Supongamos que pese a todo lo dicho somos lo suficientemente egoístas y prepotentes como para reconocernos un derecho que supone negárselo a otros seres humanos, aunque nos llenemos la boca de decir que no es así –no sería la primera vez que lo intentamos y que lo hacemos-. Vayamos ahora con el concepto de maternidad.
Defienden las feministas mal representadas el otro día en el Congreso de los Diputados que el aborto garantiza el derecho a la libre elección de la maternidad mientras que el proceloso y repentinamente aristotélico Gallardón defiende que la ley atenta –por vía de la estigmatización social, entre otras cosas- contra la versión positiva de esa libre elección, es decir, de las que eligen ser madres.
Por diferentes motivos pero ambos se equivocan. Por distintos errores, pero ambos meten la pata hasta el corvejón.
Empecemos con el señor ministro –por aquello de la jerarquía, no del sexo. No se me atore ninguna-.
El aborto no tiene nada que ver con el derecho positivo mientras no sea obligatorio. Y la única relación que se puede encontrar es que el Gobierno decida detraer los fondos que destina a la defensa del supuesto derecho en su vía negativa –es decir sufragar los abortos- para realizar campañas de protección o potenciación de la maternidad.
Es una decisión aceptable por parte de un gobierno, pero depende de sus prioridades, de su ética o de su moral, no de la condición perversa de la ley del Aborto.
La equivocación de Gallardón no es otra cosa que un sofisma típico, una manipulación política de nivel uno y tan común que por eso resulta tan fácil de explicar.
La de las feministas radicales es algo más compleja, como todo en las mentes de aquellas que han elegido como forma ideológica su perpetua aversión por no sé sabe muy bien qué cosas.
Dicen que el aborto defiende el derecho a la libre elección de la maternidad. Pero se equivocan de nuevo. De nuevo adrede, me temo.
La maternidad es un proceso que empieza con la concepción y acaba con la muerte. Es así de sencillo. Si nos ponemos en términos legales podríamos reducirlo hasta la mayoría de edad legal o la edad de emancipación legal –Uy, lo siento de nuevo, en España no existe una edad legal en la que los padres puedan librarse de los hijos que funcionan como sanguijuelas-.
Definido así, la libre elección de la maternidad incluiría el derecho de la mujer a interrumpirla una vez nacido el niño, durante su fase de crecimiento, en su adolescencia o incluso en su madurez. La mujer y el hombre podrían dejar libremente de ser padre o madre cuando les viniese en gana porque eso forma parte también de la libre elección de la maternidad y de la paternidad.
Es obvio que eso no puede reconocerse –aunque muchas y muchos querrían- así que el concepto de maternidad debe ser más reducido.
De hecho, el derecho a la eludir la maternidad después del parto si está contemplado legalmente –parece completamente absurdo, pero lo está-. El Estado te posibilita renunciar a las responsabilidades libremente asumidas de tu maternidad. Puedes entregar al ser humano recién nacido en adopción y así elegir libremente si quieres o no quieres asumir tu maternidad.
Así que llegamos a la conclusión de que la libre elección de la maternidad está garantizada después del parto. Por lo menos para las mujeres, que los hombres no pueden hacer lo mismo.
¿Qué pasa con respecto a la concepción?
La respuesta es obvia. Más de un centenar de métodos anticonceptivos farmacológicos, más de una docena de métodos mecánicos y un par de métodos quirúrgicos aseguran que la posibilidad de ejecutar la capacidad humana de elegir el momento de la maternidad o paternidad está también garantizada.
Así que de repente el derecho a la libre elección de la maternidad se ve reducido, por arte y ensayo de la más pura lógica, al derecho de libre elección a posteriori sobre el embarazo.
Podría colar, ¡pero ese también está cubierto!
Porque existen por lo menos dos métodos contraconceptivos postcoito que lo garantizan.
Entonces, si todas las fases del proceso de maternidad están cubiertas a la hora de ejercitar esa capacidad de elegirlo libremente ¿Qué parte del proceso de la maternidad cubre el aborto que no cubra ningún otro método como para que su restricción o prohibición suponga una merma del supuesto derecho –que en realidad es solamente una posibilidad- a la elección de la libre maternidad?
La respuesta es muy sencilla. Ninguna -salvo las ecepciones que siempre sirven de excusa y que no se debaten en este post-. El aborto cubre otro derecho que no va a hacer falta explicar porque no es un derecho: el derecho a que nos apaguen los incendios otros cuando nuestra irresponsabilidad nos ha hecho obviar el esfuerzo y la atención necesaria como para ejercitar nuestros derechos sin que entren en conflicto con los de otros. Y también el derecho a que mis derechos se antepongan siempre a los de otros cuando eso me beneficia.
Toda explicación del motivo por el cual un Estado no puede asumir esos derechos se omite por obvia.
Por eso cuando se han visto acorraladas por una argumentación baladí, pero que mueve la discusión sobre el aborto en un campo en el que no están acostumbradas, han vuelto a lo de siempre. No pudiendo hablar de derechos inalienables que no existen por miedo a que se les rebata en este campo y no pudiendo tirar de la descalificación de la moral cristiana porque no se ha aludido a ella, han recurrido a argumentos que son casi más inconsistentes que el del derecho a la libre elección de la maternidad.
En la televisión hablaban de su propio cuerpo cuando genética y reproductivamente todos sabemos que un feto en el momento en el que mezcla el material genético que lo compone no es el cuerpo de nadie nada más que de si mismo. Está en el cuerpo de su madre, pero no es el cuerpo de su madre. No es, como dijera la tristemente famosa ministra Bibiana Aído, como operarse los senos.
En la radio repetían hasta la extenuación aquello de que un feto no es humano, no está vivo, negando la evidencia de ambas cosas puesto que si es necesario que se le mate es porque está vivo y si se le deja llegar a término nacerá un ser humano.
Así que, con esta nueva apertura del proceloso Gallardón, se inicia otro debate:
¿Es necesario el aborto en la sociedad del siglo XXI en España?, ¿Debe sacralizarse la figura del Estado como ente destinado a enmendar los fallos y las elusiones individuales de sus derechos y responsabilidades de los ciudadanos? , ¿Cómo encajaría el aborto dentro del sistema de derechos laicos no basado en la moral?.
Como alguien me dijo que no debía dejar los post con preguntas, que debía aportar soluciones. Reiteraré la mía.
La solución a todas estas incógnitas se llama Jean Jaques Rousseau. Se llama El Contrato Social.Ya no estamos hablando de derechos individuales estamos hablando de derechos sociales, ya no estamos hablando de la maternidad, estamos hablando del concepto de humanidad.
La única manera de abordar este asunto es que la sociedad defina cuando considera que un Homo Sapiens empieza a ser un Ser Humano y por tanto a ser objeto de derechos, de todos los derechos. Puede que la ética o la moral de algunos no lo acepten pero es el camino que marca todo el desarrollo conceptual de la sociedad occidental.
Esa decisión se puede tomar pero saca el asunto del rango de los derechos individuales, del ámbito de los derechos femeninos y de la posesión en exclusiva del feminismo.
Ese camino se puede recorrer, como se recorrió el de la pena de muerte, el de la guerra de autodefensa o cualquier otro pero, tal y como está el patio de dividido, nos lleva indefectiblemente hacia un referéndum.
Así, ni un Guerrero del Antifaz ni una Capitana Dagas nos podrán imponer su forma de ver el mundo, la vida, la sociedad, la ética, la moral y la humanidad.
Y al que no le guste el resultado tendrá dos opciones y sólo dos: o conformarse o cambiarse de sociedad. Porque la ley se habrá de ajustar en todos los ámbitos a esa decisión. Porque ya habremos hablado y nadie tendrá ni podrá interpretar lo que hemos dicho porque estará claro y cristalino.
¡Vaya rollo, esto de la democracia!
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