado que no se aceptaran los argumentos de este rango para darlos, pero ya que ahora parece toca volver a ellos, en esa eterna recurrencia de los temas políticos sociales en este país porque nunca acaban de cerrarse del todo, me pongo al tajo.
Así que, aquellos que lean esto, pocos o muchos, que se pertrechen de agua, rifle y víveres, porque esto va a ser largo.
Empecemos por lo básico.
Lo único en lo que coinciden ambas partes es derecho a la libre elección de la maternidad –que por ser un derecho universal- es absolutamente equivalente al derecho a la libre elección de la paternidad-.
Pues bien, para empezar, ese derecho no existe. Es imposible que exista.
No se me alteren. No estoy diciendo que la mujer no pueda elegir sobre la posibilidad de ser madre o no o que el hombre no pueda elegir sobre la posibilidad de engendrar o no progenie y en qué momento realizarlo.
Ambos tienen esa posibilidad pero no se puede plantear como un derecho. Creo que ahora toca explicarse.
Un derecho individual tiene una característica irrenunciable. Ha de ser universal ¿Nos acordamos de la segunda palabra que aparece en la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano –lo siento, señoras defensoras de la visibilidad femenina, es como se llama-? ¡Bingo!, ¡Universal!
Y ¿qué significa eso? Pues simplemente que todas las mujeres del mundo tienen que tener reconocido el derecho a elegir libremente si son madres o no y pueden ejercerlo de modo negativo.
Automáticamente las defensoras de ese concepto dirán que eso es lo que se busca pero ¿Ya empezamos a ver por donde vamos?
Si es un derecho para todas las mujeres y hombres –si incluimos el de la paternidad- ¿Qué pasa si todos lo ejercen a la vez?
Podemos querer ignorar todo lo que sea, podemos fingir que no hemos acudido a las clases de biología de primero de bachillerato, que no sabemos que el Homo Sapiens es una especie de mamífero dimórfico que se reproduce de la forma en la que ya sabemos, podemos eludir todos los conocimientos básicos que nos dieron en la educación general básica, pero si todos los seres humanos de la tierra ejercieran de forma negativa ese derecho de libre elección estaríamos extintos
Es cierto que eso al feminismo no le importa, sobre todo a las herederas de Mckinnon, que estaba dispuesta a la extinción de la humanidad con tal de librarse de los hombres –es literal, no una hipérbole- pero a la humanidad sí.
Y podrán decir que eso no pasará, que siempre habrá mujeres y hombres que quieran ser padres o madres. Y tendrán razón. Pero eso es baladí porque lo que importa a la hora de definir un derecho es su conceptualización no sus circunstancias. No se puede definir un derecho y luego contar con la buena voluntad de los seres humanos a la hora de aplicarlo para evitar la extinción de la especie.
Es tan absurdo como definir el derecho al obtener alimento en cualquier circunstancia y no especificar que es de forma legal y luego decir “bueno suponemos que, como los seres humanos son buenos por naturaleza, buscarán formas de alimentarse que no atenten contra los demás”.
Así que en realidad cuando intentan definir el derecho a la libre maternidad o paternidad están haciendo el ejercicio de egoísmo, de insolidaridad y de irresponsabilidad para con el pasado, para con el presente y para con el futuro mas descarado que se ha producido desde que César atravesara el Rubicón y luego dijera “Uy, lo siento, no sabía que no podía hacerlo. El mensajero debió morir”.
Porque lo que están defendiendo es el derecho de la mujer occidental atlántica a elegir sobre su maternidad –y por ende, aunque les cueste admitirlo, del hombre occidental atlántico a elegir sobre su paternidad- a despecho del pasado, del presente y del futuro, a despecho del mundo, de la historia, de la especie y de la sociedad.
Contra el pasado porque eluden la responsabilidad que han asumido miles de generaciones en los últimos 10.000 años para con la especie a la que pertenecen y que no entra dentro de ningún rango ético o moral, sino que es un imperativo genético y biológico. Porque olvidan que ellas están aquí porque alguien se reprodujo y eso es una necesidad ineludible para la especie.
Contra el futuro porque convierten a cada generación de seres humanos en el tirano que decida sobre el futuro de la existencia de las generaciones posteriores, algo que nunca puede contemplar un derecho que, aunque se aplique al individuo, está destinado a la mejora de la humanidad en su conjunto. Y la extinción no puede considerarse una mejora por mucho que la rabia revanchista de Mckinnon lo considere así.
Y contra el presente porque para disfrutar de ese derecho que consideran propio cargan la responsabilidad sobre los hombros de otras mujeres y de otros hombres que están en otras situaciones sociales y políticas y que no pueden elegir. Para aplicar su derecho se lo niegan, por pura lógica de supervivencia de la especie, a otros, creando un distingo, una brecha de superioridad. Recurriendo al fascismo como forma de organización.
De modo que la libre elección de la maternidad y la paternidad es una capacidad innegable, una posibilidad factible, pero nunca se podrá catalogar como un derecho. Y la argumentación no nace de ninguna moralidad. Nace de la ética que ellas mismas dicen aplicar y de la realidad científica.
Aquellas que defienden la existencia inmanente de ese derecho saben todo eso, lo han sabido siempre, simplemente han fingido ignorarlo, por eso cuando alguien en una posición de poder se lo ha rebatido han recurrido a lo de siempre, al enmascaramiento de su ideología a través del recurso a la arenga fácil y al slogan combativo.
Así Elena Valenciano cuando le preguntan por la nueva definición del concepto no argumenta sobre el motivo por el cual lo consideran un derecho innegable, se limita a construir una arenga
“Las mujeres no queremos que haya un Guerrero del Antifaz que defienda nuestro derecho a la maternidad según sus criterios. Las mujeres queremos elegir por nosotras mismas si queremos ser madres o no”, perora sin argumentar la socialista.
Independientemente del hecho de que comete el mismo vicio heroico del que acusa a Ruiz Gallardón y ella se convierte en la Capitana Dagas –lo siento, fue Valenciano la que empezó con la metáfora de los comics rancios de los setenta- afirmando que habla por las mujeres y decidiendo lo que quieren y lo que no quieren, según sus criterios, que de repente parecen universales sin serlo, y la forma en la que tienen que expresar esos deseos, la portavoz del PSOE en estos asuntos obvia que la restricción o incluso la prohibición del Aborto no tiene nada que ver con eso.
Porque aunque nos creyéramos que la libre elección de la maternidad y la paternidad es un derecho inalienable y no una capacidad y una posibilidad, la existencia del derecho obliga a los gobiernos a garantizarlo, pero pueden elegir, de hecho es su función elegir, el modo en el que consideran legal garantizarlo o no. Y el aborto sólo es un método. No el único método.
Lo que dice Valenciano es tan absurdo como defender que los gobiernos no pueden prohibir a los ciudadanos el homicidio preventivo porque tienen derecho a preservar sus vidas. Prohíben el método por ilegal y porque entre en conflicto con otros derechos, pero eso no impide el ejercicio del derecho
¿No se si me explico?
(esto seguirá)
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