Pareciera que por prevista no iba a llegar nunca, se antojaba que por anunciada no era lo que debería ser o lo que han sido y están siendo sus hermanas gemelas en Grecia o en Portugal y lo que fue su hermana mayor en Francia.
Pero ya tenemos Huelga General.
O la Huelga General ya nos tiene a nosotros, que para lo que le valemos, bien podría haberse cogido unos cuantos inmigrantes griegos o portugueses o colombianos que tienen más arte y parte en sus huelgas que nosotros en las nuestras.
Porque en cuanto hemos tenido la Huelga General convocada y anunciada nosotros hemos empezado a torcer el gesto, hemos comenzado a esculcar entre la amalgama interminable de razones y excusas que manejamos para todo y para todos una forma que nos resulte plausible de eludirla, de minimizarla, de evitarla, de traspasarla, de circunvalarla. En definitiva de ignorarla.
La Huelga General nos tiene a nosotros. Y más allá de un gobierno "digodiegista" -si se me permite el término inventado-, más allá de una Unión Europea sometida al arbitrio de un país exportador que sólo mira por el mantenimiento a cualquier precio de la moneda que le hace fuerte, más allá de una reforma laboral que deja el esclavismo colonial en una misión de buena voluntad, más allá de una patronal que no es empresaria sino patrona, que no es emprendedora sino cacique, lo peor que tiene esta huelga general es a nosotros mismos.
Porque ya nos hemos puesto en arranque ideológico de mínimos y estamos pensando en eso de que los sindicatos no están legitimados, en eso de que no vamos a hacerle el caldo gordo a lo que quiere el PSOE que no hizo nada y lo que hizo estuvo todo mal, porque ya nos comemos las pocas neuronas que dedicamos a esto en pensar que no vamos a quitarle la razón a aquellos a los que votamos, como si les hubiéramos votado para esto.
Porque ya nos hemos arrancado por ibérico sentimiento trágico y resignado y ya estamos diciendo y repitiendo a quien nos quiera oír -sobre todo ante nosotros mismos, que siempre somos nuestros principales interlocutores- que no servirá de nada, que el Gobierno no hará caso, que la Unión Europea la ignorará, que no va a ser útil que paremos un día, que bastante mal estamos ya como para empeorar las cosas, que todo eso sólo afecta a los nuevos contratos, que nuestro jefe nos ha prometido que no nos bajará el sueldo, que no es tan grave que nos puedan arrojar a la servidumbre laboral porque otros ni siquiera tienen trabajo. Ya estamos recitando nuestra trágica y resignada letanía de "madrecita, madrecita, que me quede como estoy".
Porque ya nos hemos puesto en modo occidental atlántico pleno, completo y estamos pensando en lo mal que nos viene ahora una huelga general, en donde vamos a dejar a los niños si no hay clase, en que vamos a perder un centenar de euros en nuestras pírricas nóminas, en que el jefe no nos verá y nos cogerá manía por hacer huelga, en que tenemos que buscarnos una baja médica para disimular, un parte del metro para justificar, en que al fin y al cabo mi jefe es un buen tipo y nunca me hará eso, en que yo no voy a arriesgar mi curro para que otros -aunque sean mis hijos- no sean esclavos laborales dentro de diez años, en que yo soy un profesional liberal y me debo a mi profesión antes que a la huelga, en que yo soy un comerciante y no me puedo permitir perder un día de ventas, en que yo soy un funcionario y nadie hizo una huelga cuando me congelaron los sueldos. Ya estamos conjugando la única conjugación que se nos viene a la cabeza cuando lo colectivo entra en escena y nos exige que pongamos lo personal en riesgo: "Yo, me, mí, conmigo".
Porque ya hemos sacado a pasear nuestro lado egoísta -que es muy grande- e individualista -que es aún mayor- y estamos pensando en lo bien que nos viene para alargar un fin de semana romántico de polvo y balneario, en hacernos las uñas de los pies -esperando que no cierren los centros de estética, así podremos hacernos la cera brasileña o como diantres se llame-, en aprovechar para cambiar la correa del ventilador -si es que los coches aún tienen de eso- y poner a punto el coche para la Semana Santa que se avecina, en adelantar las copas con los colegas del viernes al jueves, en qué majo nos va a quedar el reportaje sobre la huelga, en aprovechar para terminar esos bolos que hacemos en casa para poder llegar a fin de mes, en arreglar el trastero, en hacer la mudanza, en aprovechar para comenzar a sacar la ropa de entretiempo que, según en qué sitio, el sol ya hay días que pica de lo lindo, en quedar con la novia, en acudir al cine, en quedarse durmiendo hasta el mediodía, en pasarse por fin la trigésima fase del juego que nos roba las noches desde la PlayStation. Porque ya estamos pensando en qué podemos hacer para aprovechar para nosotros un día que siempre debería ser para otros y para el futuro.
Así que, mal que nos pese, lo peor que tiene esta Huelga General no son los sindicatos, el Gobierno o la Reforma Laboral. Es a nosotros mismos.
A menos, claro está, que aprovechamos la palanca que nos brindan de golpe aquellos que solamente quieren pensar en su beneficio económico para hacer algo que nunca hemos hecho hasta ahora. Pensar en contra nuestra hoy para hacerlo en favor del futuro de todos.
A menos que el trabajador asalariado que aún tiene trabajo deje de pensar en lo que dirá su jefe, en su día de sueldo perdido, en la imagen que tendrá, en si los otros de su empresa la hacen o no, en si va a quedar bien o mal, en mantener aquello que le pueden quitar en un suspiro si progresa esta aciaga reforma laboral hacia la servidumbre y haga la puta huelga.
A menosque el parado deje de pensar en que ochocientos eurosde sueldo medio no está mal para quien no tiene nada y pienbse que no está dispuesto a la servidumbre a cambio de pan, al trabajo a cualquier precio a costa de su dignidad y haga la puta huelga.
A menos que el profesional liberal deje de preocuparse por su profesión y su compromiso con ella, por las expectativas que esta reforma abre o cierra en su negociado. Que el abogado deje de preocuparse por cuantos juicios laborales ganará o perderá con la nueva Reforma Laboral, que el diseñador ignore cuantos diseños venderá o cobrará a raíz de la nueva situación que se avecina y el periodista deje de preocuparse por cómo cubrir la huelga en honor y respeto a su audiencia y haga la puta huelga. Porque la mejor defensa laboral son unos juzgados colapsados sin abogados, el mejor diseño es un espacio vacío para toda empresa que quiera que esta nueva servidumbre vaya hacia adelante y la mejor información es un periódico en blanco y una televisión en negro que solamente digan huelga. Porque la más alta profesionalidad es hacer la puta huelga.
A menos que el comerciante deje de preocuparse por el céntimo de hoy y se dé cuenta de que una sociedad llevada a los ochocientos euros de ingresos familiares no tendrá margen para el gasto, para el consumo, y hundirá su negocio, aunque él pueda pagar menos a sus aprendices o dependientes. Y no cierre por miedo a que le rompan las lunas, no cierre para evitar gastos de luz o de calefacción. Simplemente cierre y haga la puta huelga.
A menos que el padre y la madre dejen de preocuparse por perder cien euros con los que alimentar a su prole este mes y se den cuenta de que están arrojando a esa prole a una sociedad en que su trabajo será prácticamente siervo, sometido a la arbitrariedad de individuos que han visto crecer sus beneficios un 73 por ciento en los últimos diez años, mientras han subido los salarios solamente un 4 por ciento y aun así exigen más esfuerzos, más perdidas y más precariedad a los que trabajan para ellos, sin asumir por su parte ni la más mínima porción del esfuerzo. Porque el mayor compromiso con tu progenie es hacer la puta huelga.
A menos que el funcionario se olvide de su sueldo garantizado de por vida, aunque congelado, y piense en lo que supone para todos los demás no solamente no tenerlo, sino además no saber cual será y tener que aceptar el que les den y haga la puta huelga.
A menos que el estudiante se olvide de sus notas y de su preparación y tenga por fin claro que todo eso no le va a servir de nada en un país con un año de periodo de prueba, con posibilidad de contratar becarios hasta los treinta y cinco y con un sueldo que se quedará en los ochocientos euros hayas cursado los estudios que hayas cursado y sepas los idiomas que sepas. Porque la mejor manera de prepararte para el futuro es hacer la puta huelga.
A menos que el empleado de banca deje de pensar en los beneficios de su empresa, en sacar pecho en las convenciones bancarias y se dé cuenta que sin ingresos no habrá crédito y sin crédito su entidad volverá a llenarse de agujeros negros y la próxima vez quizás no haya dinero o no queramos darlo para que sobreviva. Porque la mejor manera de garantizar la estabilidad financiera es hacer la puta huelga.
A menos que todas las asociaciones de mujeres femeninas y feministas dejen de pensar en sus problemas, en su forma de sustentarse, en el aborto o en cómo acceder al poder empresarial y se den cuenta de que no habrá mujer en el poder porque no habrá poder al que acercarse con ochocientos euros al mes y convoquen a sus asociadas a hacer la puta huelga.
A menos que todas las asociaciones de diversidad sexual dejen de preocuparse sobre cómo salir o no del armario, sobre reclamar la presencia de homosexuales en el poder o la visibilidad de los que ya están y se den cuenta que sin futuro tampoco hay futuro gay y convoquen a todos sus asociados a hacer la puta huelga.
A menos que todas las asociaciones profesionales del taxi dejen de escuchar la Cope e Intereconomía y se den cuenta de que sin dinero la gente no coge taxis, con los ingresos reducidos la gente no usará su servicio y llamen a sus asociados, más allá de sus problemas y de sus pírricas explicaciones de la crisis, a hacer la puta huelga.
A menos que todos descubramos una verdad tan simple y clara que parece imposible que no hayamos tenido en cuenta. Que el Gobierno español -y todos los gobiernos europeos, por demás- nunca nos harán caso solamente harán caso de los temblores y estertores de los que ahora son sus dueños y señores, los mercados.
Y los mercados es muy posible que prefieran una España sin reforma laboral pero estable que una con reforma laboral y en perpetuo estado de confrontación social y de movilización laboral.
Y si hay que repetirlo se repite.
Un día de huelga es un día de pérdidas. Dos días de huelga son diez días de pérdida ¿quién puede aguantar más? ¿Ellos, sus intereses de deuda soberana, sus inversiones y sus pérdidas o nosotros y nuestros cien euros por día de huelga?
Sabéis la respuesta a esa pregunta. La respondieron hace siglos gentes que se jugaban mucho más con la huelga y ganaban mucho menos. Gentes que nos dieron con su sangre y sus huelgas sin servicios mínimos y sin caducidad la dignidad de trabajador que ahora estamos dispuestos a perder por ochocientos euros al mes y poder hacernos las uñas un día entre semana.
Id y haced lo que tengáis que hacer. Pero más os vale, por vuestro presente y por el futuro en general, que hagáis la puta huelga.
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