Esto de la modernidad y la creación de referentes evolutivos en la visión de la mujer se nos está agotando. Cada vez parece que se encuentran menos para demostrar lo que el aparato de comunicación del emporio ideológico feminista occidental pretende vender como lo que es y lo que debe ser la mujer moderna, la mujer de hoy. La mujer que toda mujer debería ser aunque ella no lo quiera, claro está. Que para eso están ellas de jueces y parte en este asunto.
Y tan escasas andan de ejemplos de calidad como lo está una exposición de muebles del Ikea en el día final de las rebajas. Por eso tiran de lo primero que pillan, de lo primero que se echan a la foto y a la pluma -o al teclado, lo siento soy antiguo-. Una foto con un carrito de niño y unas cuantas líneas y ¡zas!, tenemos a Soraya Sáenz de Santamaría de ejemplo de conciliación laboral y mujer moderna capaz -como no ha hecho ningún hombre, por supuesto, eso se sobreentiende- de afrontar los retos de los dos mundos.
La buena de Soraya -ministra, viceministra y vicepresidenta de no se sabe cuántas cosas- no les sirve de ejemplo por lo del aborto, se les escapa por los pelos por lo de la paridad y les rezuma por los bordes con lo de la discriminación positiva. Pero para lo de la conciliación les viene al pelo en ausencia de alguien más relevante y más afín ideológicamente al constructo que pretende demostrar.
Pero menos da una piedra.
Y lo cierto es que, al menos para las manos que construyen estas endemoniadas líneas, Soraya Sáenz de Santamaría es un ejemplo, un ejemplo de muchas cosas, un ejemplo de lo que es y lo que no debería ser la conciliación familiar.
Porque primero, Soraya Sáenz de Santamaría renunció parcial -casi totalmente- a su permiso de maternidad. Flaco favor y magro ejemplo para la conciliación. Porque la conciliación familiar, tal como se vendió y compró el concepto por la sociedad occidental atlántica desde los tanques de pensamiento -vale, tiremos de anglicismo Think Tank, ¿mejor?- de la ideología postfeminista es un error del tamaño de la pangea y de la misma proporción que el geocentrismo precopernicano.
La conciliación no es un derecho de la mujer, de la madre,, no es un derecho del hombre, del padre. Es una obligación de ambos porque es un derecho del recién nació, de la recién nacida, de los hijos.
Así que el sistema y Sáenz de Santamaría como ejemplo paradigmático de él fallan en el concepto, el inicio y en el final. La súper ministra no tendría que haber podido renunciar a la baja de maternidad porque esta debería ser obligatoria para garantizar los derechos de cuidado y equilibrio en el recién nacido. Los derechos de los menos fuertes prevalecen sobre las necesidades de los que han de responsabilizarse de ellos -creo que leí eso en algún texto sobre la configuración del Estado y la Sociedad de Derechos-.
Y su señor esposo, padre a la sazón, según se cree, de la criatura, Iván de La Rosa, tampoco tendría que haberla ayudado o utilizado su parte de la baja maternal. Porque para él tendría que ser igual de obligatoria y tener la misma duración que la de su esposa y ser igualmente obligatorio compartirla con ella de forma simultánea.
Y eso perjudicaba a los nombramientos de Sáenz de Santamaría o a los meteóricos ascensos en Telefónica de De La Rosa, es algo que no debería afectar a esa decisión que los encargados de responsabilizarse del recién nacido tenían que asumir porque simplemente es su deber y su responsabilidad.
El Estado debería asegurar que eso no ocurriera, que las empresas no pudieran actuar contra ellos por esos permisos que tenían la obligación de tomar. Claro que los cargos de libre designación no son exactamente lo mismo que los puestos de trabajo, claro que las carteras ministeriales no son exactamente equiparables a los puestos mileuristas del mercado laboral al uso.
Pero la responsabilidad es exactamente igual para una ministra que para una cajera del día, para un consejero de Telefónica que para un reponedor del Leroy Merlín. La conciliación familiar es una obligación para todo progenitor porque es un derecho para toda prole.
Y eso para empezar.
Luego nos presentan a la señora Sáenz de Santamaría muy preocupada por salir a las ocho de la tarde de trabajar para llegar al baño de su hijo.
Y de nuevo el ejemplo lo es de lo que no debería ser. De lo que el pensamiento confuso de la conciliación laboral nos presenta como lo deseable pero que es marcadamente indeseable.
El baño de las ocho es el final de la jornada del bebé. La comida, la lactancia y en etapas posteriores la educación, los deberes, las actividades, la vida, en resumen, se realizan mucho antes de esa hora.
Y lo que es ejemplo positivo, lo que se plantea como tal, se convierte en paradigma negativo de lo que no debería ser.
De un Estado que no ha hecho en los últimos diez lustros el acto más simple que garantizaría la conciliación que es fijar el horario continuado de trabajo en todas las empresas.
Punto. No hace falta que Sáenz de Santamaría llegue a las ocho y media al baño de su vástago en el coche oficial, no hace falta que De La Rosa acuda en su coche no oficial -pero seguramente igual de caro o más- a todo correr a sustituir a la cuidadora y arrancar a su retoño de sus brazos para encargarse del baño.
El horario continuado es conciliación familiar y vital. Y lo es además de forma universal. Los padres pueden dedicare a sus hijos, las parejas a sus amantes, los amigos a sus amigos y el público en general a su vida, a la parte de su vida que no es su trabajo por vocacional y realizador -risas contenidas- que este sea.
Y la señora Sáenz de Santamaría quizás debería aprovechar el próximo Consejo de Ministros para recordárselo a su colega. También, por cierto, mujer y madre. Aunque a lo mejor no tiene tiempo trabajando hasta las cinco para poner al día su "justa y responsable" reforma laboral. Que todo puede ser
Así que una vez más el ejemplo se vuelve en nuestra contra, en contra de aquellas que lo presentan como lo ideal cuando lo ideal sería todo lo contrario.
Pero claro, para eso, habría que cambiar el concepto y poner el derecho en aquel que es objeto del derecho -el vástago- la responsabilidad en aquel que es sujeto de la responsabilidad -los progenitores- y la garantía en el único que puede ser garante, el Estado.
Una vez más el foco del postfeminismo situado en la mujer que nos presenta la conciliación laboral como el árbol que atora el camino del progreso femenino no nos ha dejado ver el bosque de los derechos de los menores y de los vástagos que estamos conculcando por no poner en práctica políticas de responsabilidad familiar y garantía estatal de la conciliación.
Pero claro hace mucho tiempo que la mujer importa más que la familia, que el hombre importa más que la familia. Que nuestra comodidad como individuos importa más que la estabilidad social y el equilibrio en el crecimiento de las generaciones venideras.
Hace tiempo que nosotros importamos más que cualquier otra cosa. Que nuestros derechos se anteponen a los de aquellos que han de seguir el camino de la sociedad.
Hace tiempo que nos negamos a pensar en contra nuestras y en favor de todos, del futuro y de la sociedad.
Para eso están las inmigrantes de a 20 euros la hora y los colegios internos. Según el nivel de ingresos, claro está.
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