Hoy es el Día de la Mujer Trabajadora.
Todos los años hay uno, cíclico, epidémico, casi endémico, en el que parece que las mujeres tienen más derecho a ser trabajadoras que los hombres, en el que parece que el trabajo y la reivindicación laboral se hace femenina.
Sea, ya que a los varones -anteriormente conocidos como hombres- se nos niega el nuestro por el absurdo criterio entre envidioso y pasivo de "que el día del hombre trabajador son todos" -sobre lo cual ya expuse mi teoría en otro tiempo-. Sea pues el día de la Mujer Trabajadora.
Pero, pese a que hoy se aprueba la aciaga reforma laboral, esa que el Gobierno reconoce que creaará este año 650.000 parados más y que no reactivará la economía porque retraerá el consumo privado -¿para qué la hacen entonces si no va a servir para revivir al muerto sistema que siguen defendiendo?-, pese a que los problemas laborales se multiplican por doscientos, pese a que la situación ecónomica nos precariza, las adalides de la ideología postfeminista del eterno fememino victimista y enfrentado al -no menos eterno, supongo- masculino, utilizan el día pra hablar de lo suyo, para seguir a lo suyo, para tirar y ahondar en lo único que les interesa.
Ellas no hablan de trabajo, no hablan de huelgas o de movilizaciones, no hablan de acciones legales: hablan de poder y de violencia. Vamos su clásico.
Caen como siempre en el error revindicativo que por histórico y reiterado ni siquiera es original.
Costruyen la misma metonimia sustitutiva que crearan los movimientos raciales en los años setenta del pasado siglo, o los defensores de la diversidad sexual en la década final de la centuria pretérita: sustituyen el todo por la parte, en el que la parte, que es la condición por la que revindican -la raza, el sexo, la tendencia sexual-, sustitye al todo que es lo demás que comporta la naturaleza de las personas.
Así, para ellas, lo único importante en la mujer es su condición de mujer, como lo era para Malcolm X la negritud o para el Orgullo Gay lo era la condición de homosexual.
Definen o intentan definir a la mujer solamente por ser mujer sin tener en cuenta todo lo demás, como si ese fuera el único elemento que define sus acciones, que mueve sus impulsos, que motiva sus acciones.
Y claro, en un día como hoy, se caen con todo el equipo, se estrellan.
Porque hoy, cuando se conmemora la muerte de 147 trabajadoras en una fábrica textil por ser trabajadoras y no por ser mujeres, lo que prima es la parte laboral del asunto, no la parte femenina del mismo. Pero ellas para eso no están preparadas -y por ellas, me refiero al postfeminismo radical agresivo, no a las mujeres, que conste-.
Por eso hacen el ridículo aprovechando el día para presentar una encuesta en la que en la Unión Europea la población cree que el principal problema de la igualdad está en la violencia de género.
Unas mínimas nociones de marketing o de propaganda política -que son más o menos lo mismo hoy en día- les dirían que hoy era el día adecuado para presentar una encuesta, un estudio o una estadística en los que se destacaran los problemas laborales -esperemos que en la Unión Europea hagan todas estas cosas con más criterio que aquí, aunque lo dudo-, los supuestos distingos laborales entre hombres y mujeres, entre varones y féminas para los que gusten de la correccción política.
Pero no, ellas siguen a lo suyo, ellas siguen con la violencia a cuestas y con eso se cargan el sentido del dia de la Mujer Trabajadora.
Porque el maltrato, cuando existe, nada tiene que ver con el entorno laboral, nada tiene que ver con las condiciones de trabajo, nada tiene que ver con nada de por lo que 147 mujeres murieron hace aproximadamente siglo y medio entre la pira en la que su contratador decidió conventir su fábrica.
Porque el maltrato puede tener que ver con la mujer, pero nada tiene que ver con el trabajo.
Claro que ellas eso no pueden verlo, no saben verlo o no quieren verlo porque eso cambia su concepción del día, de la mujer y del mundo.
Las tejedoras fabriles neoyorquinas murieron en 1857 por ser trabajadoras, no por ser mujeres. Y lo demuestra el hecho de que esa misma semana murieron en los puertos de La Gran Manzana, en las avenidas de la Ciudad de Las Oportunidades y en las barriadas neoyorquinas más de 2.000 hombres -es decir, hombres- a manos, a sables y a balas del Ejército de la Unión en la misma huelga, en la misma reivindicación, mientras sus patronos jugaban al billar o leían el periódico en los clubes de la Quinta Avenida y Wall Street; mientras las esposas de sus patronos seguían paseando por Central Park, acudiendo a los salones de té del centro y haciéndose las uñas en la Segunda Avenida. Y si no son de libros que vean Guns of New York.
Porque el maltrato, aunque a ellas les venga bien que se hable de él, que se tenga siempre en mente, porque es de lo que viven, no está relacionado en nada con lo que se conmemora el Día de la Mujer Trabajadora.
Y por si esto fuera poco, el emporio ideológico del postfeminismo radical, clava a la cruz de la más absoluta incongruencia el brazo que le quedaba aún libre al día con otra de esas perlas reivindicativas que carecen de sentido.
Aprovechan la fecha para hablar del techo de cristal, para instar a la Unión Europea a obligar a los países a imponer la paridad en los consejos de administración de las empresas: hablan de poder.
Y eso sí que les resulta interesante.
Más allá de la imposibilidad formal y material para realizar eso, más allá del absurdo que supone suponer que los gobiernos pueden forzar al dinero a hacer algo -¿estaríamos como estamos si pudieran hacerlo?-, más allá del hecho de que tal y como estan las cosas habría prioridades mucho más importantes porque, ya que nos ponemos a forzar a las empresas a algo, ¿por qué no forzarlas reinvertir?, ¿por que no forzarlas a repartir beneficios con la fuerza laboral?, ¿por que no forzarlas a controlar los procesos de inversión financiera y especulación bursatil con sus valores?, ¿por qué no forzarles a todo eso, que redundaría en beneficio de todos, antes que a la paridad del poder en su seno?, más allá de todo eso se impone la misma reflexión que sobre el maltrato. Eso nada tiene que ver con el trabajo, nada tiene que ver con el perfil laboral de la mujer.
Porque la mujer trabajadora sabe que nunca formará parte de un Consejo de Administración. No por ser mujer. Por ser trabajadora.
Porque el poder dentro de la empresa nada tiene que ver con la actividad laboral de los hombres y mujeres que trabajan en la empresa, porque no resulta muy de recibo reclamar que la mujer forme parte de la dirección de la empresa en el día en el que se deberían desgranar los agravios que esa misma dirección empresarial comete contra las trabajadoras.
Y así pierden el día de la Mujer Trabajadora hablando de lo que les interesa, de lo que les da de comer, el maltrato, y lo que les abrirá las puertas del poder, los Consejos de Administración.
Podrían hablar de la brecha salarial pero no lo hacen porque eso les exigía decirles a las mujeres que deben ser más duras en sus negopciaciones, más firmes en sus reclamaciones y más constantes en sus peticiones de subidas salariales en un país en el que la negociación colectiva no existe y en el que todo se negocia a puerta cerrada y casi con acuerdo de confidencialidad en los despachos de los jefes.
Pero no, no mola. Hay que reconocer demasiadas cosas, demasiados errores.
Podrían hablar de lo que supone el nuevo mercado laboral para los que tienen contratos de media jornada o contratos a tiempo parcial -que son en su mayoría mujeres-. Pero eso les supondría volver a enmendar la plana a sus queridas mujeres, que solamente son mujeres y nada más que mujeres -y no trabajadoras para ellas-, y decirles que tienen que pelearse con sus maridos, novios o parejas para que asuman las responsabilidades del cuidado de los hijos, que tienen que renunciar al concepto de que ellas cuidarán a atenderán mejor a sus hijos que el padre de los mismos -con la consiguiente repercusión no deseada en los divorcios, supongo que se temen-, que no pueden esperar a que una pareja del benemérito instituo o un inspector legal acuda a su domicilio a forzar a su pareja a asumir su parte para que ellas puedan utilizar más tiempo en su progresión laboral si es que desean eso -que muchas no lo desean, por cierto-.
Pero eso tampoco queda bien. No vaya a ser que se nos enfaden. No vaya a ser que, al responsabilizarlas, lo asuman y ya no necesiten al emporio ideológico postfeminista como guía, profeta y baliza de posicionamiento de su pensamiento.
No vaya a ser que se nos acabe el chollo, que la gallina de los huevos de oro deje de poner. Que nos cierren las minas del Rey Salomón.
Claro que también podrían hablar de la rebaja de sueldos prácticamente arbitraria, de los despidos absolutamente arbitrarios -aunque camuflados- de los periodos de prueba laboral que abarcan eras geológicas completas y de la abolición de la negociación colectiva. Aunque todo eso afecte también a los hombres.
Podrían hablar de la huelga geeneral y de la Reforma Laboral. Pero eso es imposible. Eso las haría universalistas. Eso supondría que valorarían todas las facetas de la mujer y no solamente la que supone su relación con el hombre en cuestión de confrontación sexual. Y eso no pueden hacerlo, no saben hacerlo o no quieren hacerlo.
Es mejor hablar de maltrato y poder y que la muerte de 147 mujeres en una fábrica neoyorquina no signifique absolutamente nada.
Feliz Día de la Mujer Trabajadora.
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