Será que nos hayamos tan inmersos en la preocupación por el futuro que ya no nos acucian las sombras del pasado, será que el cambio de gobierno ha corrido un tupido velo sobre determinado victimismo que no conviene recordar porque no proviene del lugar ni de las manos donde si da rédito electoral la muerte y la sangre o será que, pese a lo dicho y lo escrito, en realidad no hemos aprendido nada y no queremos aprenderlo.
Pero resulta que después de ocho años, después de 192 muertos, después de la primavera árabe, la muerte de Bin Laden -¿...?, me pongo en modo Piqué- y después de todo, hoy es 11- M, once de marzo para los que no gustamos de que nos apocopen el tiempo. Hoy hace ocho años que empezó la mascarada conspirativa hispana a costa de la sangre y de la muerte de dos centenares a manos del yihadismo y por culpa de los errores de valoración política y social de aquellos que nos gobernaban por entonces.
Y hoy sigue esa danza macabra conspiranoica en torno a los cadáveres. Porque hasta en lo conspiranoico, nosotros, los hispanos, somos macabros.
Un Fiscal General de apellido Torres Dulce decide que no tiene ni idea de leyes, decide que no tiene porque tener ni idea de leyes y decide ni más ni menos que reabrir el caso por los atentados del 11-M.
Pide a Renfe a Adif o quién sea ahora y bajo cuya jurisdicción estén que localice los vagones, exige a la policía que los precinte e inicia una investigación.
Podría explicarse si en la última acción encubierta de la CIA o la ASN en Kabul, en Kandahar o en Karachi se hubieran encontrado documentos, cintas o grabaciones que vincularan a tal o cual persona con los atentados del funesto once de marzo, podría llegar a comprenderse si, en un rapto de locura fanática, un imán de cualquier pueblo perdido español se hubiera atribuido la autoria o la participación en los mismos.
¿Lo hace Torres Dulce por esas nuevas evidencias?, ¿reabre el caso porque hay pruebas demoledoras contra alguien que no fue juzgado?
No. Lo hace para dar pábulo a un grupo de conspiranoicos que llevan ocho años manteniendo que se ocultaron pruebas que vinculaban a ETA con los atentados, para que se sientan tranquilos todos aquellos que siguen creyendo que en realidad esas 192 personas fueron asesinadas por ETA, en connivencia con el PSOE, para apartar al PP y a su entonces incontestable líder José María Aznar de Moncloa.
Lo hace para eso, pero la respuesta que es más dura de contestar, que es más innegablemente repugnante y que pocos se atreven a buscar es la respuesta a por qué lo hace.
Lo hace porque esos muertos no le importan un carajo y nunca le han importado al Partido Popular ni a sus líderes. Como no pueden utilizarlos para nada, ni siquiera los consideran suyos.
Si algunos de sus votantes quieren que se manipule su memoria y su muerte hasta la extenuación, sea. Por lo menos así me aseguro que unos cuantos me siguen votando. Por lo menos así puedo sacarle partido a esos muertos.
Esa es la realidad que ha mantenido siempre al Partido Popular al abrigo de los conspiranoicos y que les ha hecho ver a esos cadáveres como sus enemigos. Al fin y al cabo su muerte les apartó del poder.
Y por eso les da igual lo que se diga sobre ellos. Y por eso un fiscal General del Estado hace caso omiso de las leyes de prescripción, de la justicia, de la imposibilidad de juzgar dos veces un crimen y decide reabrir un caso en el que no hay acusados, no hay testigos, no hay pruebas. Solo hay una conspiración dibujada en lamente de un puñado de votantes del Partido Popular.
Y los habrá que se indignen ante estas afirmaciones., los habrá que dirán que exagero, que el PP no es así, los habrá que dirán que sus motivos tendrá el señor Torres Dulce y que lo único que quiere es no dejar ningún cabo suelto y cerrar la boca a los conspiranoicos.
Puede que tengan razón.
Pero entonces supongo que si mañana, en pleno proceso de disolución de la banda terrorista, alguien insinua que el atentado de Hipercor de Barcelona fue obra de la Guardia Civil para poder inculpar a ETA no se indignará, no clamará por el respeto a las fuerzas del orden y a la memoria de las víctimas, no argumentará que está juzgado y sentenciado y correrá a poner patas arriba el benemérito instituo -que diría Trillo, Don Federico- en busca de pruebas que atestigüen esa conspiración.
Supongo que si mañana mismo cualquier periódico donostiarra publica que Miguel Ángel Blanco fue secuestrado y muerto por militantes de extrema derecha que querían crear un clima de odio hacia el nacionalismo vasco, se apresurará a conminar a las fuerzas del orden y a los investigadores judiciales a que barran las sombras en busca de indicios de esa nueva verdad rebelada por los profetas de la conspiración.
Sabemos que no hará eso y que ni siquiera se le pasará por la cabeza. Lo sabemos porque para el Partido Popular las víctimas de ETA merecen respeto y las del yihadismo no. Las victimas de ETA les consiguieron votos y las del yihadismo se los quitaron. Tan simple es la cuenta. Tan simple es el argumento.
Si cualquier periódico hubiera estado ocho años desgranando día tras día los argumentos que he expuesto antes sobre los atentados de ETA se le hubiera cerrado por apología del terrorismo y a otra cosa -Gara se cerró por mucho menos varias veces-. Pero El Mundo, Intereconomía, La Razón, Libertad Digital y todos los demás siguen abiertos desgranando teorías conspirativas en las que el yihadismo practicamente fue un aliado de ETA y del PSOE, en las que se tilda a los integrantes de la Asociación de Víctimas del 11-M con los epítetos menos apropiados, se les califica de vendidos, de complices de la conspiración, de vivir del cuento...
Los mismos que cuando habla una representante de las víctimas de ETA callan y saludan, los mismos que defienden que importa más la venganza de esas víctimas de ETA que la paz en Euskadi, los mismos que no soportan que nadie cuestione su derecho a seguir exigiendo a la sociedad de Euskadi que no apueste por la paz y sí por la rendición en aras de su vindicacación y su venganza.
Así que Torres Dulce y el PP demuestran que en ocho años no han aprendido nada. Que aún no saben que no se puede jugar con el terrorismo y con las víctimas dependiendo de los votos que se vaya a conseguir con ello.
Porque las 192 personas que murieron están muertas a manos del yihadismo radical cuyas iras desató la absurda intervención del Gobierno Español en una guerra en la que no se nos había perdido nada y que no contaba con la sanción internacional. Y eso es una realidad histórica que ni todos los conspiranoicos de El Mundo e Intereconomía podrán cubrir.
Eso es algo con lo que tendrán que aprender a vivir los que lo propiciaron. Quizás sería hora de empezar a pedir perdón por la parte que les toca, ya que ellos exigen tanto de otros que lo hagan. Al menos a las víctimas.
11-M: por todos ellos, por la locura yihadista, por la inteligencia de Torres Dulce, por la lucidez de los conspiranoicos y por nuestra propia incongruencia, Kaddish.
1 comentario:
Otro post muy bueno.
Publicar un comentario