Hay cifras, números, cantidades, que constituyen el resumen matemático de lo que nos define como sociedad. Quizás sea por lo redondas, quizás sea por lo repetidas, quizás sea por lo ansiadas o por lo perdidas, pero hay sumas y números que contribuyen a componer el ideario de lo nuestro.
Si hace un tiempo -no demasiado pero tampoco demasiado poco- ciento cincuenta centímetros de cuero nos recordaban lo que no somos, hoy, entre las mareantes cadenas de ceros del déficit, entre las abrumadoras columnas de números de los recortes, un millón, un simple millón de euros, nos muestra lo que somos.
Porque un millón de euros así en números redondos, para que no nos fallen las cuentas es lo que recibirá Rafael por haber estado diez años en la cárcel. Un millón de euros por haber pasado 3.650 días al abrigo de unos barrotes que no merecería.
Rafael es gaditano y tiene ese acento cerrado e impronunciable de la tacita de plata. Nadie le vio pero le identificaron por la voz, nadie dio una descripción física suya. Y así pasó de aparcar coches a ser un violador doble que fue encerrado con una condena de treinta y seis años de prisión.
Había ADN en las ropas de las víctimas, pero no se comparó, el fiscal carecía de una prueba concluyente, pero le acuso, las víctimas carecían de la seguridad de su culpabilidad pero le identificaron positivamente -identificaron una voz y un acento que podía haber sido de cualquier hombre de su edad en esa ciudad-, el juez carecía del más mínimo apoyo ético para condenarle pero lo hizo.
Y ahora, cuando los verdaderos violadores y su ADN han aparecido, cuando ya están en prisión, cuando Rafael ya está excarcelado, recibirá un millón de euros por todo eso. Así de sencillo.
El juez seguirá juzgando sin más, el fiscal seguirá acusando, las víctimas seguirán identificando erróneamente y Rafael recibirá un millón de euros. Así sin más.
Pero más allá de lo adecuado o lo no adecuado de la cifra, más allá de las incapacidades y errores manifiestos de muchos que llevaron a Rafael a la cárcel y que quedarán sin sanción, ese millón de euros no demuestra lo que somos, en lo que nos hemos convertido. Nos hacer ver que hemos puesto el valor de lo nuestro, el baremo único y absoluto de nuestras vidas en una sola cosa: en el dinero.
Los abogados de Rafael piden diez millones de euros de indemnización por el error y Rafael recibe uno.
¿Lo recibe porque el Ministerio de Justicia cree que eso es lo justo?, no.
¿Lo recibe porque la judicatura tiene una tabla fija de indemnizaciones por ten plausible motivo que aplica de forma automática?, tampoco. Ese millón de euros es el fruto de aplicar el baremo universal que hemos decidido que marca nuestras vidas.
"Su condena injusta no le supuso la pérdida de ingresos económicos, ya que, hasta entonces, vivía de una pequeña pensión y de lo que obtenía como aparcacoches" afirma la sentencia que le concede ese millón por diez años de reclusión indebida.
O sea que como no ganaba dinero no hay nada de que compensarle. Si hubiera tenido un sueldo de esos de 600.000 euros anuales que pueden tener los ejecutivos de las bancas rescatadas de sus fiascos con nuestro dinero la cosa hubiera cambiado, todo sería diferente.
Entonces si habría una pérdida de la que compensar a Rafael. Los días perdidos no cuentan porque no iba a ganar dinero mientras tanto, las noches de miedo y frustración no cuentan porque no se realizaba antes de entrar en prisión actividad económica ninguna durante ellas. Con el encarcelamiento de Rafael, el buen hombre no ha perdido nada salvo unos ingresos como aparcacoches.
De eso es de lo único que hay que compensarle. Por eso basta con un millón. Si un tribunal que valora un recurso adopta esa vara de medir según la cual el único motivo por el que debe compensar a alguien injustamente encarcelado son las pérdidas económicas que ha sufrido por tan poco plausible motivo entonces es que ya no hay solución para nosotros.
Los hay que dicen que el sistema liberal capitalista no es egoísta y monetarista en esencia y que lo que pasa es que nosotros lo hemos corrompido- Yo ya no sé si nosotros corrompimos el sistema o el sistema nos corrompió a nosotros, pero el caso es que ahora la podredumbre del valor del dinero inunda todas nuestras decisiones, todas nuestras expectativas, todas nuestras vidas. Sea el sistema o seamos nosotros, ambos elementos han estado siempre demasiado cerca de la corrupción egoísta como para tener la esperanza de que no cayeran en ella.
Pero el gaditano Rafael y su millón no son solamente ejemplo del valor desmedido y único que damos al dinero por lo dicho y lo escrito hasta ahora. Lo es por algo mucho más significativo, mucho más hiriente, mucho más dantesco e incongruente.
El mismo juez que le otorga ese millón como indulgente paga a su sueldo perdido de aparcacoches mientras el penal del puerto le consideraba un doble violador -y todos sabemos lo que supone eso- afirma que debería incapacitársele para disponer de él.
¿Por qué?, ¿por qué según los informes psiquiátricos tiene una edad mental y psicológica de ocho años?
Y eso a la judicatura la pone nerviosa, no puede dormir tranquila sabiendo que tanto dinero está en manos de un niño de ocho años que podría malgastarlo impunemente.
La misma judicatura que durmió a pierna suelta y sin remordimientos por meter a un niño de ocho años mentales en el pabellón más lleno de psicópatas y perturbados que hay en un presidio ahora no pega ojo pensando en el uso que se hará del millón de euros.
La misma judicatura que no tuvo problemas para conciliar el sueño sabiendo que mantenía en prisión a alguien que lloraba cada noche en su encierro, que alguien a la que la propia hez de la sociedad le protegió en presidio porque, viéndose ellos y viéndole a él sabían, sin necesidad de juicio y de jurado, que no era de los suyos, que era inocente, ahora se preocupa porque no se malgasten un millón de valiosos euros e insta a la fiscalía, la misma fiscalía negligente que le encarceló, que inicie el proceso de incapacitación de Rafael.
La misma judicatura que no movió un dedo, aun sabiendo que había ADN que podía usarse como prueba irrefutable de culpabilidad o de inocencia, para hacerlo de oficio ahora pretende moverse antes de tiempo para impedir que el millón de euros, lo único que importa, caiga en unas manos que podrían utilizarlo para ser feliz, para recuperar el tiempo perdido sin adecuarse a lo que un adulto responsable haría con el dinero.
La misma judicatura que negó impasible la posibilidad de utilizar en el juicio la edad mental de Rafael para exonerarle de su culpa -porque todos sabemos que los niños de ocho años no tienen el sexo en su mente ni en sus necesidades- o para atenuar o evitar sus 36 años de reclusión -porque a nadie se le escapa que una mente de ocho años puede sufrir mucho, pero que mucho, encerrada en una cárcel y además de forma injusta- ahora utiliza esa edad para negarle a Rafael el acceso a lo que le pertenece no vaya a ser que eche a perder ese precioso millón de euros suyo.
Que un niño de ocho años mentales vaya a la cárcel en circunstancias cuando menos poco claras no le quitó el sueño a nadie del aparato judicial español, pero que pueda dilapidar un millón de euros hace que todas las alarmas se enciendan y el sistema judicial actúe de oficio y a toda prisa en beneficio del buen uso del milloncetio de marras.
Si hace un año Brandon nos dejaba a 150 centímetros de la perfeccción. Hoy Rafael nos arroja un millón de motivos para la decepción. Al fin y al cabo ambas cosas son síntomas de lo mismo.
Se puede encarcelar a un niño de ocho años pero no se le debe dar acceso a su dinero. Nuestra judicatura es reflejo de nosotros, como todo lo nuestro. Y a eso hemos llegado.
A eso nos ha hecho llegar nuestra pírrica obsesión por el dinero. Empezara el sistema o empezáramos nosotros. Así hemos acabado.
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